No debemos regalarles el NO a los autoritarios: el caro precio del vale todo

Además de los muchos derechos que les reconocemos a los niños y a los adolescentes (y que no siempre les garantizamos), hay uno del que fácilmente nos olvidamos: su derecho al NO de los adultos.

No debemos regalarles el NO a los autoritarios. No debemos seguir con la postura cómoda, superficial y un poco canchera de que NO es de fachos. ¿Que decir que NO es ser la dictadura? Si así fuera, la victoria cultural de la dictadura militar ha sido enorme: nos hizo creer que la única autoridad posible es la de ellos.

Por eso, va aquí un breve elogio del NO. Porque todo no da lo mismo.

Porque hay cosas inaceptables, de NO infinito.

Los adolescentes son personas en formación y a esa edad les toca (como nos tocó a todos en su momento) experimentar límites sociales, culturales, religiosos, estéticos y corporales. ¿Hasta dónde voy a llegar?, nos preguntan sus silencios. ¿Qué barreras voy a transgredir?, nos desafían sus acciones.

Esto forma parte de su crecimiento y es muy saludable siempre que haya un Otro, adulto, que pueda decir NO. Un NO confiable, justo y respetuoso porque si es arbitrario genera más anomia y perversión. Un NO claro, firme, sabiendo que nos podemos equivocar y ahí estaremos para reparar: decimos NO cuando entendemos qué es lo mejor para nuestros hijos y para nuestros alumnos.

El NO adulto no es meramente represivo: es productivo en el sentido que cierra algunos caminos pero a la vez abre muchos otros. Marca, muestra, construye, propone. Desafía

La necesaria asimetría entre los grandes y los chicos no tiene por qué ser dominación. Decimos NO porque los cuidamos y porque los protegemos. ¿De quién? De otras personas, de imponderables, de condiciones sociales y de poder adversas pero también de sí mismos: si son personas en formación tenemos que acompañarlas en su recorrido vital porque suponemos que solos no pueden. Y los adolescentes hoy están solos. Los hemos dejado solos.

El NO es caro. Más rápido, más fácil y más barato es no meterse, decir que sí a todo, transar, echarle la culpa a los demás y no asumir los costos emocionales de decirle que NO a un adolescente, siempre al límite del enojo, el insulto, el rechazo y el portazo. Más fácil es decirle que NO a un bebé que va gateando a meter los dedos en el tomacorriente, pero la lógica del cuidado es la misma, no importa la edad.

Decir NO es demostrar que todo no nos da lo mismo.

Comprendo (y lo vivo en carne propia) que es muy difícil ser adulto en este mundo sin adultos. En una época en que el cuerpo de los viejos es cuestionado, donde las tradiciones son rechazadas, donde nadie ostenta ni canas ni arrugas y ser adulto es siempre sospechado de ser obsoleto, resulta seductor diluirse tras la música, los chupines y la onda cool. No es copado decir NO. Pero el precio de no decir NO puede llegar a costar más caro todavía: no porque nuestro cuidado sea omnipotente sino porque hay ámbitos, como una toma de escuelas, donde la falta de adulto no es simplemente física: caducan todos los dispositivos de protección y nos confesamos impotentes frente a quienes deberíamos proteger. Por el contrario, los enaltecemos en altares mediáticos y políticos, creyendo que los estamos liberando cuando en realidad somos nosotros los que nos liberamos de ellos. Nos liberamos de nuestras responsabilidades sobre ellos.

Es extraña cómo la glorificación de la vitalidad, la frescura y hasta del cuerpo, la ropa y la música adolescentes opera paradojalmente en este mundo sin adultos, haciendo más vulnerables a aquellos a quienes vemos vitales e indestructibles.

Aprender es a veces doloroso y a mí no me sirve enrostrar el “yo te avisé y vos no me escuchaste”. Hoy toca a los adultos aprender a construir un escenario distinto. Pero en lo que respecta a las escuelas vuelvo a avisar que sólo con el protagonismo, el compromiso y la responsabilidad de los educadores es que podremos cambiarlas genuinamente y convertirlas sin dobleces en ámbitos de cuidado y formación de nuestros chicos. Los docentes tienen que quedar a cargo, debemos confiar en ellos y suministrarles todos los recursos necesarios para llevar adelante su proyecto.

Respecto de la dirigencia política, ya es tiempo de que toda ella -como conjunto- asuma una postura general y explícita consistente en que tomar escuelas no está bien, que no es bueno para la formación de nuestros jóvenes, que no suma, por peor o mejor que fuese la reforma educativa.

Dejen por un momento de lado cuestiones legales, ideológicas o morales, a favor o en contra. Envíen un mensaje claro: “Tomar escuelas está mal porque no contribuye positivamente a la educación de nuestros jóvenes”.

Y dejen que los educadores se encarguen.

Otra NO hay.

 

  • Mariano Narodowski es Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella y Miembro de Pansophia Project