¿Cuánto valen los abrazos que no nos podemos dar? Lecciones que deja la pandemia de coronavirus

El psicólogo Alejandro Schujman sostiene que depende del rol que ocupemos ante la crisis, que la película sea épica o de terror. ¿Cuánto hemos perdido en esta crisis?

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La pandemia de Covid-19 sin dudas nos cambiará para siempre. Compartimos con  nuestros lectores algunos pensamientos del prestigioso psicólogo Alejandro Schujman, quien aborda este tema tan actual que toca de cerca a todo el mundo de un modo jamás imaginado.

Recordemos el poema escrito durante la epidemia de peste en 1800, de K.O'Meara:

Y la gente se quedó en casa.

Y leyó libros y escuchó.

Y descansó y se ejercitó.

E hizo arte y jugó.

Y aprendió nuevas formas de ser.

Y se detuvo.

Y cuando el peligro terminó.

Y la gente se encontró de nuevo.

Lloraron por los muertos.

Y tomaron nuevas decisiones.

Y soñaron nuevas visiones.

Y crearon nuevas formas de vida.

Y sanaron la tierra completamente.

Tal y como ellos fueron curados.

Y el planeta dijo: "Paren"

El mundo se puso raro. Ya era raro antes, pero una extrañeza a la que estábamos acostumbrados. Éramos parte del problema, estábamos dentro de él. Estaba casi todo al revés, pero en un desorden de cosas legitimado. Vivíamos mal, muy mal, pero no nos dábamos cuenta. O sí, y pensábamos que nada podíamos hacer.

Y de repente, como en los sueños (pesadillas para mejor decir), todo fue diferente, un grito desde el universo dijo "paren".

Teníamos certezas, o eso creíamos. Hacíamos planes, mejor o peor, éramos dueños de nuestras vidas. O eso creíamos. Y de repente llega el mensaje a interpelarnos y decirnos:

¿Te pensaste que eras tan importante? ¿Creías que podías así, sin más, sentirte inmortal?

Porque vivíamos como si lo fuéramos, menospreciando las señales del universo, maltratando el planeta, posponiendo lo urgente en pos de lo importante, con el foco en nuestro ombligo y construyendo un mundo libre de empatía.

Y de repente, todo cambió. Y estamos viviendo una película de ciencia ficción. Pandemia​, y parece el título de una producción de cine catástrofe. Pero no, está sucediendo. Estamos viviendo una de las heridas narcisistas más grandes del último siglo.

Somos vulnerables, indefensos, un virus pone en jaque al mundo entero. El ser humano precisa sostener la absurda ilusión de que alguna de las variables esenciales del vivir está bajo control. El coronavirus​ pone en evidencia la fragilidad de esta utopía.

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Sólo nos queda cuidarnos entre todos

Estamos hoy en el reino de las incertezas, mañana, quién sabe mañana. Y deja al descubierto lo absurdo de este mundo, mundo patas arribas, mundo líquido, prepotente y soberbio.

¿Y ahora? Lo que le pasa al vecino me toca a mí, se terminaron los privilegios, se dio vuelta la historia. O nos cuidamos entre todos o el planeta se derrumba. No somos tan poderosos, un virus microscópico desnuda nuestras miserias y nos confronta con lo verdaderamente importante.

Hoy un médico es más importante que una estrella del fútbol, un grupo de científicos investigando vacunas son la tapa de los diarios y no los influencers haciendo videos de culto al ocio, o la realeza y sus problemas de alcoba.

Las certezas se han diluido, solo preguntas. No hay más planes más que cuidarnos entre todos

Y el coronavirus plantea el siguiente desafío, y este es el eje de esta historia.

"Yo voy a contagiar muy rápidamente a todas las personas que pueda, pero la ventaja que les doy es que no soy altamente letal. Si se organizan bien pueden ganarme, si no los destruyo"

Como en la saga del “El juego del miedo”. O mejor dicho, podemos terminar viendo una de terror o una película épica en donde el espectador termina conmovido y aplaudiendo en su interior. Depende de nosotros.

Tenemos que construir un mundo solidario y empático en tiempo récord. No es sencillo. ¿Podemos hacerlo? Esperemos que sí. ¡Empezando ya!

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Éramos tan felices que no nos dábamos cuenta

Son días de aislamiento, salgo a comprar alimentos, y con cada persona con la que me cruzo nos miramos, a todos nos pasa lo mismo, y nos abrazamos con la mirada. Y se me anuda el pecho.

No quiero romantizar la cuarentena, pero algo desde aquí tiene que cambiar. Le agradecí al policía que patrulla las calles, le agradezco a la tripulación de Aerolíneas Argentinas que están repatriando a los compatriotas que están en el exterior, les agradezco con todo mi corazón a los trabajadores de la salud. Esto nos pasa a todos, somos todos hoy.

O aprendemos acá, o no aprendemos más. Raras costumbres tenemos los seres humanos, valorar lo que tenemos cuando sentimos que podemos perderlo

Todas las mañanas me despierto, enciendo mi velador, apago la alarma del teléfono, me cepillo los dientes. Prendo la cafetera, pongo el pan en la tostadora, pan calentito y café recién hecho, aromas que maridan de maravilla. Enciendo mi computadora. Salgo a darle mis perras Uma y Gala a Gastón, el paseador que todos los días toca dos timbres cortos. Le doy un abrazo de buenos días a Emi, mi vecino y amigo que cruza a abrir su gráfica tempranito. El abrazo a mis hijos cuando están en mi casa. Y la jornada empieza. No acostumbro a agradecer todos estos privilegios, no somos los seres humanos agradecidos.

Hoy, ¿cuánto valen los abrazos que no podemos dar? ¿Cuánto salir a la calle a correr con nuestras mascotas? ¿Cuánto tomar mate en ronda? ¿Cuánto vale lo que nos falta? No tiene precio, claro que no lo tiene

Mi hijo mayor Ignacio vive solo, fui a visitarlo dos días antes de la cuarentena. Lo abrace con los codos, con la mirada, nos sentamos alejados en la mesa.

Qué difícil. Hoy cada uno de nosotros daría lo que no tiene por volver el reloj atrás, que esta pesadilla termine y poder volver a disfrutar todos estos privilegios que teníamos sin saber.

Porque nos quejábamos, que el tiempo no alcanza, que el estrés y no sé cuántas cosas más.

Pero hay una buena noticia, una muy buena noticia en esta historia, Cada uno puede hacer su parte y un día, pronto quizás, la vida vuelva a su normalidad

Estamos como estamos porque somos como somos ¡Quedate en casa!

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Vivimos en un tiempo en donde el bien común está por encima de todo. No importan mis ganas, ni mis necesidades más superficiales, importa que lo que yo hago modifica a mi entorno. No podemos visitar a nuestros abuelos porque los ponemos en riesgo. No podemos salir a pasear porque podemos exponemos a los que más queremos. No podemos abrazarnos, no podemos compartir el mate, no podemos ir a la plaza aunque sea un día de sol hermoso.

No podemos. No debemos. No lo hagamos. Para así poder volver a hacerlo muy pronto

Y estamos en el país del principio de placer.

Los argentinos no somos obedientes. La “argentinidad al palo” es uno de nuestros principales motivos de orgullo, pero nuestro mayor flagelo. Somos una sociedad "puro principio de placer".

¿Qué quiere decir? Los seres humanos nacemos en estado de indefensión absoluta, y todo lo que precisamos debe ser ahora y ya. Los bebés no pueden esperar, tienen hambre, quieren teta. Ahora. Tienen sueño, quieren cuna ya. Dolor de panza, que los acunen inmediatamente. Todo es satisfacción y premura.

A medida que crecemos vamos aprendiendo a gestionar la capacidad de espera y frustración. No todo es como quiero y cuando lo quiero. A los 5 años aproximadamente se instala (esto es progresivo) lo que Sigmund Freud llama el Superyó. Esto es el conjunto de pautas, normas sociales que regulan nuestro comportamiento en sociedad. Aprendemos a postergar, a esperar, a administrar la frustración. A mirar al otro y construir la empatía. A postergar nuestras necesidades en pos del bien común, normas, y leyes de la sociedad en la que vivimos.

Poco de esto tenemos los argentinos, poco de esto tienen muchas sociedades en el mundo.

Los argentinos somos piolas, la transgresión es parte de nuestra cultura, la avivada es deporte nacional. Toallas robadas en los hoteles de Brasil, colarnos en las filas, no respetar a los peatones. Somos piolas, somos vivos, y así nos va… Hoy la historia nos convoca, nos interpela.

O cambiamos en un curso acelerado esta imbécil, soberbia e inmadura manera de vivir, o el futuro inmediato es la peor de las pesadillas.

No hay buenas noticias en estos días, pero quizás podamos construir una. Nuestro presidente dijo en su último discurso que nos han regalado el mayor de los tesoros: tiempo. Podemos desperdiciarlo desde nuestra soberbia y negación o usarlo para nuestro bien. Es de vida o muerte.

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La vacuna para la pandemia es: conciencia, empatía, aislamiento social.

Mientras escribo esta nota hay en el país 225 casos de infectados y más de 3000 detenidos por violación a la cuarentena. Está claro cuál es el problema.

La imbecilidad, la negación y la soberbia son más peligrosa que el virus mismo. Y me preocupa, y me da miedo, todos tenemos miedo

Pero hoy somos protagonistas. Hoy el desafío es estar muy cerca en la distancia. Hoy es usar la virtualidad para estar realmente conectados. El aburrimiento es lo de menos, nos jugamos mucho más que eso.

Cuenta la leyenda que el bosque se incendiaba en medio de la noche. Los animales corrían desesperada y anárquicamente para salvarse. Salvo uno, pequeño, minúsculo. El colibrí. Volaba desde la laguna, donde cargaba agua en su piquito, y yendo al foco de incendio más importante vaciaba su pequeña carga. Así una y otra vez.

El mono que trepaba y saltaba de árbol en árbol lo ve y grita: "Colibrí, no vas a poder solo. Escapa, sálvate, no seas tonto".

Y el pajarito le responde: "Gracias monito, ya lo sé. Solo estoy haciendo mi parte".

Hoy precisamos, y es la única manera, un ejército de colibríes. Cada uno de nosotros, desde su trinchera, desde su lugar. Y volverán los abrazos, volverán los mates compartidos, volverán los niños en las plazas. Esto también pasará, solo si cada uno, como el colibrí, hace su parte. Difícil, muy difícil, pero no imposible.

*Gracias a mi amiga y colega Lic. Grossi por el acompañamiento siempre y en esta nota en particular

*Alejandro Schujman es psicólogo especializado en familias. Autor de Generación Ni-Ni, Es no porque yo lo digo y Herramientas para padres.

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