Si en una discusión alguien está nervioso, mejor no decirle “tranquilizate”.
Los argumentos van y vienen en la batalla discutidora y, como no se sienten escuchados, los contendientes (pareja, socios, parientes) van elevando la voz, crispados por el desacuerdo. La grieta –cualquier grieta– hace de las suyas y los ánimos se caldean. Palabras y afectos van y vienen como espadas y se mezclan dentro de un creciente caos, generando impotencia y enojo. “¿Cómo no entiende lo que le digo?” es, paradojalmente, el único pensamiento que comparten los contendientes mientras la adrenalina activa los mecanismos guerreros y los argumentos disfrazan los afectos heridos.
Allí es cuando alguno de los dos empieza a dar señales físicas más rotundas de su estado de nerviosismo. Tal vez un llanto, una actitud física visible de enojo, un grito o movimiento que demuestra que los límites se están pasando y las cosas se ponen feas. En ese momento la tentación es decir “tranquilizate”, y es allí, pronunciadas esas palabras, que se produce la hecatombe.

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Sí, es verdad, exageramos un poco. No siempre es tan grave, pero sí podemos decir que en medio de una discusión el señalar un estado alterado del otro suele producir una alteración aun mayor. Encima que las cosas están difíciles, que hay un abismo argumentativo, que la angustia viaja con forma de silogismos frustrados que el otro no entiende o no quiere entender, además de eso, “tranquilizate”, como señalando una superioridad anímica que suma nafta al fuego. “¡No me digas que me tranquilice!”, será la respuesta, y la escalada seguirá peor que antes.
Cómo manejar una discusión
Siempre que la discusión sea llevada desde la buena fe (si así no fuera, otro es el camino a seguir), antes de decirle al otro que se tranquilice conviene bajar un cambio y retirarse un poco. Si hay que decir algo, mejor que la palabra sea “tranquilicémonos” para no hacer ver al otro en “orsai”. Total, la cosa puede seguir otro día, cuando se tenga más claro qué es realmente lo que pasa. Es sabido que cuando las discusiones son muy duras, siempre son producto de otra cosa diferente y más profunda que el supuesto tema discutido.
Claro, requiere un poco de grandeza no intentar “ganar” señalando que el otro, además de no tener razón, se descompensa emocionalmente. Pero es posible. Total, siempre hay un día después para seguir, no será ese el momento adecuado para continuar.
Mañana tal vez se tenga más claro qué es realmente lo que está pasando, y allí sí, con los ánimos y criterios más esclarecidos, tal vez se pueda conversar con el corazón algo más abierto, sin tanto argumento y con más sinceramiento emocional. La vida ha demostrado que la concordia vale más que el tener razón, porque, sabemos bien, las buenas razones y los mejores argumentos suelen llevarnos a la batalla, cuando lo que de verdad deseamos es el encuentro.
- Fuente: Miguel Espeche. Psicólogo.

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