La posibilidad de definir si un día ha sido productivo es un asunto muy personal, cada uno coloca la vara para medir su eficiencia en la posición que puede o debe. Sin embargo, muchos profesionales miden su nivel de productividad en función de las tareas realizadas u objetivos conseguidos.
Para poder cumplir esas metas y plazos, aumentan la cantidad de horas laborales. Pero trabajar más horas no siempre quiere decir producir más o mejor. Claro que la confusión es evidente. Si necesito más tiempo para terminar una tarea es bastante sencillo concluir que tendré que trabajar más horas y así arribar al objetivo o al plazo previsto.
Pero a veces la ecuación no es tan sencilla. De hecho, nos estamos olvidando un montón de factores que entran en juego en esta lógica trabajo-productividad.
Si trabajamos más horas un día no sería un problema, pero si eso se vuelve la dinámica habitual en nuestra vida seguramente estaremos cediendo calidad en pos de soportar más tiempo concentrados. Y eso conlleva inevitablemente al estrés.
Además, nuestro cuerpo no está igual a lo largo del día: hay momentos en que tiene más energía para algunas cosas, otros en que tenemos mayor capacidad de concentración, y otros en que la necesidad de bajar el ritmo se vuelve casi imperiosa.
Pero contraponiendose a esta lógica del trabajo a cualquier costo, está una práctica que defiende una rutina menos estresante y contraproducente, en la que al menos tengamos una hora al día para reflexionar o aprender algo nuevo que luego puede que legue puede ser útil en el trabajo o para la vida.
Estamos hablado de la ley de las 5 horas. Esta norma fue ideada por el prolífico inventor Benjamin Franklin y consistía en lo siguiente:
- Levantarse por la mañana muy temprano para leer y escribir.
- Escribir una serie de objetivos personales y evaluar continuamente si se está cerca de lograrlos.
- Crear un club para personas similares para intentar influir en la sociedad y mejorar el mundo.
- Convertir las ideas en experimentos.
- Tener momentos de reflexión por las mañanas y por las tardes.
Hoy en día lo practican algunos de los empresarios y gurús más importantes, desde Bill Gates, a Elon Musk, Marck Zuckerberg o Jack Dorsey.
Michael Simmons, cofundador de la empresa Empact, recomienda adaptar la norma de las 5 horas a los tiempos modernos. Para él, la clave es lograr cada día una o dos horas de espacio vacío: en vez de acabar tareas laborales durante esos 120 minutos, dejarlos despejados para pensar, para leer y sobre todo, para aprender algo nuevo.