– ¿Te conté que cuando yo era chica el lechero nos dejaba las botellas de vidrio en la puerta?
– Sí abuela, me contaste.
– ¿Y que no teníamos televisor? Me pasaba las tardes en mi pieza, leyendo esas novelas de amor que me compraba mamá.
– Sí Abu, ya hablamos de eso. ¿Vas a comer algo?
– ¿Tengo que comer?
– Te pregunto si querés galletitas o si vas a esperar la cena.
– Yo ya cené. Me parece que ya cené… ¿Qué hora es?
– Las 8, Abu. No puede ser que hayas comido; siempre comés a las 9.
– Ahora no tengo hambre. Sigamos charlando: ¿Vos qué estudiás?
– Estoy en el secundario, entro al último año.
– Ah… Mirá! Yo pensé que eras más grande. Y decime: ¿vos tenés hermanos?
– No Abu, yo soy el hijo de Beto ¿te acordás? No tengo hermanos.
– Bueno. Tenés ojos lindos vos. A ver, acercate. Sí, son ojos muy lindos. Mi marido tenía los ojos así, como vos. Era alto, buen mozo; y muy trabajador. No sé qué le pasó; hace mucho que no lo veo. Vivíamos en una casa grande que en el fondo tenía un patio con árboles… Y enredaderas. Me parece que era ahí; o me confundo con otra casa. ¿Vos vivís en Córdoba?
– Sí Abu, con papá, que es tu hijo. Él está charlando con el dueño; ya viene.
– ¿Para qué viene?
– Para estar con vos.
– En esa casa teníamos un perrito, el Batuque. Era chiquito, lo encontramos en la calle. Todo blanco, con las patas negras. Se murió el Batuque; no sé cuándo pero se murió.
– ¿Jugamos a las cartas abuela? Mirá que alguna vez quiero ganarte, sí?
– Dale, juguemos. ¿A qué?
– A la escoba, como siempre. Yo te ayudo a sumar.
– Bueno. ¿Te conté que de jovencita salía a caminar por la plaza? En verano, cuando se ponía más fresquito, hacíamos la ‘vuelta al perro’… Yo usaba un vestido azul y el pelo atado con lazo. Las chicas para un lado y los chicos para el otro, así nos cruzábamos. Después me puse de novia.
– ¿Cuánto tiempo estuviste de novia, abuela?
– … ¡Qué se yo!… Poco. Nos casamos en una iglesia chiquita, toda de blanco. El cura era el padre Roberto, un amigo de papá que había venido de Mendoza. ¿Lo conocés a Roberto?
– No Abu, no lo conozco.
– ¿Por qué viniste?
– Para estar con vos Abu. Y para que juguemos a las cartas, como todos los sábados.
– ¿Ya es sábado?
– Dale Abu, cortá el mazo.
– De luna de miel fuimos a un hotel; viajamos en ómnibus. ¡Hacía un frío…! Yo había llevado una valija grande y él se enojó porque era pesada. Después nos amigamos. Era de bueno mi marido… hace mucho que no lo veo. Decime, ¿dónde está tu papá?
– Ya viene, está pagando.
– Decile que no pague, que venga. ¿Te conté que no sé nadar? De chica me caí al agua; me parece que en un río. Me asusté tanto que no volví a meterme al agua. Mi mamá me hacía tener muchos miedos; a mis hermanas también. Yo tengo dos hermanas… ¿vos las conocés?
– Sí Abu, yo las conocí. Estás lenta para jugar hoy, eh?
– ¿Qué tengo que hacer?
– Cortá de una vez, que se hace tarde y me tengo que ir.
– ¿Adonde te vas?
– A casa.
– ¿Y yo con quién me quedo?
– Te quedás acá, con tus amigos. Acá te cuidan, te dan de comer, te quieren mucho.
– ¿Puedo ir con vos?
– …
– ¿…Puedo?
– Le pregunto al pá.
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