Que regalar recupere su humanidad, su ritual, su encuentro y su homenaje

El regalo que los hijos más valoran
es la presencia de sus padres.
Aunque siempre existe el riesgo
de que pidan la factura para un cambio.
(Anónimo)

La proximidad de las fiestas de fin de año nos desafía con el cierre de otro ciclo, la pausa navideña y la consabida renovación de ilusiones. También nos presagia el período de descanso estival, aún cuando la mayoría de los trabajadores retome su tarea el 2 de enero.

La celebración de la Navidad remite a imágenes infantiles que nos cuentan una historia sencilla: un pesebre, el nacimiento de un niño salvador y tres fantásticos Reyes Magos, portadores de presentes destinados a homenajear. Incienso, mirra y oro, objetos de valor real y simbólico ofrendados para destacar que ese niño recién nacido no es uno más. Es único, diferente; especial.

Volviendo a nuestro tiempo y a cualquier familia actual, es fácil entender que todo padre piensa que su hijo –recién nacido o mayorcito- es único, diferente y especial, por lo que merece ser homenajeado. Asumiendo el estimulante rol de reyes/padres, la mayoría quiere resaltar la presencia del hijo con presentes, ofrendas… En fin, con regalos.

Dos milenios después de aquel nacimiento, las familias festejan la Navidad con regalos. Y no sólo para los niños; regalos para los padres, abuelos, primos, amigos… Regalos para todos. Se enciende una pasión consumista que desborda todos los festejos. Mucho antes de la Nochebuena multitudes de fabricantes, distribuidores y clientes se movilizan frenéticamente a fin de lograr sus objetivos: vender y comprar. A pesar de lo reiterado, cada año nos siguen asombrando las masas ansiosas de buscadores/compradores con su lista interminable de nombres de conocidos, parientes y amigos.

Los chicos, receptores excluyentes de regalos, esperan esta fecha con programada expectativa. Los que saben escribir ya enviaron su carta; los que no, se encargan de repetir hasta el cansancio lo que quieren. A diferencia de los regalos sorpresa, la Navidad es fecha de abrir paquetes pre-conocidos, ya que Papá Noel ha ocupado -lenta pero firmemente- el protagonismo que antes tenía el niñito Dios. Despareja pelea plantean los mercantilistas.

Papá Noel ha ocupado -lenta pero firmemente- el protagonismo que antes tenía el niñito Dios. Despareja pelea plantean los mercantilistas

En esta vorágine de preparativos, búsquedas, entregas y apertura de regalos, se entreteje una red social de festejo que nos ofrece la oportunidad de una segunda mirada.

¿Cuál es el valor que le dan los niños a los regalos? A los de Navidad y a los otros. A los regalos por el cumpleaños, por el día del niño, por Reyes, al finalizar el cursado de clases y en muchas otras fechas/excusas que ellos tienen para esperar regalos, a las que hay que sumar ocasiones en las que piden eso que vieron en la tele, o en la vidriera, y que su amigo/a ya tiene…

Los padres que se ausentan muchas horas de su casa hemos instaurado en la dinámica familiar un ritual que se resume en la frase: ¿Qué me trajiste? Algo así como un peaje que abonamos al regresar a casa: pequeños obsequios que buscamos para iluminarles el rostro al vernos, pero que, como toda rutina, parecen ir en camino de reemplazar el saludo del encuentro. Les llevamos golosinas, figuritas, revistas. Cualquier objeto que nos simboliza, a modo de disculpa por la ausencia. Convengamos que a los padres nos produce placer llevarles ‘algo’; imaginar su cara cuando lo reciben. Desde el amor paterno incondicional incorporamos una rutina más sin reparar tal vez en las consecuencias.

Con la acumulación de momentos creados para entregar obsequios a los chicos los/nos hemos acostumbrado a minimizar el significado de un regalo

Con la acumulación de momentos creados para entregar obsequios a los chicos los/nos hemos acostumbrado a minimizar el significado de un regalo. Habituados a recibirlo, muchos hijos consideran que regalarles es una obligación y, que faltar a ese deber, una falta grave. Esta rutina va quitando la espontaneidad en el gesto de regalar y, de alguna manera, destiñendo la alegría del receptor. No son pocos los padres que sienten que se ha desvirtuado el momento de regalar; que es un mero trámite sin sorpresas ni homenajes.

se ha desvirtuado el momento de regalar; que es un mero trámite sin sorpresas ni homenajes

Mientras tanto los objetos se acumulan en estantes o cajones, pasando rápidamente al olvido. Pequeños regalos sin historia, significado ni emoción. Son pocos los chicos que muestran orgullosos su oso de peluche; no podrían elegirlo entre una enorme colección de peluches ya que ninguno se ha ganado el cariño permanente de su dueño. Y así con los autitos, las muñecas, las hebillas del pelo, las figuritas… la lista es interminable, en todos los estratos sociales urbanos. Tal vez podríamos acordar que los adultos actuamos igual, acomodándonos -según la capacidad económica de cada uno- al consumismo permanente que propone esta sociedad líquida, (al decir de Zygmunt Bauman) de formas cambiantes.

Probablemente también coincidamos en que el placer no necesariamente reside en tener cosas sino en el puro acto de desearlas y adquirirlas.

Cualesquiera sean las causas que nos llevaron a esta situación, todavía podemos modificar algunos gestos familiares a fin de devolver valor al encuentro que representa regalar. Seguramente no podremos modificar la turbulencia del consumo ni su consecuencia directa, la banalización del objeto consumido. Pero sí podemos cambiar la escena, volviendo a humanizar el vínculo. Encontrarnos con nuestros hijos en el momento de regalar, abrir juntos los paquetes y concluir que, en realidad, lo importante era que el otro estuviera allí, justo enfrente, y en ese momento.

 

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