En la región australiana de Nueva Gales del Sur, precisamente en una pequeña ciudad llamada Koonorigan vive Jo Nemeth, una mujer que a lo largo de un año meditó sobre una decisión importante que quería tomar en su vida, evaluando todas las posibles consecuencias que podrían derivar de ella hasta que finalmente se decidió.
Hace un año ya que Jo Nemeth renunció a su trabajo como oficial de desarrollo de la comunidad de Barrio Casino Centro y se traslado a esta pequeña ciudad en la que vive desde entonces sin usar dinero.
Fue un gran cambio de estilo de vida con un mensaje simple que nos hace pensar en qué es lo que realmente necesitamos y cuál es el impacto que producimos en el ambiente para conseguir lo que tenemos.
Esta idea de rechazar la esfera capitalista consumista no es nueva, pero es audaz y es el tipo de acciones que podrían contribuir a cuestionar la forma en que hacemos las cosas.
Un caso anterior a este es el de Heidemarie Schwermer, la maestra de escuela de 69 años de edad, quien también renunció a su trabajo, entregó sus pertenencias y se mudó de su apartamento en 1996 y nunca miró hacia atrás. Ella expresó de manera elocuente su parecer cuando dijo: “El dinero nos distrae de lo que es importante.”
En esta oportunidad, la australiana Jo cuenta que “Estaba en la cama enferma y mis padres me había enviado un libro llamado “Cambio de marcha”, que era alrededor de un pareja de Melbourne que montaron en sus bicicletas y recorrieron hacia arriba y abajo la costa este de Australia asombrados con la forma en la que se habían simplificados sus vidas.”
“Me pareció muy interesante y me expuso a la idea de que a veces la gente vive sin dinero y allí se me abrió un mundo nuevo. Los engranajes comenzaron a moverse en mi cabeza y pensé “tal vez no tengo que vivir de esta manera, agobiada por las facturas y el alquiler.”
Jo Nemeth aclara también que su decisión se inspiró en última instancia en el deseo de ayudar al planeta. Lo que la terminó de convencer fue el hecho de reconocer que lo que estaba haciendo tenía un efecto desconocido pero real en gente desconocida, que habita en lugares remotos alrededor del mundo.
“Todos los productos de plástico que importamos de China, todos los componentes de productos electrónicos … me sentí muy triste y abrumada.”
Si bien ella no sabía cómo empezar, decidió arriesgarse. Una vez que Jo dejó de ganar dinero, los gastos también comenzaron a detenerse.
Algunos amigos le permitieron tomar prestado un pedazo de su tierra en Koonorigan, cerca de Nimbin. Allí, se construyó una cabaña alimentada con energía solar utilizando materiales reciclados y vivió sin pagar alquiler a cambio de trabajar en su huerto.
Toda la comida que consume es de cosecha propia. Algunos alimentos o productos extra los canjea a los vecinos por los que ella misma produce. Jo cocina su comida en una estufa construida con ladrillos y el agua que usa proviene de un tanque de agua de lluvia filtrada.
Su rutina es muy sencilla y agradable. Un día típico incluye unas cuantas horas de trabajo en el cultivo de los alimentos orgánicos de su huerto, dos horas de cocina y mucho tiempo leyendo, conversando con amigos o simplemente caminando por la ciudad.
Uno de los aspectos más complicados de esta forma de vida que ella ha adoptado es la higiene. Por ejemplo, las servilletas que quedan sin usar en bares y rstaurantes ella las reutiliza como papel higienico. “Es posible que derramen un poco de café en ellas y luego las tiran a la basura , pero aún así están en óptimas condiciones de uso. Solo necesito recogerlas y reciclarlas.”
“La regla es la siguiente: No quiero utilizar recursos si se producen sólo para mi propio beneficio”, dijo Jo en una entrevista.
Sin embargo, el mayor desafío al que se enfrenta esta mujer australiana, reconocido por ella misma, es el que tiene que ver con la atención de su salud. “Para vivir sin dinero, hay que confiar en el sistema”, dijo Nemeth. Los centros médicos pueden ayudarla bastante pero hay especialidades como la odontología que requieren cuidados que no ha podido resolver hasta ahora.
Nemeth espera que su historia pueda motivar a otros a buscar formas que ayuden a reducir su huella de carbono, esto es, el impacto que producimos en el ambiente con nuestro estilo de vida. Ella contó que había pasado gran parte de su tiempo leyendo sobre el cambio climático y ahora está más apasionada por el tema que cuando empezó su estilo de vida sin dinero.
“He reducido mi huella en un 80 o 90 por ciento, pero si otras personas logran reducir las suyas en un 40 o 50 por ciento haríamos una gran diferencia colaborando para mantener el calentamiento global por debajo de dos grados”, dijo.
“Una persona promedio podría reducir su huella mediante la compra de productos que se elaboren lo más cerca posible de su domicilio, reduciendo de esta manera la cantidad de combustibles fósiles que se utilizan y de gases emitidos”.
“A veces me siento un poco aislada porque soy un poco extraña”, dijo.
“Me gustaría compartir lo que estoy haciendo con otras personas que quieran cambiar radicalmente su modo de vida y pasarse a una de bajo impacto como yo.”