Cuando el prestigioso arquitecto Jan Gehl visitó Argentina en septiembre del 2015, con motivo de la Bienal de Arquitectura, dejó una frase flotando en el aire que reflejó el carácter innovador que tuvo su obra a lo largo de su vida. “Una ciudad pensada para personas mayores de edad o menores de 8 años es una ciudad más vivible para todos”, soltó el danés, refrendando, con intención o sin ella, el nuevo paradigma “age friendly” con que debemos pensar nuestra sociedad de cara al futuro.
Las calles, las plazas, los mercados y todos los espacios públicos contribuyen a definir el vínculo social de quienes viven en las ciudades. Un rol nada menor, sobre todo si se tiene en cuenta que, en Argentina, 8 de cada 10 personas viven en urbes: la urbanización es una de las “grandes” características sociodemográficas del país, una cualidad que se irá acentuando cada vez más.
Y hay un dato más: la mayoría no sólo vivimos en ciudades sino que las sociedades que integramos están envejeciendo. Según el censo de 2010, más del 10% de nuestra población está por encima de los 65 años: esto equivale a más de 4 millones de personas, de los que casi 2,5 millones son mujeres. Y si bajamos la vara a los 60 años, el porcentaje aumenta al 14,3%.
Las grandes tendencias para las próximas dos décadas en nuestra sociedad son el crecimiento de las ciudades y el envejecimiento de sus habitantes
En 2007 la Organización Mundial de la Salud aprobó el marco político de acción “Ciudades Amigables para el Adulto Mayor”, una especie de estructura teórica sobre la cual pensar, diseñar e implementar la ciudad en la cual vivimos y viviremos nuestras vidas. En este sentido, una ciudad “amigable” para la personas mayores considera aspectos como los espacios verdes y las barreras arquitectónicas, el transporte, el diseño de las viviendas, el grado de participación social de quienes la habitan, las estrategias de comunicación, señalización e información, así como los servicios de apoyo estatales, privados y civiles entre otros.
Hoy son más de 1.000 las ciudades que integran la “Red de ciudades amigables del adulto mayor” en el mundo. En Argentina, solo la ciudad de La Plata forma parte de esta red. Para sumar más ciudades a esta tendencia son fundamentales la integración intersectorial y la voluntad política. Los vientos de cambio que soplan en Argentina, sumados a posibilidad concreta de decisiones conjuntas entre la Ciudad de Buenos Aires, la provincia de Buenos Aires y la Nación, abren una enorme oportunidad.
Como nunca antes, se abre la posibilidad de que los Ministerios de Bienestar Social, Salud y Educación, el PAMI, la Defensoría de la Tercera Edad y otras dependencias estatales puedan alinearse en post de ciudades más amigables con las personas mayores, que no son ni más ni menos que nosotros mismos dentro de unas décadas.
No sabemos si Jan Gehl tiene claro que las ciudades que son “buenas” y amables con los niños y los mayores son mejores para todos por ser un arquitecto de prestigio mundial o por estar al borde de los 80 años. Pero sí sabemos que en Argentina tenemos una oportunidad. Que no se nos pase.
- Diego Bernardini es médico, especialista en adultos mayores y envejecimiento. Es autor del espacio Nueva Longevidad en Movida Sana y de los libros “De Vuelta” y “La segunda mitad”.
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