Epidemias, atentados, inseguridad: el desafío de criar en tiempos de miedo

Hace un tiempo escribí un post de cuatro escenas hablando sobre el gran desafío que es ser padres hoy en día. Hoy la pregunta es la contraria… ¿Cuán grande es el desafío de ser hijo hoy?

Mi hijo del medio viene teniendo cada tanto períodos de miedo, en los que no le gusta quedarse solo en un ambiente de la casa y se pone más apegado a nosotros.

Hace unos seis meses mi esposa le preguntó qué cosas le daban miedo. En mi infancia la respuesta podría haber sido “al hombre de la bolsa” o “al cuco”. Mi hijo respondió que le tenía miedo “a los monstruos, a la fiebre porcina y a la gripe A”. A nosotros en ese momento nos sorprendió que a los cinco años fueran esas sus preocupaciones.

Hace un par de semanas andaba asustado de nuevo y mi esposa volvió a preguntarle y su respuesta fue mucho más sorprendente. Esta vez dijo muy serio que le temía “a los monstruos, a los vampiros… y a la esposa de Tiger Woods” (!!!). Ante la reacción risueña de mi esposa, él insistió: “Mamá, ¿seguro que no puede venir por acá?”.

No, no lo estoy inventando. Si hubiera querido inventar una historia así no tendría suficiente creatividad…

Cuando mi esposa me lo contó nos reímos un rato juntos. Pero después de unos minutos empecé a pensar en el impacto que tiene sobre nuestros hijos la manera en que los estamos criando. Y creo que lo que pasa en mi caso es un reflejo más general de lo que pasa con los chicos criados hoy en día en los hogares de “clase media psicoanalizada” y similares.

Yo pertenezco a la generación que cuando éramos chicos iba en el auto sin cinturón ni sillita (¡a veces durmiendo en la luneta trasera!). La que jugaba a la pelota en la vereda, iba a piletas que no tenían reja, salía a balcones sin malla de alambre y coexistía con toda clase de muebles y objetos con bordes puntiagudos y cortantes. Hasta usábamos como juguete una aberración como el Cinegraf, que era de metal y tenía adentro una bombita de luz, alcanzando temperaturas capaces de derretir el dedo de quien lo tocara.

Los accidentes existían, pero todos logramos llegar a la edad adulta. Sin embargo, la mayoría de nosotros mismos como padres somos muy diferentes a eso. Vivimos en un permanente intento de proteger a nuestros hijos de cuanto riesgo potencial (real o imaginario) aparezca.

Por supuesto que algunas precauciones son obviamente necesarias. No tiene ningún sentido llevarlos en un auto sin una sillita especial que los proteja en caso de un choque. Pero otras son totalmente injustificadas o al menos desproporcionadas al riesgo que se intenta mitigar.

Hace tiempo, en el post más discutido de la historia de Riesgo y Recompensa, hablé del efecto de ruptura de los lazos sociales que provoca entre los adultos vivir atemorizados y de cómo el bombardeo informativo amplifica la sensación de riesgo haciéndonos temer peligros aparentes. Vivir con miedo hace estragos en nuestras cabezas. Y otro efecto de ese temor se refleja con claridad en la forma en que criamos a nuestros chicos.

Otro factor que también afecta mucho es la sobreestimulación informativa que ellos reciben de los medios. No creo que hubiera chance alguna de que a los 6 años yo le temiera a una epidemia. Pero hoy en día los chicos reciben de la tele, la radio e internet, un bombardeo de noticias atemorizadoras del que es difícil aislarlos.

Concluyendo, la pregunta ahora es: ¿Qué efecto tendrá sobre nuestros hijos el exceso de protección y el clima de peligro inminente en el que los criamos? ¿Qué riesgo es mayor: caerse a una pileta sin reja o crecer aprendiendo que el mundo es un lugar a temer?

 

Por: Santiago Bilinkis, autor del blog Riesgo y Recompensa, y del libro Pasaje al Futuro. Twitter: @bilinkis