Aprender a perder y a ganar en la infancia: un proceso saludable que separa la persona del resultado

Con motivo de los juegos olímpicos pudimos ver en estos días buenos ganadores y también unos cuantos buenos perdedores. ¿Cómo se aprende a ganar y a perder? Hoy sabemos que no se trata de darles a los chicos una serie de lecciones, máximas como “no importa ganar o perder, lo que importa es competir… o divertirse”. Y ni hablar del juego limpio a edades tempranas en las que los chicos tiene un solo objetivo: brillar, destacarse, sentirse capaces y hábiles, e intentan lograrlo de cualquier forma y a cualquier precio: hacen trampa, cambian las reglas, los más chiquitos ni siquiera registran las reglas: “¡gol!” es que pateé fuerte la pelota, “te gané” es que puse todas mis fichas en cualquier ángulo del dominó, o “lo hice mejor que vos” significa que logré terminar y estoy muy orgulloso de ello.

Van descubriendo las reglas del juego -y más adelante las del mundo- con el tiempo, la maduración y el ejemplo de los adultos que los rodean tanto en el juego como en el deporte. Las van a entender jugando y mirando a otros jugar, y ese proceso les va a llevar como mínimo los primeros seis o siete años de vida, y en algunos casos más tiempo todavía.

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Porque ganar o perder con dignidad depende también de cuánto ponemos nuestra persona en juego, y los chiquitos se meten enteros en cada carrera, construcción con maderitas, dibujo o partido; sienten que “son” en función de ese resultado, y sólo muy despacio, de la mano de adultos que los entienden y acompañan en su dolor, y que no identifican la persona del hijo con su desempeño, van madurando y pudiendo separar sus personitas de sus resultados.

Sólo muy despacio, de la mano de adultos que los entienden y acompañan en su dolor de perder, y que no identifican la persona del hijo con su desempeño, van madurando y pudiendo separar sus personitas de sus resultados

Pero… Vemos muchos padres que desde afuera de la cancha juegan su propia valoración en el desempeño deportivo de sus hijos y les gritan “corré, tonto”, “dále”, “¿estás paseando en la cancha?”, “¡para qué te traje!”. Y cuántas veces nos pasa lo mismo cuando nuestro equipo favorito entra a la cancha y nos enfurecemos cuando no juega bien o cuando pierde, como si de eso dependiera nuestro valor como personas…

También conocemos adultos que hacen trampa, quieren ganar y no toleran perder, que siguen buscando como los chicos pruebas externas, resultados, que ni siquiera son para ellos (ya que saben que no ganaron de verdad) sino para deslumbrar al mundo externo o a personajes internalizados. Y los chicos los ven y aprenden.

En el libro “Criar hijos confiados, motivados y seguros” digo “los chicos aprenden a perder ganando”. En muchas experiencias exitosas, jugando con adultos que les dan algo de (o bastante) “handicap” se animan primero a jugar, después a hacerlo siguiendo las reglas hasta llegar a competir de verdad. Y todavía les queda un largo recorrido de prácticas hasta poder perder sin sentir que fracasaron, o ganar sin alardear o pavonearse.

¡Gracias! a los participantes de los juegos olímpicos por mostrarnos a grandes y chicos lo que es un buen jugador: el que sabe ganar con altura, el que sabe perder con dignidad y alegrarse con el ganador. No lo lograron con discursos de sus padres en la primera infancia, sino seguramente jugando mucho cuando eran chiquitos, aprendiendo gradualmente a perder y a ver lo interesante de competir y de dar lo mejor de sí con el objetivo, la ilusión, la esperanza de ganar, habiendo hecho su esfuerzo máximo y habiendo trabajado mucho tiempo para rendir ese máximo posible, y sabiendo que, por muy agradable que sea obtener una medalla, esa medalla no los define como personas… como sí creían cuando eran chiquitos.

De grandes aprendemos que por muy agradable que sea obtener una medalla, esa medalla no nos define como personas… como sí creíamos de chiquitos

Justamente por eso a los más chiquitos les damos medallas y diplomas por el simple hecho de participar y dejamos las copas y los podios para la adolescencia y la adultez.

 

Maritchu Seitún es psicóloga. Especialista en crianza y autora de los libros “Criar hijos confiados, motivados y seguros”, “Capacitación emocional para la familia” y “Latentes”, entre otros.