El lunes atendí todo el día. No miré noticias ni abrí portales de internet. Por la noche, un llamado de una persona muy querida y escucho: “Ale por favor, necesito que veas el video del Cheto de Banfield. Miralo, me da mucho asco, mucha tristeza”. Ahí me enteré, ahí tuve el primer contacto con este personaje.
Estaba por preparar la cena y sentí -cómo hace mucho tiempo que no sentía-, una profunda repulsión, una sensación extraña y muy poco agradable, que no suele ser parte de mi repertorio de emociones. El cheto de Banfield y el perfecto decálogo del canalla argentino.
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La prepotencia del poder en una historia que ya vimos muchas veces y que, lamentablemente, parece que seguiremos viviendo como espectadores. Todo lo malo condensado en una sola persona. Todo estaba ahí: la soberbia, la prepotencia, la misoginia, la violencia extrema, el desprecio extremo por el ser humano, la impunidad, terrible impunidad, de quien se cree distinto y poderoso, con el poder de las insignias que ni siquiera le son propias.
La impunidad, asquerosa impunidad, del poderoso. El desparpajo revulsivo de alguien que alguna vez creyó, o cree, que es algo más que otro
La exhibición obscena simula una historia que mezcla Kafka y Almodóvar con
la violencia de Tarantino… Pero no. No es ficción. Es Argentina 2018. ¿Cómo permitimos semejante despliegue de histrionismo vil, de narcisismo aberrante?
Lo escucho al Cheto de Banfield y, más allá de algún trastorno de personalidad o alguna cosa que no me importa, veo reflejada una parte de nuestra Argentina, una parte muy difícil de digerir: tenemos los valores cambiados, el norte en el sur, el sur en el norte. Vemos en la televisión al Cheto de Banfield, acomodado como una
celebrity, y de vuelta me invade la sensación de asco y, sobre todo, de mucha pero mucha impotencia…
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Que no nos extrañe que dentro de poco esté conduciendo algún programa de chimentos porque así somos en este país… Beneficiamos a los poderosos con una impunidad absoluta, llamando “chico” a un hombre de 24 años acusado de abuso y dejando que diga, a viva voz, en la pantalla, que la víctima es victimaria y que fue un “ángel” o un “baby face adinerado” al que le querían sacar plata.
Estamos discutiendo, en la palestra de la actualidad política, si la policía tiene el derecho de disparar frente a alguna actitud sospechosa de alguien que ellos creen sospechoso. Y, mientras tanto, El Cheto de Banfield, “tan clase alta”, desfila por programas mientras revictimiza a su víctima, “tan de Ituzaingó” ella que “casi de lo merece”
¡Por favor! ¡No podemos tolerar semejante barbarie! El Cheto de Banfield no puede estar peinado y maquillado, sentado en un estudio de televisión disfrutando, porque se lo veía disfrutando de la situación. ¿Qué carajo nos pasa Argentina?
Basta de esta impúdica vidriera de la impunidad. Necesitamos juzgados y presos a los abusadores y violadores, a los soberbios de toda soberbia, a los que todavía piensan que el ser humano no sólo se divide por clases sino que vale en función de su billetera y de su “status”. Necesitamos que los poderosos y corruptos sientan sobre sus hombros todo el peso de la ley cuando se refugien en la impunidad de su cuenta bancaria para cruzar límites que no se corren.
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Quiero un país en donde a nadie se le ocurra siquiera insinuar un maltrato hacia ninguna mujer. Quiero un país donde la prensa no haga rating de la carroña. No quiero más caranchos de la desgracia ajena. Quiero dejar de sentir este asco y abandonar la tristeza de vernos tan ajenos a cualquier orden saludable.
¿Qué carajo nos pasa? Por favor, basta. Digamos basta. Exijamos BASTA. Ni uno más, ni una menos.
- Alejandro Schujman es psicólogo especializado en familias. Director de Escuela para padres. Autor de Generación Ni-Ni, Es no porque yo lo digo y coautor de Padres a la obra.
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