El debate hace a la esencia de la democracia. Parece una obviedad, algo que nadie podría discutir. Sin embargo en la Argentina no ha habido hasta ahora un debate entre los candidatos a presidir la Nación, un acto público donde confronten las propuestas y las personas que aspiran a ejercer el cargo más importante del país por cuatro años.
Tampoco hubo en nuestro país antes una segunda vuelta para la elección presidencial, sistema instituido hace más de 20 años en la reforma constitucional de 1994.
Como es sabido, ambas circunstancias se plantean ahora por primera vez y en este mes.
El domingo 15 tendremos el primer debate entre los candidatos a presidente y una semana después definiremos quien de ellos lo será en un ballotage
No es novedoso ni original afirmar que la dirigencia política –podríamos agregar a la dirigencia en general- goza de escasa confianza en la población. Se trata, por desgracia, de un fenómeno universal probado por innumerables encuestas de opinión y reflejado en infinidad de situaciones conflictivas, tanto en nuestro país como en el mundo entero.
Buena parte de esa desconfianza se vincula con el escaso –por decirlo con moderación- compromiso de los dirigentes con su carácter de representantes de quienes los eligen. Pocos, muy pocos, plantean con claridad sus propuestas, explican de modo comprensible su diagnóstico de la situación y las medidas concretas con las cuales piensan enfrentarla.
Desde otro ángulo, quienes llegan al ejercicio del poder no suelen tener vocación por rendir cuentas y, mucho menos, asumen como obligación cumplir con lo que propusieron.
Una de las frases más famosas de las últimas décadas es la de un ex presidente que nos explicó que nunca lo hubiéramos votado si nos decía lo que realmente pensaba hacer
La democracia necesita, sin duda, de una amplia participación popular que no puede limitarse a la emisión del voto. Pero, como punto de partida, requiere que el voto sea conciente, que cada uno de nosotros disponga de la información adecuada para emitirlo. Por eso el debate es necesario; por eso debería incluso ser obligatorio para los candidatos participar de un acto que ayuda al pueblo soberano a tomar su decisión. Allí deben comprometerse ante él para luego empezar a cumplir, si son electos, con la obligación esencial de rendirle cuentas de sus actos, del primero al último.
Vivimos en un tiempo en el que las ideas y los valores parecen diluirse. Donde todo es fugaz y transcurre tan rápido que olvidamos en instantes lo que acaba de ser “la gran noticia” del momento. Donde las emociones superan cualquier razonamiento y es difícil encontrar espacios para pensar profundo.
El debate presidencial de la próxima semana será FUNDAMENTAL, para informarnos, para que cada ciudadano asuma su pequeño pero decisivo porcentaje de la decisión colectiva
También para que ejerzamos el derecho y el deber de participar, con la seriedad que ello merece, en una elección que puede determinar, en gran medida, nuestro futuro y el de la sociedad a la que pertenecemos en los años venideros.