El sueño de Luther King y la lucha cotidiana contra un racismo que no cesa

“Yo tengo un sueño”, pronunció Martin Luther King el 28 de agosto 1963. Icono de la lucha contra la segregación racial, marca el rumbo hacia la paz y la justicia.

Martin Luther King Jr. dedicó su vida a la lucha no violenta por la igualdad racial en Estados Unidos. Su lucha pacífica buscaba terminar con el racismo y conseguir la igualdad de derechos de todas las etnias y razas, poniendo fin a la segregación racial sin apelar a la violencia.

King murió muy joven. Apenas 39 años tenía cuando lo asesinaron, pero dejó un legado imborrable: el derecho a la igualdad de todas las razas y ciudadanos en cualquier circunstancia y sin objeciones

Mientras estaba encarcelado después de una detención en 1963 en una manifestación no violenta, King escribió su “Carta desde la cárcel de la Ciudad de Birmingham”, en la que delineó la base moral del movimiento de los derechos civiles.

Ese mes de agosto pronunció su famoso discurso “Tengo un sueño” ante más de 200.000 personas reunidas en el Paseo Nacional en Washington. (Foto de portada)

En 1964 el presidente Lyndon Johnson firmó la Ley de Derechos Civiles que prohíbe la discriminación en el empleo, alojamientos públicos y otros aspectos de la vida. King asistió a la firma de la ley y siguió presionando para que una ley garantizara que no se podía negar a los negros el derecho a votar con prácticas discriminatorias tales como exámenes de alfabetismo. Así, en 1965 Johnson firmó la Ley de Derecho al Voto.

Martin Luther King recibió el Premio Nobel de la paz en 1964

El 4 de abril de 1968, King fue asesinado en el balcón de un cuarto de hotel en Memphis (Tennessee). En su funeral, miles de personas marcharon por Atlanta tras un carro tirado por una mula que trasladaba su féretro. Fue la imagen de su lucha y los valores que representaba.

En un ensayo publicado póstumamente titulado “Un testimonio de esperanza”, King instó a los estadounidenses negros a continuar su compromiso con la no violencia, pero también advirtió que: “No puede lograrse una justicia para los negros sin cambios radicales en la estructura de nuestra sociedad”.

El legado de King: la protesta no violenta

En declaraciones hechas en la radio en 1959 durante su visita a la India, King dijo: “Hoy ya no tenemos una opción entre la violencia y la no violencia; es la no violencia o la inexistencia”.

Su filosofía se inspiró en la acción no violenta de Gandhi para terminar con el dominio británico en la India.

La lucha contra el prejuicio

Durante la marcha en Washington de 1963 King declaró que: “Todas las personas deben ser juzgadas no “por el color de su piel, sino por la solidez de su carácter”.

Su legado es la búsqueda de un mundo libre e igualitario dedicado a la expansión de oportunidades, a la lucha contra el racismo y a poner fin a todas las formas de discriminación.

Es apropiado recordarlo en días en que la violencia recorre el mundo entero, lo que nos muestra que la historia no siempre avanza: a veces retrocede.

Nos quedamos con su discurso llamado “I Have a Dream” (Yo tengo un sueño), que en la historia estadounidense quedó a la altura del más importante que haya ocurrido hasta entonces, el que Lincoln realizó en Gettysburg.

 

“Yo tengo un sueño”: el texto completo de I Have a dream

“Estoy orgulloso de reunirme con ustedes hoy en la que quedará como la mayor manifestación por la libertad en la historia de nuestra nación. Hace cien años, un gran americano, cuya sombra simbólica nos cobija, firmó la Proclama de Emancipación.

Este importante decreto se convirtió en un gran faro de esperanza para millones de esclavos negros que fueron cocinados en las llamas de la injusticia. Llegó como un amanecer de alegría para terminar la larga noche del cautiverio.

Pero 100 años después debemos enfrentar el hecho trágico de que el negro aún no es libre. 100 años después, la vida del negro es todavía minada por los grilletes de la discriminación

100 años después, el negro vive en una solitaria isla de pobreza en medio de un vasto océano de prosperidad material.

100 años después, el negro todavía languidece en los rincones de la sociedad estadounidense y se encuentra a sí mismo exiliado en su propia tierra.

Y así hemos venido aquí hoy para dramatizar una condición extrema. En cierto sentido, llegamos a la capital de nuestra nación para cobrar un cheque.

Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y la Declaración de Independencia, firmaban una promisoria nota de la que todo estadounidense sería heredero. Esa nota era una promesa de que todos los hombres tendrían garantizados los derechos inalienables de ‘vida, libertad y búsqueda de la felicidad’.

Es obvio hoy que Estados Unidos ha fallado en su promesa en lo que respecta a sus ciudadanos de color. En vez de honrar su obligación sagrada, Estados Unidos dio al negro un cheque sin valor que fue devuelto con el sello de ‘fondos insuficientes’.

Pero nos rehusamos a creer que el banco de la justicia está quebrado. Nos rehusamos a creer que no hay fondos en los grandes depósitos de oportunidad en esta nación. Por eso hemos venido a cobrar ese cheque, un cheque que nos dará las riquezas de la libertad y la seguridad de la justicia.

También hemos venido a este lugar sagrado para recordarle a Estados Unidos la urgencia feroz del ahora.

Este no es tiempo para entrar en el lujo del enfriamiento o para tomar la droga tranquilizadora del gradualismo

Ahora es el tiempo de elevarnos del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el iluminado camino de la justicia racial.

Ahora es el tiempo de elevar nuestra nación de las arenas movedizas de la injusticia racial hacia la sólida roca de la hermandad.

Ahora es el tiempo de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios.

Sería fatal para la nación pasar por alto la urgencia del momento. Este sofocante verano del legítimo descontento del negro no terminará hasta que venga un otoño revitalizador de libertad e igualdad. 1963 no es un fin, sino un principio. Aquellos que piensan que el negro sólo necesita evacuar su frustración y que ahora permanecerá contento, tendrán un rudo despertar si la nación regresa a su rutina.

No habrá ni descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que el negro tenga garantizados sus derechos de ciudadano

Los remolinos de la revuelta continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que emerja el esplendoroso día de la justicia. Pero hay algo que debo decir a mi gente, que aguarda en el cálido umbral que lleva al palacio de la justicia: en el proceso de ganar nuestro justo lugar no deberemos ser culpables de hechos erróneos. No saciemos nuestra sed de libertad tomando de la copa de la amargura y el odio.

Siempre debemos conducir nuestra lucha en el elevado plano de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas de la resistencia a la fuerza física con la fuerza del alma.

Esta nueva militancia maravillosa que ha abrazado a la comunidad negra no debe conducir a la desconfianza de los blancos, ya que muchos de nuestros hermanos blancos, como lo demuestra su presencia aquí hoy, se han dado cuenta de que su destino está atado al nuestro. Se han dado cuenta de que su libertad está ligada inextricablemente a nuestra libertad. No podemos caminar solos. Y a medida que caminemos, debemos hacernos la promesa de marchar siempre hacia el frente. No podemos volver atrás.

Hay quienes preguntan a los que luchan por los derechos civiles: ‘¿Cuándo quedarán satisfechos?’ Nunca estaremos satisfechos mientras el negro sea víctima de los inimaginables horrores de la brutalidad policial.

Nunca estaremos satisfechos en tanto nuestros cuerpos, pesados por la fatiga del viaje, no puedan acceder a un alojamiento en los moteles de las carreteras y los hoteles de las ciudades.

No estaremos satisfechos mientras la movilidad básica del negro sea de un gueto pequeño a uno más grande.

Nunca estaremos satisfechos mientras a nuestros hijos les sea arrancado su ser y robada su dignidad con carteles que rezan: ‘Solamente para blancos’.

No podemos estar satisfechos y no estaremos satisfechos en tanto un negro de Mississippi no pueda votar y un negro en Nueva York crea que no tiene nada por qué votar.

No, no estamos satisfechos, y no estaremos satisfechos hasta que la justicia nos caiga como una catarata y el bien como un torrente

No olvido que muchos de ustedes están aquí tras pasar por grandes pruebas y tribulaciones. Algunos de ustedes acaban de salir de celdas angostas. Algunos de ustedes llegaron desde zonas donde su búsqueda de libertad los ha dejado golpeados por las tormentas de la persecución y sacudidos por los vientos de la brutalidad policial. Ustedes son los veteranos del sufrimiento creativo. Continúen su trabajo con la fe de que el sufrimiento sin recompensa asegura la redención.

Vuelvan a Mississippi, vuelvan a Alabama, regresen a Georgia, a Louisiana, a las zonas pobres y guetos de las ciudades norteñas, con la sabiduría de que, de alguna forma, esta situación puede ser y será cambiada. No nos deleitemos en el valle de la desesperación.

Les digo a ustedes hoy, mis amigos, que pese a todas las dificultades y frustraciones del momento, yo todavía tengo un sueño. Es un sueño arraigado profundamente en el sueño americano.

Yo tengo un sueño de que un día esta nación se elevará y vivirá el verdadero significado de su credo: ‘Creemos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales’.

Yo tengo el sueño de que un día en las coloradas colinas de Georgia los hijos de los ex esclavos y los hijos de los ex propietarios de esclavos serán capaces de sentarse juntos en la mesa de la hermandad.

Yo tengo el sueño de que un día, incluso el estado de Mississippi, un estado desierto, sofocado por el calor de la injusticia y la opresión, será transformado en un oasis de libertad y justicia.

Yo tengo el sueño de que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel sino por el contenido de su carácter.

¡Yo tengo un sueño hoy! Yo tengo el sueño de que un día, allá en Alabama, con sus racistas despiadados, con un gobernador cuyos labios gotean con las palabras de la interposición y la anulación; un día allí mismo en Alabama, pequeños niños negros y pequeñas niñas negras serán capaces de unir sus manos con pequeños niños blancos y niñas blancas como hermanos y hermanas.

¡Yo tengo un sueño hoy! Yo tengo el sueño de que un día cada valle será exaltado, cada colina y montaña será bajada, los sitios escarpados serán aplanados y los sitios sinuosos serán enderezados, y que la gloria del Señor será revelada y toda la carne la verá al unísono.

Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la que regresaré al sur. Con esta fe seremos capaces de esculpir en la montaña de la desesperación una piedra de esperanza. Con esta fe seremos capaces de transformar las discordancias de nuestra nación en una hermosa sinfonía de hermandad. Con esta fe seremos capaces de trabajar juntos, de rezar juntos, de luchar juntos, de ir a prisión juntos, de luchar por nuestra libertad juntos, con la certeza de que un día seremos libres.

Este será el día, este será el día en que todos los niños de Dios serán capaces de cantar con un nuevo significado: ‘Mi país, dulce tierra de libertad, sobre ti canto. Tierra donde mis padres murieron, tierra del orgullo del peregrino, desde cada ladera, dejen resonar la libertad’. Y si Estados Unidos va a convertirse en una gran nación, esto debe convertirse en realidad.

Entonces dejen resonar la libertad desde las prodigiosas cumbres de Nueva Hampshire.

Dejen resonar la libertad desde las grandes montañas de Nueva York.

Dejen resonar la libertad desde los Alleghenies de Pennsylvania.

Dejen resonar la libertad desde los picos nevados de Colorado.

Dejen resonar la libertad desde los curvados picos de California.

Dejen resonar la libertad desde las montañas de piedra de Georgia.

Dejen resonar la libertad de la montaña Lookout de Tennessee.

¡Dejen resonar la libertad desde cada colina y cada montaña de Mississippi, desde cada ladera, dejen resonar la libertad!

Y cuando esto ocurra, cuando dejemos resonar la libertad, cuando la dejemos resonar desde cada pueblo y cada caserío, desde cada estado y cada ciudad, seremos capaces de apresurar la llegada de ese día en que todos los hijos de Dios, hombres negros y hombres blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, serán capaces de unir sus manos y cantar las palabras de un viejo espiritual negro: ‘¡Por fin somos libres! ¡Por fin somos libres! Gracias a Dios todopoderoso, ¡por fin somos libres!'”.

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