No es un secreto que para muchas personas la época navideña genera situaciones de estrés y ansiedad. Según estudios de años anteriores, esta época puede afectar de forma negativa hasta al 65% de la población.
A los problemas cotidianos, este año se siguieron sumando los provocados por el covid-19 que si bien este año disminuyó la cantidad de afectados, la situación sigue siendo complicada
¿Podré ver a mis familiares? ¿Es responsable hacerlo? ¿Cómo afronto una pérdida en este escenario?
Antonio Cano Vindel, catedrático de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid y presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS), nos aconseja sobre cómo abordar estas fechas y las cuestiones que nos preocupan.
También podés leer: Un brindis por aquellos que nos sonríen desde las estrellas
Estas fiestas van a ser más estresantes de lo normal, pero por motivos diferentes para cada persona, según la situación. Para algunas, lo será porque han sufrido pérdidas, otros porque han tenido un año muy estresante y otros porque no disfrutan de las fiestas. En Navidad parece que existe la obligación de hacer un balance, y si en él faltan personas, es triste.
Los motivos pueden ser diferentes en cada caso. Por ejemplo, no estar con sus hijos o con sus nietos, sobre todo para las personas mayores que piensan que no les quedan muchas fiestas por celebrar. Hay, además, muchos más motivos para la tristeza en este momento. Problemas económicos y sociales: las personas que han sido despedidas, las que están buscando trabajo, las que tienen un pequeño negocio que va mal y son autónomos o las que se han visto obligadas a cerrarlos.
Podés leer: Trucos para ahorrar en Navidad sin resignar regalos
Existen distintos perfiles y cada uno puede tener sus motivos y sus personalidades, pero también hay que tener en cuenta las condiciones objetivas de este año, que no son favorables para hacer grandes celebraciones con muchas personas.
A ello se suma el desconcierto y la incertidumbre, el no saber qué hacer. ¿Por qué debatimos con nosotros mismos temas como, por ejemplo, ver o no a la familia? Queremos una cosa y nos fijamos en lo que queremos, que es celebrar ahora, pero luego nos fijamos en otras que no queremos ver, cuyas posibles consecuencias negativas parecen más lejanas o situaciones que nos traen estrés. La clave está en vivir el presente y no preocuparse por adelantado, hay que vivir cada cosa a su tiempo.
Son los mismos que en el estrés cotidiano, pero más intensos y probablemente aparecerán algunos nuevos. Por ejemplo, el insomnio: si en el estrés cotidiano, a pesar de ir acelerados y a contrarreloj, podemos dormir, ahora a lo mejor tenemos más días con más dificultades para conciliar el sueño o en los que nos despertamos y no podemos volver a quedarnos dormidos.
En Navidad parece que existe la obligación de hacer balance, y si en ese balance faltan personas, es triste.
Otros síntomas son sensaciones físicas, que varían en el individuo cuando sufre ansiedad o estrés: digestivas, cardiovasculares, respiratorias, taquicardias, tensiones musculares, contracturas o dolores, entre otras. Además, todas ellas tienden a producir malestar, exceso de alerta, cansancio, agotamiento, irritabilidad, nuevas preocupaciones y más problemas.
¿Cómo las abordamos? En primer lugar, con la aceptación. No aceptar que tenemos un virus extendido en todo el mundo que nos ha cambiado la vida es peligroso y aumenta la ansiedad y la depresión. Sólo con el hecho de aceptar que existe un problema se disminuyen los síntomas de ansiedad y depresión.
Asimismo hay que pensar en las cosas positivas, en que gran parte de la población ya está vacunada, en que sabemos cuáles son las medidas para evitar contagiarse y cuidarse. Solo hay que ponerlas en práctica.
Podés leer: Cómo sobrellevar el duelo en las fiestas
Es importante aceptar las pérdidas de los seres queridos, pues la muerte está ahí desde el momento que nacemos. Aceptarlo es mejor que hacerse preguntas que no tienen respuesta, “¿por qué le ha tocado a mi padre si él podía haber vivido más?”
Estos planteamientos ahondan más en el duelo y en la tristeza, por la falta de aceptación. En otras ocasiones, hablamos con quien ya no puede contestar, nos conformamos con emociones que programamos en nuestro cerebro, podemos fantasear un rato, volver a “verle”, sentir, pero tenemos que aceptar la pérdida para elaborar el duelo.
A veces el duelo se complica por la culpa, algo frecuente, habitual si el que fallece es un hijo y vienen pensamientos como “tenía que haberlo llevado antes al hospital” o “por qué no me ha pasado a mí”. Las culpas aumentarán el duelo complicado, pero si se expresa, el apoyo social ayudará a aliviarlas y a corregirlas.
Utilizamos cookies de terceros para mostrar publicidad relacionada con tus preferencias. Si continúas navegando consideramos que acepta el uso de cookies. Puede obtener más información en:
Politica de Privacidad