Los corredores de maratón –pero de maratón en serio, la de 42 km- saben que hay un punto crítico donde se enfrentaran a un momento decisivo. Suele ser donde la posibilidad del abandono o de continuar y lograr el éxito se hace presente con mayor frecuencia y dramatismo. Ocurre alrededor del kilómetro 32, un momento donde el agotado y sudoroso atleta se suele preguntar “qué hago aquí pudiendo estar plácidamente en otro lugar”.
Es un tiempo de cierto dramatismo y de mucho replanteo. Una valoración sobre cómo se llegó allí sabiendo que quedan cerca de 10 km por delante a recorrer. Se lo conoce como “el muro o la pared” y todo aquel que participó en una carrera de esa longitud sabe de qué se trata.
Hay “muros” más o menos dramáticos, como el caso de la colina “rompecorazones” en la maratón de Boston, que debe su nombre a que justamente se encuentra entre el kilómetro 32 y 34. Su ubicación en el recorrido suele ser mucho más definitoria que el propio desnivel que tiene y que apenas es de 27 metros. Esta “pared o muro” es el paso desde la tres cuartas partes al cuarto final del recorrido. Corresponde precisamente al 76% del total de la distancia de carrera.
Un momento de reflexión y replanteo, a veces con pesar y sufrimiento más que con dolor, podría guardar similitud con el tiempo en que las personas nos aproximamos a una edad que encierra un hecho clave: la jubilación o el retiro. Esto que suele darse entre los 60 y 62 años, en promedio, se vive como un parte aguas condicionado por la pérdida o modificación de un gran ordenador como es el esquema o ritmo de vida que impone el trabajo formal. A partir de allí, la incertidumbre, lo desconocido y el vacío que suelen expresar muchas personas sobre este momento clave de la vida. Algo muy parecido a lo que siente el maratonista con su crisis e incertidumbre.
Sabemos que las personas con mayor calificación suelen buscar permanecer el mayor tiempo posible en las actividades laborales que realizaron durante la mayor parte de su vida.
Otros aprovecharán ese tiempo futuro para comenzar nuevos emprendimientos, compartir más con sus familias o amigos, retomar proyectos que han quedado relegados de tiempos pasados y, aquellos más privilegiados, pensarán en viajes postergados. Otros simplemente descansarán.
Mire como se lo mire, es un momento de reflexión que puede encerrar cierto grado de angustia. En Estados Unidos se calcula que el 40% de los que llegan a esa edad lo hacen sin un ahorro que les permita afrontar una vejez digna, mientras que en Gran Bretaña este porcentaje afecta al 20% de las mujeres y al 12% de los hombres, según The Economist.
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Gran parte de la angustia e incertidumbre radica en que los esquemas sociales que prevalecen son aquellos que moldearon la sociedad hace 100 años: una corta etapa de educación y una larga etapa de trabajo seguida de un breve tiempo de retiro. Etapas que, como compartimentos estancos, se sucedían en una época donde la expectativa de vida era apenas superior a los 60 años en los países desarrollados.
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Hoy, en cambio, el modelo de etapas múltiples, donde se cruzan el aprendizaje, el trabajo y los momentos libres por elección o imposición, suele ser la regla tanto en países desarrollados como en aquellos que aún no lo son. Similar a una maratón donde, por momentos, parecería ser que las fuerzas sobran y, apenas unos kilómetros delante, nos preguntamos dónde ha quedado esa liviandad que nos transportaba instantes atrás.
Hasta hace pocas décadas, la vida se vivía muy rápido porque eran pocas las personas longevas que pasaban los 50 años. De ésto hace solo unas décadas
Había que pensar (y vivir) la vida como un “sprinter”. Hoy, en Argentina y en la mayoría de los países de la región, la expectativa de vida está cerca de los 76 años, expectativa que no para de crecer y que se espera que en un futuro no lejano sobrepase los 80.
De esta manera, un cálculo aproximado nos llevaría a afirmar entonces que quien llega en nuestro país a la edad de 60 años recorrió el 78% de su vida, número muy parecido a lo que ocurre con el “muro maratoniano”. Sin dudas, un tiempo de reflexión y cierto dramatismo que nada tiene que envidiarle al del corredor de maratón.
Ahora bien… ¿Cómo suele hacer el maratonista para poder sortear de la mejor manera posible el famoso muro? Suele dividir la carrera en etapas y, de esta forma, en su esquema mental el recorrido pasa a ser una serie de eventos que, de manera sucesiva, permiten cumplir el anhelo de cruzar la meta, un objetivo del 98% de los corredores (aquellos que no son de elite). Una expectativa de vida creciente impone una nueva forma de vivir las etapas finales del curso de vida. Una nueva longevidad, producto de una nueva vida mucho más parecida a una maratón de lo que pensamos. Aunque no seamos corredores.
- Diego Bernardini es médico, especialista en adultos mayores y envejecimiento. Es autor del espacio Nueva Longevidad en Buena Vibra, y autor del libro “De Vuelta”.
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