Aún existen guerrilleros soñando con la revolución. Salen todos los días a las calles a luchar por una comunidad más saludable y se enfrentan, sin miedos, a la decadencia urbana. Sus armas son palas y rastrillos, sus municiones: semillas. Se trata de los “Green Guerrillas” idealistas de la agricultura urbana que creen en el trabajo en equipo, la reinserción social y la sustentabilidad.
“La crisis puede ser una oportunidad para la movilización ciudadana”, manifestó Steve Frillman, Director Ejecutivo de Green Guerrilla, en una entrevista concedida al diario español El País. Y es que el movimiento nació en el año 1973, en Manhattan, Estados Unidos, en medio de una seria crisis financiera que sumergió a New York en un desastre urbano.
Las consecuencias más visibles de aquella situación estaban a la vista al doblar cualquier esquina: edificios incendiados y semi-derruidos parcelas abandonadas y destrucción de espacios públicos. Fue entonces cuando Liz Christy, artista y activista social, decidió ponerse en marcha y comenzó la tarea de transformar y recuperar estas zonas. Nació así lo que se conoce como la mayor “revolución verde”, en pro del paisaje urbano.
Plan de lucha
La estrategia era simple: buscar una solución a la emergencia urbana del entorno, creando nuevos espacios verdes. De esta forma empezó a gestarse lo que terminó siendo una red de más de 700 jardines, distribuidos por los distintos barrios de Nueva York: Brooklyn, Harlem y Bronx, entre otros. En todos los casos, bajo propiedad, gestión y mantenimiento de los vecinos de cada lugar.
Las herramientas que utilizaban originalmente eran simples “bombas de semillas” de fabricación casera (algo así como bolas, del tamaño de una pelotita de ping-pong, confeccionadas a base de tierra, arcilla y semillas de estación).
Con estos “proyectiles verdes” los activistas recorrían y bombardeaban los predios abandonados para hacerlos re-nacer y florecer, convertidos en jardines públicos.
El movimiento Green Guerrillas en la actualidad
Los Green Guerillas fueron legalizados en 1978 y hoy son una ONG que cuenta con más de 200 voluntarios y 800 miembros activos. Se trata de una organización sin fines de lucro que fomenta la creación de huertas comunitarias y se sostiene mediante donaciones.
Casi 40 años más tarde, el movimiento se transformó en una organización que busca integrar educación y acción política. Con un staff de casi 20 miembros fijos, el proyecto focaliza en promover el surgimiento de grupos auto-gestionados y acompañarlos con asesoría para que logren desarrollar sus propias granjas urbanas, centros sociales y parques comunitarios.
Las técnicas que se utilizaron para el desarrollo de cada uno de estos espacios son variadas: permacultura, producción biointensiva o siembra al voleo. En algunos casos, los predios cuentan también con tarimas o escenarios para realizar actos públicos, ya que la acción social es un aspecto fundamental de este colectivo.
En relación al tema, Steve Frillman asegura: “Lo que realmente me interesa de Green Guerrilla no es el jardín, los tomates y las papas, sino ver 25 o 30 personas trabajando juntas, creando programas. Los jardines comunitarios como centros sociales, de acción, o simplemente de reunión, dentro del vecindario”.
Actualmente, es posible encontrar más de 700 jardines comunitarios en Nueva York y decenas de experiencias similares en el resto del país. Además, existen réplicas del proyecto en países como España e Inglaterra.
Guerrilleros anónimos
A lo largo de los últimos años Green Guerrillas funcionó como fuente de inspiración para muchos otros revolucionarios que fueron surgiendo y creciendo en el anonimato, cada uno motivado por sus intereses o necesidades particulares, pero todos persiguiendo un fin común.
Ron Finley es uno de esos héroes. Con base en la ciudad de Los Ángeles, inició su movimiento de jardinería de guerrilla en el año 2010 con una plantación de zanahorias en la vereda de su casa. Hoy es un líder comunitario de referencia, con una organización que lleva su nombre, desarrollando huertas urbanas y dictando charlas Ted para concientizar sobre la alimentación saludable.
Otros ejemplos son Richards Reynolds, en el Reino Unido, con su organización “Guerrilla Gardening ORG” o Martín Rodriguez Delpech, quien armó composteras públicas en la vereda de su casa en La Lucila, para luego construir una huerta comunitaria en la que hoy participan los vecinos de la cuadra.
Quienes circulen por Vicente López pueden acercarse a la esquina de Wineberg y José Ingenieros. Allí van a encontrar un mini-emprendimiento comunitario que, a base de conciencia ambiental y mucho corazón, podría convertirse en un nuevo foco de la lucha pacífica por una sociedad más saludable.
Parte de una tendencia que crece fuertemente también en nuestro país, las huertas comienzan a traspasar el ámbito privado para asomarse a espacios comunes y auto-organizados que van ganando día a día más visibilidad. Cada vez hay más revolucionarios anónimos que se animan a ir más allá, accionando desde su propio lugar para llevar el mensaje de esta revolución verde a familiares, amigos, vecinos y hasta compañeros de trabajo.