Pokémon Go: ¿Puede un juego para móviles convertirse en una amenaza?

La pregunta no parece absurda ni retórica, sobre todo cuando se refiere al juego que, en pocos días, se ha extendido por el mundo de un modo tal que ya se lo empieza a considerar como el más popular de todos los tiempos.

El Pokémon Go es un videojuego que trabaja en base a la realidad aumentada, es decir, la combinación de elementos virtuales con la realidad mediante un dispositivo tecnológico, en el caso, la cámara del celular. Partiendo del entorno real del jugador, se le añaden datos informáticos que lo transforman virtualmente.

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Los jugadores buscan Pokémon, los capturan para formar su colección y los adiestran para que combatan contra otros, pero todo esto no se hace sólo en la pantalla del celular sino en las calles del lugar donde viven, incorporadas al juego mediante el GPS de cada móvil.

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¿Dónde están los riesgos a los que nos referimos, que provocan severas advertencias de especialistas en seguridad informática y han alertado a diversos gobiernos del planeta?

Dejemos para otro momento los análisis sociológicos y psicológicos, los vinculados con las adicciones y la salud de las personas y tantos otros que invitan a reflexionar sobre la relación entre un juego de estas características y el momento histórico del desarrollo humano. Concentrémonos en cuestiones más concretas e inmediatas que parece urgente debatir, aclarar y enfrentar.

En primer lugar y aprovechando el impactante éxito casi instantáneo del videojuego, se advierte que los cibercriminales ya crearon versiones paralelas de la aplicación tendientes a apropiarse de datos de los usuarios, entre otras posibles acciones delictivas. Por eso los expertos sugieren descargar sólo el juego original y asegurarse de no estar accediendo a una de esas variantes maliciosas. Una de las pautas para asegurarse es el número de descargas de la aplicación ya que si sólo tiene pocos cientos o miles es imposible que sea la oficial.

La privacidad es otra de las facetas peligrosas porque el juego se basa en la constante activación de la ubicación del jugador. Esto pone en manos de la compañía creadora del juego –y de quienes puedan apropiarse de sus datos- la localización de millones de personas con las consecuencias fáciles de imaginar que van desde el uso comercial de tal información hasta un número indeterminable de alternativas riesgosas que nuestra historia reciente indica –por desgracia- como muy factibles.

Sin embargo, al menos por ahora, lo más preocupante parece ser el riesgo personal para los jugadores que no tomen las debidas precauciones y se dejen llevar por una invitación a la “aventura” que, como dijimos, no se limita en absoluto a la pantalla del celular.

Ya se informan, por ejemplo, accidentes derivados de jugar mientras se conduce algo que, por supuesto, es bastante más grave que la conducta irresponsable de utilizar el celular conduciendo porque, en el caso del juego, el vehículo queda incorporado a la aventura de realidad aumentada lo que, sin duda, multiplica las chances de accidentes.

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La ubicación de criaturas virtuales en lugares públicos –entre muchos otros, centros de salud, museos o iglesias- han causado situaciones caóticas de personas lanzadas sobre el mismo pokémon. La búsqueda o caza se produce también en ámbitos privados y ha generado reacciones violentas de los propietarios. La lista de situaciones delicadas y con grave riesgo para quienes juegan y quienes quedan –involuntariamente- dentro del juego puede no tener fin.

Claro está que los delincuentes también quieren participar del juego en su beneficio. El juego permite, por ejemplo, invitar a desconocidos a compartirlo, una herramienta que no dejará de emplearse para fines criminales.

En suma, las advertencias sobre los variados riesgos que genera el Pokémon Go son realmente para considerar.

Algunos podrán conjurarse con cuidado y sentido común. Los que involucran a niños y adolescentes requieren un serio esfuerzo de los padres y de la sociedad, capaces de prevenir un peligro que se presenta como muy real y concreto, parte de una realidad preocupante que no necesita ser aumentada.