Cuando peleamos con frecuencia, la calidad de vida se ve desmejorada. Es evidente que el vínculo necesita renovar algunos acuerdos y tranquilizar las aguas para estar mejor. Ambos saben que necesitan hacer algo, pero muchas veces no saben qué, y a pesar de los intentos por mejorar las cosas fracasan una y otra vez y las discusiones en la pareja se prolongan tanto que quitan toda la energía y la posibilidad de disfrutar la vida.
Cuando el enfrentamiento empieza, puede escalar rápidamente y llegar a altos niveles en los que se termina perdiendo de vista hasta por qué se discute. La agresividad de lo que se dice también aumenta y a veces se expresan cosas de las que después uno se arrepiente, pero lamentablemente es tarde, las palabras hirientes ya han llegado y aunque el deseo de volver atrás nos inunde, el daño está hecho.
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Es común que ambos quieran imponer su punto de vista, cada uno quiere sostener su posición y cree tener razón como si eso importara de algo, como si se tratara de una competencia donde alguien podría resultar triunfador, cuando en realidad no hay nada que ganar; más bien, mucho que perder.
Es frecuente que cada uno piense que su reacción es el resultado de la forma de ser del otro. El marido, por ejemplo, puede decir que reacciona mal porque su mujer tiene determinado comportamiento que es intolerable, pero ella puede sostener sobre la misma situación que ella se comporta así por el modo de ser de su marido. Establecer quién es el culpable de las discusiones o quién las inició importa poco.
Las parejas discuten por muchos y variados motivos; la lista puede ser francamente larga: poder, dinero, educación de los chicos, celos, intentos de cambiar al otro, impuntualidad, orden, limpieza en el hogar, etc.
Más allá del asunto que justifique la disputa, debemos tener en cuenta que en general, cuando una pelea escala y las reacciones de las partes son exageradas o desmedidas, el problema no está en el tema explícito de la discusión; es decir, en lo que se dice verbalmente, sino en situaciones latentes que subyacen a lo consciente.
Los fenómenos inconscientes siempre están presentes e influyen fuertemente sin que nos demos cuenta de ello. Detectar cuál es el verdadero trasfondo es clave para resolver el conflicto y lograr armonía.
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Para solucionar problemas de pareja, primero es necesario resolver los propios.
¡Si una pareja funciona bien, cada uno debe promover el crecimiento y ayudar al otro a desarrollar su máximo potencial!
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