De nuestra mayor consideración:
Nos dirigimos al señor Juez del Tribunal de Familia de esta ciudad a fin de solicitar su intervención en un conflicto que ha puesto en alerta a nuestra familia, y que consideramos requiere urgente resolución.
Deseamos denunciar formalmente ante usted y quien corresponda la sustitución de nuestro hijo (varón, 14 años, buen chico) por otro ser que aduce portar el mismo nombre, edad y parentesco.
Nuestro pedido -originado en la perplejidad- suma la urgencia de recuperar a quien tanto amamos, en adelante llamado el usurpado.
Quien lo sustituyó, en adelante denominado el usurpador, muestra un notable parecido físico con nuestro hijo, aunque utiliza diferentes modos para comunicarse. El usurpado solía reír con frecuencia, hablaba nuestro idioma y, en ocasiones, hasta utilizaba palabras gentiles como “permiso”, “gracias” y “buenas noches”.
El usurpador, en cambio, es un sujeto hosco, malhumorado y que se expresa con gruñidos indescifrables. Experto en confrontaciones, esgrime la notable habilidad de hacernos sentir que –hagamos lo que hagamos- siempre quedamos en deuda con él.
Desde pequeño, nuestro querido usurpado mostraba alegría por quedarse en el hogar y participar en las fiestas familiares. Incluso, más allá de peleas normales, apreciaba a sus hermanos. El usurpador, en tanto, demuestra nula disposición para establecer cualquier tipo de contacto afectuoso con miembros de la familia.
Su señoría sabrá entender nuestra angustia, ya que el usurpador insiste en habitar nuestro domicilio sin dar explicaciones o pistas, mientras nosotros continuamos en la incógnita de conocer la suerte corrida por el usurpado.
Entre las diferencias notables destaca que el usurpado cuidaba su ropa. Además se tomaba el tiempo para acomodarse el jopo y ducharse con relativa frecuencia. El usurpador en cambio maltrata las prendas, decidió jamás volver a peinarse y sólo se baña semanalmente bajo fuertes amenazas.
Queremos transmitirles señor Juez que, a pesar de lo idénticos que parecen, es posible diferenciarlos por su olor. Aquel jovencito agradable, lampiño y perfumado que solía vivir con nosotros difícilmente se asemeja a este rebelde, peludo y maloliente invasor.
(Y todo lo referido ha ocurrido en pocos meses y delante de nuestras narices).
En la habitación del usurpado era posible observar algún tipo de orden, compatible con una vida medianamente normal. Por el contrario, el usurpador parece embestir cotidiana e intencionalmente contra los muebles y su contenido, generando en su cuarto imágenes dantescas. Es importante dejar asentado que, en una de las pocas oportunidades en que hemos tenido acceso al lugar, encontramos restos de comida que databa de semanas de antigüedad, sin que eso alterara su humor ni lo indujera a limpiarlos.
No obstante, hemos podido identificar una notable coincidencia entre ambos cuando el usurpador se encuentra reunido con amigos. En tales circunstancias vuelve a sonreír como lo hacía nuestro usurpado. Los pares parecen reconciliarlo con la vida e incluso pronuncia palabras completas e inteligibles.
En el ámbito escolar, algunos profesores también han notado la mutación aunque, para nuestro asombro, minimizan el problema aduciendo normalidad (¡¿normalidad?!).
Es importante destacar que el usurpado solía reconocer alguna autoridad y aceptar nuestras sugerencias. En ocasiones, lo vimos imitar gestos o expresiones idénticas a los de sus seres queridos. El usurpador, en tanto, rechaza todo comentario o pedido -aún los mejor intencionados -, descalifica nuestras opiniones, y ante cualquier propuesta levanta las cejas y se muerde el labio inferior, emitiendo un bufido que estremece, señor Juez.
Sin embargo, y pesar del fastidio que le causamos, el usurpador insiste en asumirse como pensionista en nuestro hogar, con las prerrogativas domésticas y económicas que ello conlleva.
Nuestra esperanza está centrada en los esfuerzos que realice la Justicia –humana o divina-, ya que hasta el momento no hemos conseguimos que el usurpador nos ofrezca pistas sobre nuestro añorado usurpado.
Creemos fervientemente que el tiempo ayudará, aunque nuestras fuerzas flaquean y requerimos apoyo de alguna autoridad, ya que tememos que este fenómeno se propague a los demás hijos.
Por todo lo expuesto rogamos intervención de Su Señoría, quien confiamos sabrá darnos una salida.
Agradeciendo su atención le saludamos con afecto, desconcierto y apuro.
Los padres de un adolescente.