Ni estudia, ni trabaja, ni se va de casa: cómo ayudar a un hijo que se niega a crecer

Alejandro Schujman, licenciado en psicología, conversó con Buena Vibra sobre la generación NI NI, tema central de su libro.
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Les cuesta abandonar el nido familiar. No estudian. No trabajan. No registran inquietud vocacional alguna. Ni se los ve con deseo alguno de integrar la etapa que sigue, la de la vida adulta. Pudiendo elegir, no eligen. Son la “Generación Ni Ni”, miles de jóvenes atravesados por una constante: la indefinición. Esta es la problemática que aborda Alejandro Schujman, licenciado en psicología, en su primer libro.

Alejandro es padre, y muchos de los temas que aborda los registra desde múltiples planos, lo atraviesan como persona y como profesional. “A los jóvenes que ni estudian ni trabajan se les hace difícil abandonar el nido familiar e ingresar a la vida adulta. Son chicos y chicas sin proyecto de trabajo, vocacional, ni perspectivas de crecimiento personal, paralizados en su proceso de crecimiento, sin capacidad de tomar decisiones, instalados en el confort familiar”, dice.

En diálogo con Buena Vibra, brinda a los padres una serie de herramientas y propuestas para abordar las complejidades de esta nueva generación.

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En el libro planteás que los adultos son referencia ineludible de los jóvenes. ¿Qué incidencia tenemos sobre lo que le pasa a los jóvenes? 

Siempre digo en las charlas que hay una buena y una mala noticia que confluyen en la misma cuestión. La mala es que el 90% de las cosas que le pasan o hacen nuestros hijos tienen que ver con lo que nosotros hacemos o dejamos de hacer. Y la buena noticia es exactamente la misma, porque, entonces, depende de nosotros. Podemos ayudarlos.

Nosotros arrancamos como padres con todo nuestro crédito en relación a nuestros hijos. Como el sistema del registro para conducir con “scoring”, que tiene 20 puntos que el conductor va perdiendo a medida que va cometiendo infracciones. Los chicos tienen credibilidad absoluta en lo que nosotros hacemos. Siempre cuento una anécdota: yo estaba con uno de mis hijos, muy chico él en ese entonces, cruzando apurado la calle sin mirar, y casi nos pisan. Al llegar a la otra vereda, le pregunto si no se había dado cuenta que yo estaba cruzando mal y me contestó: “sí, me di cuenta, pero me estabas llevando vos”. Se me puso la piel de gallina y advertí la enorme responsabilidad que tenemos. Nuestra mirada determina en primera instancia gran parte de lo que vaya a pasar en la cabecita de nuestros hijos.

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A medida que van creciendo, el trabajo terapéutico en el consultorio es ayudarlos a tener una mirada propia y desprenderse de la nuestra. En la génesis del ser “Ni Ni” hay dos triángulos que yo identifico en un vínculo familiar saludable. El primer triángulo es confianza, dialogo y disfrute. De hecho, la palabra adicción viene de “a-ddicere”, lo que no se dice. Y si la palabra no circula saludablemente en el seno familiar, es difícil que algo interesante se construya en cuanto a vínculos.

La confianza como pilar esencial y el disfrute compartido, que a veces se pierde en la vorágine. El segundo triángulo lo forman la responsabilidad, el umbral de frustración y la capacidad de decisión. El laburo de los padres es darles a los hijos las herramientas necesarias para que entren al mundo de los adultos lo mejor parados posibles, el resto depende de ellos. Los chicos no vienen con manual de instrucciones pero podemos hacer y corregir.

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Son muy pocas las cosas que un padre puede hacer que no tienen vuelta atrás o que no tienen remedio. Podemos hasta pedir disculpas a nuestros propios hijos. Yo lo he hecho montones de veces. Tenemos esa enorme y maravillosa responsabilidad de darles lo mejor que podamos para que sean lo más felices posible.

 Aceptar que un hijo ya es una mujer o un hombre es aceptar también el propio envejecimiento. ¿Tiene incidencia la mirada que tienen los padres sobre sí mismos en el armado del estado Ni-Ni en sus hijos?

Vi hace una semana una película fantástica, “la familia Bélier”, la recomiendo, es una de esas para llorar de lo lindo. Se trata de una familia de sordomudos, padre, madre e hijo sordomudos y una hija parlante. Esta hija es la voz y los oídos de su familia hasta que un buen día descubre su don para el canto y ahí empieza el nudo de la película… Y no cuento más: hay que mirarla. Uno ve cómo los padres se debaten entre permitirle que deje el nido y vuele o retenerla. Tiene que ver con esta cosa ambivalente de dolor y enorme placer que nos genera ver crecer a nuestros hijos, con el miedo de verlos crecer en un mundo complicado.

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A su vez, como decís, el crecimiento de un hijo nos remite al propio envejecimiento. En ese marco, creo que lo bien parado que esté un padre o una madre en su vida es directamente proporcional a la facilidad que pueda tener para acompañarlos saludablemente, evitando criarlos desde nuestros propios miedos o desde nuestras propias proyecciones, dejando que hagan su vida, diseñen su propio destino. Y una cosa que suele jugar mucho ahí son las propias proyecciones que los padres hacen.

Hay un chiste de Tute, fantástico, en el que el padre, con guardapolvo, le pone la mano en la cabeza a su hijo y le dice: “Hijo mío, vos tendrás la absoluta libertad de ser médico como papá”.

Creo que verlos crecer saludable y apasionadamente es la mayor gratificación que podemos tener, y esto lo digo como padre más que como psicoanalista. ¡Que vuelen lo más lejos y lo más lindo que puedan volar!

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Decís que debe usarse la pasión como contracara de la inercia, la abulia y la apatía. ¿Cómo distinguir cuál de las pasiones de los chicos es apropiada y merece ser apuntalada?

Al final del libro invito a los jóvenes a que en lugar de REBELARSE, con B, se REVELEN con V, y corran riesgos saludables. Se revelen a ellos mismos lo que quieren. Cualquier cuestión que a los chicos genuinamente los apasione, que no les implique un riesgo objetivo, es positiva. Obviamente que si hay un adolescente que experimenta y quiere probar sustancias psicoactivas y está apasionado descubriendo las distintas especies de flores cannabicas, por más que esté genuinamente apasionado, no es algo que ningún padre pueda habilitar.

Todo un tema el consumo de sustancias hoy…

Sí. Está muy naturalizado el consumo y hay padres que negocian con que así son las cosas, “todos lo hacen”, y entonces aceptan enmascaradamente el consumo. Creo que de ninguna manera puede habilitarse ese hecho. Pero, volviendo al punto anterior, la pasión como motor para la espera y para la construcción de proyectos es esencial. En esto lo que prima y lo que manda es el sentido común.

    la pasión implica correr riesgos saludables. Implica espera. Tolerar procesos. pensar más allá de la inmediatez y la satisfacción inmediata

¿Puede asociarse el estado Ni – Ni a una pérdida generacional, común, de la pasión? ¿O es que las pasiones han desviado su “objeto de deseo”?

Acá me gustaría definir para conceptualizar. “Ni Ni” es aquel que pudiendo elegir, no elige. Yo acoto la problemática de los “Ni Ni” a las clases medias, porque en las clases bajas se da un fenómeno de exclusión social que es parte de otra historia. Lo que básicamente no tienen estos chicos y chicas que pueden llegar a ser “Ni Ni” es la posibilidad de armar un proyecto propio.

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Algunos estudian, algunos trabajan, pero lo hacen como una “probation”, como parte de un combo en el que hacen “como si” fueran grandes. Lo que les da la condición de “Ni Ni” es la indefinición y la imposibilidad de armar su proyecto. Y la imposibilidad de apasionarse por algo.

Una paciente me decía, muy compungida, que había dejado de pintar y que, de repente, se encontró con pinturas que había dejado sin terminar. Por suerte pudo angustiarse bastante y se prometió que iba a retomarlas, porque había dejado abandonado lo que más quería. Es decir, se había dejado a ella misma abandonada.

¿Qué incidencia tiene el medio social en la construcción de un joven Ni – Ni? ¿Cómo puede incidir un padre en esos factores?

Hay varios factores que confluyen. Básicamente aparece lo que yo llamo la conducta adictiva, es decir, los patrones de la patología adictiva: compulsión, tolerancia y abstinencia llevados al plano de lo comunicacional. Estos chicos viven en la cultura de la inmediatez, todo es ya, todo es ahora. Uso siempre este ejemplo: cuando yo era chico había figuritas difíciles, pero hoy los chicos tienen el servicio de “álbum lleno garantizado”. La empresa que vende las figuritas les da hasta 40 figuritas, lo cual es un montón, para garantizarles que no les falte nada. Y justamente el deseo funciona a partir de la falta, de lo que genera el aparato deseante.

Eso tiene que ver con procurarse las cosas, y la dificultad que tienen los chicos “Ni Ni” es la de poder procurarse lo que necesitan por fuera del espacio de lo familiar. Estos chicos tienen un hiper confort provocado por los padres, que plantean que “ya tendrán tiempo de sufrir” y les procuran todo lo que sus hijos necesitan, ahorrándoles la frustración que los obliga a esforzarse y buscar.

Es ahí donde los padres deben hacerles la vida amorosamente incómoda a los hijos. El medio social, desde un umbral de frustración bajísimo, ayuda a que los chicos no toleren la espera, el fracaso, el error.

Cuando yo era chico había figuritas difíciles, pero hoy los chicos tienen el servicio de “álbum lleno garantizado”. El problema es que el deseo funciona a partir de la falta

¿Qué rol juegan la tecnología, las redes sociales, en la vida de los jóvenes?

Los chicos se atrincheran atrás del monitor. Desde ahí es mucho más fácil vencer miedos, vergüenzas, cuestiones vinculadas al plano de las fobias. Y cuando tienen que salir al mundo externo se encuentran con que no tienen las herramientas para poder hablar de los afectos.

Hay una película fantástica. Se llama “Her” (“Ella” en inglés) en la que un hombre se enamora del sistema operativo de su PC, que se llama Samantha. No estamos muy lejos de eso. Los vínculos interpersonales están excesivamente mediatizados.

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La cuestión virtual genera un “como si” estuviéramos conectados cuando en realidad no hay mayor soledad que la que se produce frente al monitor. En mi libro “Herramientas para padres” presento un “Decálogo del uso saludable de la tecnología”, con algunas ideas y tips para que los padres puedan ayudar a los chicos, sin alejarlos de la tecnología, porque eso sería ponerlos fuera del mundo. Las pedagogías que promueven eso yo no las comparto particularmente. Los chicos deben tener acceso a la tecnología pero debe funcionar como un trampolín a la vida real y no un fin en sí mismo.

 ¿Cuándo se empieza a gestar un joven con estas características? ¿Pueden los padres percibir señales que adviertan que un hijo camina en esa dirección?

Yo digo que se empiezan a gestar desde el minuto 1. Cuando un chiquito llora en la cuna y no es de dolor, ni de sueño, ni de hambre, sino solamente de capricho, bueno… Ahí es donde hay que empezar a poner los límites. Hay un momento que es clave, que es cuando van terminando el secundario y se empiezan a quedar como varados. A dejar materias previas como trofeos, para no desprenderse del “ser estudiante”, empiezan a dormir mucho, a dejar actividades, a estar demasiado tiempo conectados a los aparatos. Ahí es tiempo de que los padres intervengan y con pocas maniobras esto se modifica.

Lo que los padres deben hacer es empezar a cortar los canales de introspección en los chicos. Muchas veces se destraba mediante alguna charla en el consultorio mientras los chicos todavía están haciendo el colegio secundario y otras veces hace falta alguna intervención terapéutica, especialmente cuando ya ha pasado un poco más de tiempo desde que terminaron el secundario.

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¿Podemos ayudarlos a vencer los miedos que paralizan a los jóvenes antes de que se genere la inanición, la abulia?  

Si los padres estamos dispuestos a escuchar, los chicos siempre dan señales. Antes de que se paralicen siempre hay datos que dan cuenta de que algo va a pasar. Siempre antes de un cuadro de mucho miedo en la adolescencia, hay pequeños temores.

En general, los chicos “Ni Ni” son introvertidos, o a veces son líderes que cuando pierden el grupo de referencia se refugian dentro de parámetros donde lo conocido los tranquiliza. Si los padres están atentos a pequeñas señales -una baja excesiva en el rendimiento escolar, muchas horas de sueño, abandono de actividades extraescolares-, pueden intervenir, acompañar, escuchar, ver qué pasa y ayudarlo a que se anime.

Si los chicos se animaran a correr riesgos, a fracasar eventualmente, a elegir una carrera y si no funciona entender que solo perdieron un año, algo se va a capitalizar. Hay mucho por hacer. Es fundamental entender que lo “Ni Ni” no es una patología sino un estado. Los padres tenemos mucho por hacer para revertirlo o destrabarlo.

  • Alejandro Schujman, psicólogo especialista en adolescentes. Autor del libro Generación Ni Ni y coautor del libro Herramientas para padres.

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