River-Boca: vergüenza, bronca y la oportunidad de terminar con las mafias del fútbol

Las palabras no alcanzan para describir los sentimientos que invaden a decenas de millones de argentinos este sábado tan triste como indignante. Vergüenza, bronca, asombro… Nada alcanza. Ni todas ellas juntas son suficientes para resumir la sensación de impotencia de la inmensa mayoría de la sociedad argentina ante una violencia demencial y absurda que, otra vez, se adueña del escenario con increíble facilidad.

Sabemos que no es algo nuevo ni reciente. Muy por el contrario, se trata de un fenómeno en crecimiento hace demasiados años, afincado en poderosos resortes de poder, emparentado en forma directa con la política y la dirigencia del fútbol.

La reventa de entradas es una simple muestra, grotesca y notoria, de estas complicidades mafiosas que involucran sumas negocios de gran dimensión en un contexto de actividades delictivas perfectamente organizadas

Del otro lado está la gente. Millones y millones de personas que disfrutan de un deporte hermoso, el que siempre tiene una sorpresa escondida, el que genera emociones y alegría en todo el planeta.

Somos de River y Boca, de Boca y River, de tantos otros equipos con historias propias con cuyos colores se identifican barrios, pueblos y ciudades de un país atravesado por la pasión futbolera. En las familias conviven seres que se aman y a la vez se apasionan por colores distintos, que saben de la magia del juego, que aceptan una regla básica: podemos jugar porque existe el “otro”, podemos ganar, empatar o perder cada partido y siempre habrá otro para seguir disfrutando o sufriendo pero, ante todo, jugando.

Esos argentinos, la inmensa mayoría, vivieron en estos días el preludio de una fiesta que la mafia, los criminales, los violentos, les negaron

Por cierto no se trata de los 20, 50 o 100 que tiraron las piedras, robaron y agredieron a la policía en los alrededores de la cancha, sino de la estructura del sistema que permite que existan, los propicia y los protege

Quizás hoy se abra una oportunidad de empezar a terminar con esa pata de la corrupción sistémica, con las tristemente célebres “barras bravas” y sus negocios, con quienes las usan o las habilitan desde el poder.

Si este fondo que tocamos hoy no sirve para decir basta, para pedir a las mafias que nos devuelvan el fútbol, estamos perdidos. Seguiremos buscando las palabras para expresar la bronca, para digerir la frustración, sin encontrar el camino que nos devuelva al disfrute de este deporte maravilloso. Pidamos, exijamos, que esta vergüenza sea la última.