Por qué no podemos tolerar que derrumben la Universidad Pública, dejándola morir

Tenemos a Leloir, a Borges, a Quinquela, a Houssay, a Manuel Sadovsky, a Pichón Riviere; y tenemos una de las mejores Universidades del mundo: la Universidad Pública.

Cuando a mis pacientes los ayudo a dibujar su pasaje al mundo adulto, no dudo en sugerirles que estudien en la UBA. ¿Mi argumento? En la Universidad Pública se aprende a vivir

Por la calidad humana e intelectual por sobre todas las cosas. Por la complejidad del procurarse lo que cada uno necesita, por el entramado institucional laberintico, y a pesar de él. Porque la vida no es sencilla y ser estudiante de la universidad del estado tampoco lo es, pero es maravilloso cuando uno entiende la lógica de ser gestor de su propio destino. De eso se trata crecer.

La vida no se sirve en bandeja; la vida se cuece a fuego lento, se procura, se construye… La identidad profesional es un espiral que se va diagramando en el día a día.

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“¡En la UBA te curtís o te curtís!”, me decía una estudiante de mitad de carrera de Medicina después de tres noches sin dormir previo a un examen. Y quien haya pasado por ahí sabe como nadie que eso te forma para un país por lo menos difícil.

Casi dos millones de chicos en todo el país ponen sus sueños en manos de la universidad pública: ponen allí su proyecto de vida, sus ganas de armar una historia desde el conocimiento

El conocimiento nos hace libres, como pueblo, como cuerpo social. La universidad pública es y vale como institución en sí, por su historia, por lo que sus paredes encierran, por lo que allí se respira, por lo que allí se ha construido, luchado, vivido. Porque por allí pasaron, pasan y pasarán mentes brillantes y corazones nobles, que ponen su cuero para transmitir lo que saben.

Se cumplen ahora 100 años de la Reforma Universitaria en la que Del Mazo, entre otros, le dio vida al sueño de la Universidad Nacional, Popular, Gratuita y Autónoma. Los alumnos y los graduados tomaron la palabra en el norte de los destinos de esta institución.

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La historia de mi vida está atravesada por la Universidad del Estado. Mi viejo, un gran tipo, era ingeniero, una cabeza maravillosa -y no lo digo porque haya sido mi padre, lo digo porque así lo fue-. Tengo una medalla gastada ya por los años que guardo como tesoro. Y la miro de reojo mientras escribo estas líneas.

Mi madre, egresada de la primer camada de psicología de la misma casa, en el 1952. Lo cuenta con orgullo y me da orgullo que lo cuente: “Yo me recibí de Lic. en Psicología en la Universidad de Bs As en el año 1987. Entré en el año 1983, después del horror de la dictadura, y el espacio universitario era uno de los recuperados en democracia luego del momento más negro de la historia de nuestro país”.

Estoy orgulloso de haberme formado allí y le debo mucho pero mucho a la universidad. Y eso también me llena de orgullo. Me nutrí de educación pública y lo agradezco. Mis hijos fueron ambos a la escuela pública, por absoluta elección de sus
padres. El mayor tiene 24 años, le faltan pocas materias para recibirse de diseñador gráfico y es docente en FADU.

En La Noche de los Museos del 2017 lo acompañé a un stand en el que, junto a su cátedra, imprimían remeras en serigrafía. Cuando volví a entrar a ese edificio después de muchos años sentí algo raro que voy a tratar de explicar: había mucha gente, mucho pibe, y se respiraba distinto. El espíritu, las ganas de aprender, la pasión de los pibes, carteleras kafkianamente complicadas. Se respiraba sentimiento en un lugar casi mágico, diría.

Las Universidades Públicas han sobrevivido a pesar de los gobiernos, a pesar de algunos dirigentes que han hecho negocios en un lugar en el que nada debiera negociarse

Quiero que mis hijos tengan la opción de terminar sus carreras en la Universidad del EstadoQuiero que puedan hacerlo los hijos de mis hijos, y sus nietos, y al infinito y más allá. Quiero seguir conociendo historias de primeras generaciones de hijos de padres obreros y trabajadores que tienen la opción de estudiar en las universidades públicas y gratuitas de todo nuestro país.

La universidad pública es un sentimiento y los sentimientos no se recortan, porque el sentimiento es inmune al daño de las tijeras, los bastones, las navajas o cualquier otra elemento cortante que se utilice para tales fines.

La educación pública nos hace libres. No podemos tolerar de brazos caídos que la derrumben dejándola morir. No debemos silenciar los cientos de miles de alumnos que hoy ven su formación en peligro

La educación debe seguir siendo una prioridad en éste y cualquier otro gobierno. Nuestros hijos y los hijos de ellos nos lo agradecerán y es nuestro deber
alzar las voces. La educación debe ser derecho y no privilegio. Es un derecho que no se toca: con los chicos, con la salud y con la universidad pública no se jode. Con eso, señores, no se jode.