Las cifras son dolorosas, claras y concluyentes pero, sobre todo, son enormes.
Según las Naciones Unidas, cada año en el mundo se paga un billón de dólares en sobornos y se roban 2,6 billones de dólares mediante la corrupción
Más del 5% del PBI mundial va a parar a manos de la alianza mafiosa que, básicamente, une a altos funcionarios corruptos con grandes empresas contratistas de los diversos Estados.
Los mismos cálculos indican que, en los países en desarrollo, la corrupción se apropia de sumas diez veces mayores que la dedicada a la asistencia para el desarrollo.
La corrupción es un delito muy grave. Se comete contra la sociedad toda pero, principalmente, contra los que menos tienen y, por lo tanto, más necesitan del Estado para acceder a un piso vida digna, al mínimo de derechos que los tratados internacionales y las leyes les reconocen y, en teoría, les garantizan.
En octubre de 2003 la Asamblea General de la ONU declaró el 9 de diciembre Día Internacional contra la Corrupción. No debería ser una fecha más en el almanaque. No debería pasar -como por desgracia sucede- casi desapercibida.
No hay demasiados avances para celebrar catorce años después de la decisión de Naciones Unidas. Las cifras de hoy no son mejores que las de entonces y las características sistémicas del problema no han hecho más que acentuarse.
La corrupción nos priva como sociedad de fondos hoy indispensables. Terminar con ella resolvería buena parte de los déficits fiscales que tanto desvelan a los gobiernos y perjudican al común de la gente.
No es sólo eso. Sabemos que también es causa de muertes absurdas (como la tragedia de Once por sólo dar un ejemplo) y de vidas desperdiciadas por el abandono y la exclusión.
Pero tampoco terminan allí sus brutales efectos.
Gracias a la corrupción las instituciones se degradan, la confianza en la dirigencia se pierde cada vez más y, al cabo, el propio Estado de Derecho Democrático, esa forma de convivencia que tantos siglos de padecimientos costó alcanzar, corre serio peligro
La corrupción no es un fenómeno nuevo ni sencillo de enfrentar. El abuso del poder, el robo de lo público, son constantes a lo largo de la historia. Sin embargo -y sin duda- la corrupción es mayor en las sociedades más atrasadas, menos desarrolladas, donde los controles y el respeto a la Ley son menores.
Es hora de entender que ningún acto corrupto puede ser justificado. No importa quien lo cometa ni los pretextos que Invoque.
No hay corrupción “buena” ni “menos mala” que otra. La corrupción no tiene ideología (aunque lo pretendan algunos corruptos), no es “de izquierda” ni “de derecha”
El consenso contra la corrupción debería trazar una línea entre los que consideran válido robarle a la sociedad y la abrumadora mayoría que piensa lo contrario, es decir, los que resultamos ser sus víctimas.
Por eso es urgente y necesario hacer del 9 de diciembre una fecha importante, un momento para asumir con fuerza y decisión el compromiso de luchar contra uno de los grandes males que afectan a la humanidad.