Uno de los poemas más impactantes de Miguel Hernández es aquel que habla de la pena como un perro que no deja ni se calla, “siempre a su dueño fiel, pero importuno”. Según las neurociencias, la tristeza es una emoción básica del ser humano y ocurre, fundamentalmente, en situaciones de pérdida. Sin embargo, nuestro cerebro puede darnos una señal de tristeza en ausencia de un evento que lo justifique. Esta tristeza “sin causa” ha sido abordada desde la antigüedad. La melancolía, por ejemplo, era definida por la medicina hipocrática como “bilis negra proveniente del bazo que penetra en todos los órganos incluyendo el cerebro, produciendo síntomas depresivos” y estaba vagamente relacionada con lo que llamamos depresión.
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Síntomas de la depresión
Este concepto apareció recién a mediados del siglo XIX, cuando algunos diccionarios médicos ingleses la definieron como “el abatimiento anímico de las personas que padecen alguna enfermedad”. Actualmente se reconocen como síntomas típicos de la depresión (no es necesario que estén presentes todos) el estado de ánimo decaído, tristeza o sensación de vacío la mayor parte del tiempo y en forma persistente, pérdida de interés en las actividades habituales y en la capacidad de experimentar placer, insomnio o, por el contrario, muchos deseos de dormir, agitación o el enlentecimiento motor, la fatiga y la pérdida de energía, falta o exceso de apetito, disminución del interés social y sexual, sentimientos inadecuados de culpa, inutilidad o preocupaciones económicas excesivas, pensamientos sobre la muerte, fallas de memoria y dificultades para pensar y concentrarse .
La diferencia entre la depresión y la tristeza normal ante una situación vital está dada por la intensidad, duración y el nivel de interferencia que producen en nuestro funcionamiento habitual
Datos de la Organización Mundial de la Salud demuestran que, en la década del 90, la depresión era la cuarta causa de discapacidad; en 2004, subió al tercer lugar y se calcula que para 2030 será la principal causa de discapacidad en el mundo . Es frecuente ver que, en una familia, varios integrantes padecen o han padecido depresión. Sin embargo, no se ha descubierto aún “el gen de la depresión” y es difícil que se lo encuentre.
La genética nos muestra que los genes confieren sólo predisposición para determinadas enfermedades. Para que éstas se manifiesten, son necesarias ciertas influencias del ambiente.
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La mayoría de las enfermedades mentales se corresponderían a este tipo de interacción. Un ejemplo de esto lo refleja el trabajo del investigador británico Avshalom Caspi, que demostró la relación entre la exposición a estrés infantil y el desarrollo posterior de la depresión.
La depresión es una enfermedad que afecta el normal funcionamiento del cerebro de quien la padece y también de quienes lo rodean
Tratamientos para la depresión
En las últimas décadas, el tratamiento de los trastornos del ánimo ha sufrido enormes cambios. Hoy se cuenta con muchas herramientas para tratar la depresión.
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El trabajo interdisciplinario se transformó en el verdadero “estado del arte” en el tratamiento de la depresión. Y, aunque la mayoría de las personas con depresión puede mejorar, se calcula que sólo del 15 al 30% de los pacientes con depresión reciben tratamiento.
En la última estrofa del poema de Miguel Hernández, uno de sus versos dice: “no podrá con la pena mi persona”. La ciencia trabaja para mejorar la calidad de vida. En el caso de la enfermedad de depresión, parafraseando el poema, para que puedan las personas con la pena. Resulta central para condiciones como ésta reconocer la enfermedad cuando ocurre y buscar ayuda. Ojalá que esta columna resulte una contribución para esto.
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- Facundo Manes es Doctor en ciencias de la Universidad de Cambridge. Neurólogo, neurocientífico, rector de la Universidad Favaloro e investigador del CONICET.
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