968 kilómetros separan la ciudad bonaerense de la de Machagai, en la provincia de Chaco. Dos veces por año, alrededor de 60 pergaminenses viajamos a Colonia Aborigen con el objetivo de acompañar y compartir experiencias con niños, adultos y ancianos que nos esperan con enorme alegría y entusiasmo.
En cada viaje, nos estrellamos contra una escena que se repite con idéntica tristeza: el abandono, por parte del Estado argentino y provincial, de más de 10 mil personas de comunidades aborígenes que viven en la zona. La sordera absoluta de los dirigentes y funcionarios ante sus pedidos desesperados y la utilización de sus múltiples pobrezas cuando las urnas los necesitan.
En el último viaje, realizado pocos días antes de la PASO de este año, hablamos con Orlando, un hombre de unos 52 años dueño de una mirada incrédula, quien confió con resignación una realidad que conocen como pocos: “En este momento está el candidato a Gobernador en el pueblo, pero, si querés volver a verlo, sentate y esperalo, porque lo vemos cada 4 años cuando llegan las elecciones”.
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Orlando, junto a su vecino Walter, son dos de los habitantes que más participaron en las cuestiones política de la Colonia en los últimos años. “Lo vimos como una manera de ayudar a nuestra comunidad”, explican. Pero el paso del tiempo y el cansancio por las promesas incumplidas, les robaron las esperanzas y los volvieron más suspicaces. “Ya no votamos más, a pesar de que nos ofrecen 200 pesos por ir a la escuela el domingo. Nos cansamos de escuchar promesas y sentir que nunca nos dan lo que nos corresponde”.
“Acá no tenemos posibilidad de reclamo. En las elecciones somos los hermanos aborígenes, después somos los indios de mierda”, suelta Walter, con lágrimas en los ojos, digiriendo como puede una dolorosa mezcla de tristeza, desilusión y algo de enojo
Lo que nadie ve, lo que los medios no muestran
Transitar por los caminos de los Lotes ubicados en el “campo” de Machagai es una experiencia única. Hablar con la Comunidad Qom te hace conocer una realidad totalmente distinta a la que muestran los medios. Entender las condiciones en las que viven es muy difícil. Incluso se dificulta transmitirlo en estas líneas. Hay que estar ahí, sentirlo de cerca, olerlo, palparlo y recién ahí uno empieza a descubrir lo incomprensible, lo injusto, lo inhumano. Ahí nacen las preguntas. ¿Por qué? ¿Se puede hacer algo? ¿Nadie los ve?
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¿Saben de ellos quienes tienen la responsabilidad de tomar decisiones para que estos argentinos no vivan así? ¿Los conocen? ¿Les importan? Basta mirarlos para conocer las respuestas. Son el claro ejemplo de una Argentina que duele, que lastima, que asquea…
Aliviar tanto dolor es difícil, pero cada granito de arena sirve. Cada mirada que los ve, cada abrazo que les llega, cada gesto… Lo vemos año tras año, al comprobar cómo los habitantes de la Colonia Aborigen esperan con ansias la visita de este heterogéneo grupo misionero que bautizamos “Unidos por el Chaco”.
Ese colectivo que llega desde Pergamino es una de las pocas alegrías del año: “es muy lindo saber que hay gente que se acuerda y piensa en nosotros”, se emocionan
Las necesidades en Colonia Aborigen
La reserva aborigen tiene más de 100 años de historia. Y, si bien en un principio se les había otorgado a los pueblos originarios más de 25 mil hectáreas, hoy cuentan con menos de 20 mil divididas en tres Lotes, que cuentan con algunas escuelas y escasos centros de salud: la mayor preocupación de los habitantes de la zona.
“Hay una sola ambulancia en la colonia. Si no funciona o no está tenemos que esperar a que venga la de Machagai que tarda entre 45 minutos y una hora”, cuenta angustiado Francisco, que tuvo problemas de salud hace unos meses y quedó a la deriva por falta de atención médica.
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Otra de las grandes preocupaciones es el agua, ya que los pozos están ubicados en espacios públicos y reciben agua potable cada tanto. La consecuencia directa es que no hay agua suficiente para toda la población y se termina enseguida, con lo cual deben abastecerse del agua de lluvia para ingerir, cocinar y bañarse.
Si bien el trabajo del grupo misionero y de las Iglesias Católica y Evangélica es muy útil, no deja de ser una ayuda paliativa ante un abandono sistemático por parte del Estado
Los misioneros llevan donaciones de ropa, agua mineral y provisiones, además de desinfectar las casas, vacunar a los niños, abuelos y embarazadas y pasar tiempo con chicos y adultos como una manera de compartir experiencias, interactuar y conocer sobre sus necesidades para buscar la forma de transmitirlo.
Cuando uno regresa de cada uno de esos viajes siente que nada parece ser suficiente para esta enorme cantidad de personas que viven a la deriva, sin acceso a las condiciones mínimas de salubridad, educación y cuidado
Pero, para combatir la angustia que golpea ante cada regreso, ante el dolor de sentir que nos vamos y se vuelven a quedar solos, ni bien llegamos empezamos a organizar el próximo viaje. Nosotros no vamos a aparecer cada cuatro años. Nosotros los vemos, los escuchamos y lloramos ante cada una de esas caras de alegría al ver llegar el colectivo. Y nos volvemos llenos y agradecidos por tanto amor.
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Bastan esas miradas ilusionadas para confirmar que vale la pena volver una y otra vez y contar lo que vivimos para contagiar a otros, para que más gente se sume, para devolverles a nuestros queridos hermanos chaqueños algo de la dignidad que tanto merecen y que les robaron. Hasta pronto…
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