España, Estados Unidos, Francia, Latinoamérica. No importa donde miremos, cada vez más personas se reconocen como parte de la Generación Sandwich, un grupo que se caracteriza por estar entre los 35 y los 60 años, pero fundamentalmente por ser los responsables de cuidar y velar por la seguridad y manutención de sus antecesores y sucesores familiares, es decir, de sus padres (o suegros) y de sus hijos.
Fue la trabajadora social Dorothy Miller, en un artículo publicado en 1981, quien acuñó este término, que ha acabado convirtiéndose con el paso de los años en una realidad global, a pesar de que ha ido evolucionando a medida que lo hacía la misma sociedad.
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Cuando Miller habló por primera vez de la generación sándwich lo hizo para describir a las mujeres de entre 30 y 40 años que se encontraban atrapadas como lo pueden estar las fetas de jamón y queso entre dos rebanadas de pan, entre la atención de sus hijos y sus padres mayores.
Quién es el jamón de este sandwich
Uno de los motivos que nos trae hasta este punto es que esta generación se ha tomado su tiempo para tener hijos. Según los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE) de España, la edad media en que las mujeres tienen su primer hijo se sitúa en los 32 años y es muy posible que la cifra sea mayor en el caso de los hombres.
Pero ahora, con la inserción a pleno de la mujer en el ámbito laboral y a igual ritmo que el hombre, el ser parte del jamón del sándwich ya no es algo solo femenino. La carga de ser sostén emocional y económico queda repartida entre ambos sexos.
Hay dos tipos de personas en la generación sandwich. Un grupo son aquellos adultos entre 40 y 59 años que tienen un padre de más de 65 viviendo con ellos o a su cuidado, al tiempo que crían sus hijos menores. El otro grupo es el que asume la responsabilidad del cuidado de los padres y sostiene a sus hijos adultos mientras cursan la universidad o están desempleados.
Esto se complementa con la prolongación de la adolescencia. Los jóvenes adultos prefieren el cobijo de sus padres. Éstos, a su vez, sienten como propias las metas de los hijos. “Las familias están apostando por que sus hijos tengan la mayor formación posible y que nada les distraiga en eso”, opina Alberto Sanz Gimeno, profesor de sociología de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).
“Los hijos adultos no pueden encontrar empleo y tiene que vivir en casa de sus padres. Ellos, a su vez, están tratando de ahorrar para su propia jubilación, sienten que ya han apoyado a sus hijos y quieren que vuelen por sí solos pero no pueden abandonarlos”, explica Lynn Feinberg, especialista en cuidado familiar de la Asociación de Personas Jubiladas de EE.UU. (AARP, por sus siglas en inglés).
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La salud se ve afectada
Evidentemente, tener que cuidar de hijos y padres no sale gratis. Tiene sus consecuencias. “No se puede aguantar, los niveles de estrés son altísimos”, asevera la psicóloga clínica Mila Cahue, al periódico La Vanguardia. Recuerda también que “la mayor carga recae siempre en las mujeres” a pesar de que cada vez hay más hombres “que están asumiendo cargas domésticas”.
“Se espera que sean ellas las que tengan que ocuparse de los mayores”, advierte, y en esta realidad ve reflejada la idea, “que no se hace explícita” y que cree que está muy arraigada en la sociedad, del supuesto sacrificio que tiene que ejercer la mujer por norma. “Son ellas las que tienen que anular su carrera, su vida profesional, las que van a las reuniones del colegio, que son reuniones de madres, no de padres”.
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Los que hoy están entre 50 y 60 años ocuparán en dos o tres décadas otra parte del sándwich. El envejecimiento de la población se prolonga cada vez más. Ello significa todo un desafío para la sociedad. Sin recursos para atender la demanda creciente de ancianos serán las familias las encargadas de soportar esos cuidados.