Esta historia podría empezar en el año 2013, cuando Leah Carroll solo llevaba su embarazo a medio término y algunas complicaciones hicieron que no fuera posible esperar más y que tuviera que dar a luz.
Así fue que su hijo, el pequeño Malachi, nació en la semana 24 de gestación sin pulsaciones y los médicos tuvieron que reanimarlo. Permaneció varias semanas en la unidad de terapia intensiva de neonatología, hasta que finalmente pudo volver a casa con sus padres.
El diagnóstico no era alentador: hidrocefalia, encefalopatía isquémica hipóxica, parálisis cerebral, deterioro visual cortical, epilepsia y anormalidades ortopédicas. La vida de Malachi no sería fácil.
En los 4 años que transcurrieron desde que Malachi nació, Leah comparte en su perfil de Facebook las novedades respecto de su hijo. Sus avances, sus logros -pequeños pero significativos-, sus miedos y sus experiencias.
Y esta vez decidió contar una historia ciertamente conmovedora pero que además deja una crucial lección no solo a sus protagonistas sino especialmente a todos aquellos que gracias a las redes sociales podemos conocer lo que pasó.
Malachi y Leah se encontraban en un restaurante de Tennesse, en Estados Unidos, cuando la reacción de una desconocida y sus tres hijos les colmó de felicidad. Una historia que se convirtió en agradecimiento hacia una madre que supo cómo lidiar con una situación difícil cuando uno de sus pequeños señaló a Malachi sorprendido por su apariencia.
De aquella experiencia, ha nacido una carta de agradecimiento que cuenta ya con más de 200.000 interacciones en su perfil de Facebook. Aquí la compartimos:
“A la madre de tres en Chick-Fil-A”, comienza la carta escrita por Leah. “Sentí tu pánico cuando tu hijo de cinco años señaló a mi hijo en su silla de ruedas y gritó ‘¡mamá, mira a ESE niño!’. Te inclinaste hacia él y en voz baja le dijiste a él y a su hermano de tres años que no debían decir cosas como ésas y que no debían señalar o mirar fijamente. Pero como en la mayoría de los casos, esas sugerencias son fútiles con las mentes jóvenes y curiosas, y continuaron mirándolo fijo y haciendo preguntas acerca de las diferencias de mi hijo en voz alta”.
“Cuando sentiste que los susurros no estaban funcionando, vi que el pánico desapareció, tomaste un gran respiro y cobraste coraje. Llevaste a tus niños hacia donde estaba Malachi y dijiste: ‘¡Apuesto que le gustaría saber sus nombres!’. Cuando dijeron sus nombres, mi pequeño Malachi sonrió de oreja a oreja y les respondió atropelladamente. El placer en su rostro me llenó los ojos de lágrimas. Ama a los niños de su edad, pero muchos temen venir y hablar con él”.
“Tus niños continuaron preguntándole sobre su apoyabrazos, su silla de ruedas, por qué sus piernas no funcionan, por qué mantiene la boca abierta de esa forma. Tomaste el tiempo para educar a tus hijos en ese momento y los ayudaste a entender que ser diferente está bien. Lo diferente no es algo a lo que temer. ¡Y que está bien hacer preguntas! Gracias por darle a mi hijo la oportunidad de conocer a tus niños. Gracias por ser la clase de madre que educa a sus hijos en lugar de tratar de silenciarlos. Las madres de niños especiales tenemos que desarrollar una piel gruesa contra miradas, comentarios y susurros. Por favor, sepan que lleva mucho trabajo lastimarnos, especialmente cuando viene de niños pequeños. Den a sus hijos la misma gracia que nosotros les dimos y usen la oportunidad para enseñarles sobre diferencias. Así que, mamá de Chick-Fil-A, gracias por criar a tus hijos para que puedan abrazar a Malachi. Y gracias por darle a mi hijo algo por lo cual sonreír”.