Son tiempos complicados. Los espacios individuales y los proyectos personales se defienden y protegen a extremos tales que cualquier vínculo o proyecto de dos se interpreta como dependencia. La gran mayoría le teme o huye al compromiso y la soledad aumenta, y con ella, el sufrimiento.
En el amor, es claro: está a la vista. Es la queja secreta, silenciada, de todo aquel que tiene ganas de estar pareja, bien, a largo plazo, algo que jamás se animaría a confesar en una red social o en su grupo de vínculos (¿amigos?) on line. Algo que tampoco le dirían a alguien en una cita, porque imaginan la mera expresión de ese deseo algo cercano al sincericidio, el disparador de una fuga sin escalas.
Hoy, para muchos, desear una pareja estable queda mal: necesitar amor, tener ganas de proyectos compartidos, es interpretado como una limitación, casi una discapacidad emocional. Va en contra de la época y del supuesto ideal de personas autónomas, empoderadas, autosuficientes. Soñar con un “noviazgo” o una convivencia sólida (ni hablar de un matrimonio y una familia) está fuera de moda y sabe a dependencia, a vulnerabilidad, a una persona que se confiesa mitad de otra mitad que falta. ¿Hijos? Un chino: ¿quién en su sano juicio se atrevería a llegar tan lejos con la fantasía y a cometer la locura de compartirla?
Error. Instalarte en esa postura, jugar ese rol, no sólo te aleja de vos y de tus deseos sino que te traiciona. Sí: te pateás en contra. Y te perdés la oportunidad de ser honesta con vos y con el otro, y también la posibilidad de, tal vez, coincidir con la persona que te gusta, que querés, en ese deseo de dos, en esas ganas de futuro.
¿Quién te convenció de que el otro desea escuchar de vos que podés vivir sin él, que te da lo mismo si llama o no, si te ve o no, si sale o no con alguien más mientras “se están conociendo”? ¿Quién te dijo que todos los hombres huyen si escuchan la palabra novia, o si les contás que soñás con vacaciones compartidas, o confiás que los extrañás? Y si fuera así, y a vos en realidad te pasa todo eso, ¿cuán lejos podés llegar silenciando tus sentimientos? ¿Sirve? ¿Arrancar algo desde ese lugar te llevará a un buen destino? ¿O es una crónica de una muerte a todas luces anunciada y lo más saludable es reorientar corazón y deseo hacia lugares más afines con tus ganas?
Dice el prestigioso psicólogo Miguel Espeche:”Gran cantidad de gente deambula buscando el buen amor, viviendo, quizás, romances a repetición, y temiendo, a la vez, que su búsqueda tenga éxito. Hoy, a la hora de permitir que alguien marque el alma y el cuerpo de manera perdurable, es muy habitual que el miedo alcance niveles superlativos”. Tal vez por eso, reflexiona, “el escenario amoroso está poblado de fugas y más fugas” y “aquellos que quieren buscar (pero no encontrar) huyen cuando el romance pasa a ser algo de suficiente entidad que transparente afectos profundos, de esos que se meten en las entrañas y cuesta dolor sacarlos.
Tal vez por eso la intimidad emocional es, hoy, tanto más difícil que la intimidad física. Está siendo más fácil, para muchos, transitar cuerpos ajenos que entregarse a un encuentro donde almas y afectos y temores y dudas se pongan en juego.
Apegate, entregate
El psiquiatra británico John Bowlby fue el padre de la famosa teoría del apego. El definió a esta conducta como aquella que lleva a un sujeto a mantener o buscar proximidad con otro, un otro que funciona como protector, que aporta seguridad y refugio. El eje de ese vínculo, que él estudió en la infancia, está basado en la confianza, en una “fe”, una certeza, que habilita la entrega.
La palabrita y sus significados estallaron hasta aplicarse a las cuestiones más diversas, para luego caer en una bolsa de cuestionamientos interminables. Hasta el budismo consideró el apego como una impureza a erradicar y unos cuantos psicólogos infantiles denunciaron que una maternidad con apego complicaba los vínculos por volverlos demasiado fuertes, incapaces de habilitar autonomías y crecimientos. Más tarde, tiempos de individualismo y exitismo terminaron de arrinconarlo y desprestigiarlo, enarbolando la independencia como el estado ideal. Y el feminismo (o la peor de sus versiones) no hizo más que coronar la frutilla de la torta, proponiendo mujeres ajenas a ataduras vinculares y de las otras. ¡No sea cosa que se te note que te falta algo!
Tan lejos se ha llegado con la simulación de la autosuficiencia y con el ideal de autonomía que ya son varios los psicólogos y especialistas en vínculos que empiezan a proponer una posición que explora exactamente las antípodas. Es el caso de la doctora Sue Johnson, por ejemplo. En su libro, “Abrázame fuerte”, asegura que los adultos también necesitan y forjan relaciones de apego: “necesitamos a nuestro ser amado tanto como el pequeño necesita el cuidado, el cariño y la protección de la madre para crecer y desarrollarse”.
Johnson es la creadora de la Terapia Centrada en las Emociones (TCE), definida por The New York Times y por la revista Time como la “terapia de pareja con un mayor porcentaje de éxitos”. Propone la especialista: “Olvidate de aprender técnicas de negociación, de analizar tu infancia o de experimentar nuevas posturas en la cama, y admití que dependés emocionalmente de tu pareja”. Y sostiene: “Las relaciones adultas se basan menos en el contacto físico y más en la reciprocidad, pero la necesidad emocional es la misma que sentimos en la infancia”.
Johnson trabaja con las parejas para estimular precisamente lo contrario a la autosuficiencia: “hay que fortalecer la vinculación afectiva, la apertura hacia el otro, la sintonía y la capacidad de reacción emocional”.
Muchos especialistas coinciden en que vivimos un momento de desencuentro, de soledad, de individualismo exagerado. Y eso va en contra de lo que somos: “la necesidad de vinculación afectiva viene programada en los genes y en el cuerpo. Es tan básica para la vida, la salud y la felicidad como la comida, el abrigo o el sexo. Para gozar de bienestar mental y físico, para sobrevivir, necesitamos relaciones de apego”, afirma Johnson.
La unión segura con la persona amada nos fortalece: no nos debilita. Entregarnos nos completa, no nos vuelve vulnerables. Cuanto más capaces somos de recurrir a otro, más independientes nos sentimos. A esas conclusiones arribó también la psicóloga Brooke Feeney, de la Universidad de Carnegie Mellon, EEUU.
Conflicto
Otro estudio interesante sobre el tema aportó Ted Huston, de la Universidad de Texas. Según el especialista, “los problemas de pareja no se deben a un incremento en los niveles de conflicto, sino a la disminución del cariño y de la respuesta afectiva. El fracaso empieza en una disminución progresiva de comunicación y de respuesta afectiva. El conflicto aparece más tarde”.
Varios expertos aseguran que detrás del privilegio excesivo de los espacios y proyectos personales hay una actitud defensiva: un miedo al rechazo, un gran temor a que la expresión de deseo y necesidad sea interpretada como un reclamo desmedido de atención y cuidado, como un gesto de dependencia y de vulnerabilidad. Pero negar la fragilidad personal no enriquece a la pareja: por el contrario, hace que el otro se sienta siempre prescindible y lo lleva a esconder sus propias debilidades.
Andar por la vida “flojito” de vínculos sólo nos aporta emociones negativas. Nos da inseguridad. Y tener la capacidad de amar y ser amado, de entregarse, no sólo nos hace bien: también, y sobre todo, nos vuelve fuertes. Saberte querida te ayuda a mantener una percepción positiva de vos misma y de los demás.
Como escribió Erica Jong, otra enamorada del amor y sus bondades, “el amor es tan bueno como dicen. Vale la pena luchar por él, ser valiente, arriesgarlo todo. Porque si no arriesgas nada, corrés un peligro mayor aún”.