“El Colegio”, nuestro Colegio, mi Colegio

Monumento histórico nacional. Esa es, justamente, la primera impresión que tuve del Colegio al conocerlo.

Tenía apenas 11 años cuando empecé a transitar sus enormes claustros, la impresionante Aula Magna, sus aulas cargadas de historia, las grandes escaleras de mármol, los mil y un recovecos del magnífico edificio neoclásico que imponía respeto y cierto temor.

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Primero el duro desafío del ingreso. La preparación durante el último grado de primaria y los exámenes rendidos en días sucesivos, donde menos de la cuarta parte de los aspirantes lograba el ansiado objetivo.

Recuerdo el día en que buscaba mi nombre en los listados pegados en las paredes para constatar que había entrado con la nota mínima indispensable. Recuerdo las caras largas de los que no lo lograron y la alegría –aún infantil- de quienes serían mis compañeros durante seis largos, maravillosos, inolvidables años.

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Entrar al Colegio era un logro, un orgullo, un compromiso, un privilegio. Niños de 12 (o a lo sumo 13) años cargábamos con la responsabilidad de recibir la mejor educación mientras aprendíamos a conocernos, a descubrir el mundo que se abre a los ojos de los adolescentes.

La historia nos envolvía. Nos acostumbramos a la exigencia, a grandes profesores (y de los otros, claro), a la deslumbrante biblioteca, a los bien provistos laboratorios, al querido campo de deportes junto a la Costanera.

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Matizamos con las transgresiones de entonces, las rateadas, el descubrimiento de la libertad, las lecturas ávidas, los campamentos, las guitarreadas, los primeros amores.

Nos sentimos protagonistas de una realidad intensa, cambiante, compleja. El Colegio, como integrante de la Universidad, siempre fue parte y receptáculo de la realidad.

En 1966 cursábamos el primer año cuando el nefasto golpe de Onganía derribaba al gobierno electo del entrañable don Arturo Illia. La noche de los bastones largos cayó sobre la Universidad reformista y la sufrimos en carne propia porque decenas de excelentes profesores fueron echados del Colegio.

Tres años más tarde la protesta social contra aquella dictadura (que luego llamaríamos “dictablanda” al compararla con el horror desatado en 1976) estalló en el Rosariazo y el Cordobazo.

Muchos de nosotros aprendimos a comprometernos y a participar en política, a enfrentar las prohibiciones y proscripciones que incluían a una parte de la propia administración del Colegio. Al año siguiente llegamos a tomar el edificio para reclamar la libertad de un compañero preso. Los ideales nos emocionaban, nos comprometían.

Egresamos a fines de 1971. Hermanados por tantas vivencias, por el crecimiento compartido, por la firme creencia en un futuro mejor, por seis años que nos cambiaron para siempre.

Nos despedimos tras un año de festejos desatados, de frenesí adolescente, de disfrute sin límites, pero los vínculos quedaron. Pasamos a ser parte de la rica historia que contemplábamos al entrar. Nos llevamos (para bien y para mal) la obligación de responder a lo que de nosotros se esperaba y una experiencia de aprendizaje que fue mucho más allá de su calidad educativa.

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La “vuelta olímpica” en 1971

Los años siguientes fueron feroces. La más sangrienta dictadura de la historia se apoderó del país y asesinó a decenas de miles de argentinos. Muchos de ellos alumnos y ex alumnos del Colegio. Varios compañeros nuestros, jóvenes valiosos, comprometidos, queridos, siempre recordados.

Trece años nos llevó volver a reunirnos. Tras la recuperación de la democracia logramos reencontrarnos para descubrir que los vínculos seguían intactos. Año tras año lo celebramos, los reafirmamos, los afianzamos.

Muchos de nuestros hijos fueron alumnos del Colegio. Una anécdota (de tantas) nos conmovió profundamente hace pocos días; el contacto con la hija (ella también ex alumna) de uno de nuestros compañeros, desaparecido en 1978 quien, en el homenaje a su padre, agradecía “el haber descubierto el cariño y la camaradería que cosechó en sus escasos 25 años de vida”.

Una antigua frase devenida en sigla: HAV (hermanos en el aula y en la vida) cobró un sentido diferente a medida que el tiempo transcurría

Aquellos seis años nos marcaron para siempre, son parte de nuestro adn, de nuestra esencia.

En 2016 cumplimos 45 años de egresados que, por supuesto, vamos a celebrar en nuestro querido Colegio, en ese gran Monumento Histórico Nacional.