Antonio Ibáñez de Alba ha invertido más de 20 años en desarrollar varias patentes contra la que es, según la OMS, la primera causa de muerte alrededor del mundo en niños de entre 5 y 14 años.
“Es un sinsentido tecnológico y un anacronismo macabro que hoy en día podamos configurar la alarma de nuestra casa desde el teléfono móvil, y sin embargo no haya una aplicación o un dispositivo que nos permita tener a los niños controlados en la piscina mientras los adultos estamos haciendo otras cosas”, le dice Ibáñez de Alba a Crónica.
“Siempre he sido muy sensible a las noticias que leía en los periódicos sobre los ahogamientos que se producen en verano. No podía evitar imaginar a una familia entera destrozada por un solo minuto de despiste”.
Su primer intento por acabar con esta tragedia se materializó en una piscina anti ahogo (gracias a un fondo que se eleva al contacto continuado de un peso) que obtuvo en 2003 el Primer Premio Internacional en el salón de la Feria de Barcelona a la Innovación Tecnológica.
El sistema, comercializado por Astral Pool, se utiliza hoy en piscinas de todo el mundo. A la pregunta de cuántas vidas ha podido salvar con su invento, responde tajante: “Un sola habría merecido todo el esfuerzo, pero sospecho que han sido miles”.
El segundo intento consistió en un tipo de agua flotante que no lleva sal y de la que acaba de presentar una versión mejorada. La clave está en su densidad (30 veces superior a la del agua normal) y en una fórmula secreta a base de productos naturales, como los que se encuentran en detergentes o champús convencionales, por lo que resulta inocua.
El inventor andaluz de 60 años celebra diciendo que:
“Incluso en el caso de que el bañista quede boca abajo, la presión del aire de la caja torácica hace girar el cuerpo impidiendo que trague agua”
Pero Ibáñez de Alba se ha propuesto convertir su agua flotante en un estándar de seguridad para la prevención de ahogamientos en toda España. “Mi principal preocupación son los niños”, asevera el multipremiado ingeniero e investigador.
“Gracias a mi patente los padres podrán estar tranquilos mientras sus hijos se divierten en la piscina”
El tercer y revolucionario invento de Ibáñez de Alba se presentará el 17 de octubre en la Feria de Barcelona. “Esta vez he ido mucho más lejos”, se jacta el científico. “Se trata de una serigrafía a modo de sello, como los de las discotecas, sólo que incoloro, que se aplica sobre la nuca y gracias a una tinta conductora asociada a un algoritmo controla en tiempo real los tiempos de sumersión de los bañistas, tanto de una piscina como en mar abierto”. De esta manera, si la serigrafía permanece sumergida más de la cuenta saltan las alarmas.
- Trabajó para la NASA y lleva 20 años en busca de la patente que acabe con los ahogos en piscinas
- En octubre presentará un “revolucionario invento que, por medio de un algoritmo”, podría cambiar nuestra forma de bañarnos
Su pasión por las piscinas se remonta a sus días de nadador semiprofesional y cuenta: “hice el servicio militar en el cuartel de El Serrallo, en Ceuta, y recuerdo perfectamente que una tarde estaba entrenando en la piscina cuando un compañero cordobés se tiró al agua sin saber dar dos brazadas seguidas”. Y agrega:
“Acudí inmediatamente al rescate y cuando por fin lo tenía agarrado por el cuello pude ver su expresión de terror. Jamás olvidaré aquella cara”
Aunque en su Wikipedia dice que es de Barcelona, Ibáñez de Alba reivindica sus orígenes andaluces. Nació en Chiclana de la Frontera y a los 9 años sorprendió a sus padres con un primer y rudimentario invento. “Convertí el tocadiscos de la casa en una radio que sintonizaba todas las emisoras de la época”.
Tras su paso por el Ejército, donde aprendió a manejar radares y llegó incluso a colaborar con la unidad especial de alta tecnología durante la Marcha verde del Sáhara, se licenció en ingeniería industrial en Barcelona. Sintió, dice, la llamada de la ciencia.