El título es de los -hoy muy pocos- que invitan a seguir leyendo: 100 empresas produjeron el 70% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero generadas en las tres últimas décadas. Hablamos de las emisiones que fueron y son causa principal del aumento de la temperatura del planeta y el consecuente cambio climático que padecemos y de las mediciones efectuadas por un estudio recientemente conocido.
En otras palabras, la mayor amenaza para la especie humana y la vida en el planeta, la que necesitamos enfrentar con urgencia como lo acordaran casi todos los países del globo en el Acuerdo de París -firmado a fines de 2015 y que entró en vigencia a fines de 2016-, proviene en un altísimo porcentaje de apenas 100 grandes compañías.
En nuestra modernidad globalizada y líquida -valga reiterar el merecido homenaje a Zygmunt Bauman, el gran pensador fallecido a comienzos de este año- la chance de debatir en profundidad disminuye día a día. Peor aún, la de lograr que alguien llegue al tercer párrafo de un texto ya es complicada. Son los tiempos en que incluso Instagram empieza a impacientar a los jóvenes, muchos de los cuales dicen que Facebook es cosa de personas “mayores”. Aspiramos a que el lector haya alcanzado este tercer párrafo y a que estas reflexiones lo inviten a pensar en uno de los mayores problemas que afronta la humanidad; probablemente el más grave en un plazo cada día más cercano e ineludible.
La noticia del estudio que arroja las cifras antes citadas fue mencionada muy brevemente en algunos medios pero no tuvo mayores repercusiones posteriores. No es algo que pueda sorprendernos.
Nada mejor para ocultar un hecho importante que negarse a debatirlo y dejarlo derretirse en la liquidez que todo lo diluye en cuestión de días, horas o minutos
Siempre habrá un escándalo, cuanto menor e intrascendente mejor, para evitar que se haga luz sobre los verdaderos problemas. Sobre todo cuando ellos pueden afectar a los intereses del poder concentrado, económico y político, por lo general conjugados.
Durante décadas el poderosísimo lobby de las grandes compañías petroleras luchó contra la ciencia para impedir que se hiciera público algo que hoy no se discute: las emisiones de gases de efecto invernadero fueron y son la causa principal del cambio climático
La batalla en el campo científico se definió hace mucho y la humanidad dio un gran paso adelante con el Acuerdo de París, dirigido a reducir con urgencia esas emisiones antes de que sea tarde, antes de que miles de millones de personas se vean afectadas en forma directa -y el resto, como mínimo en forma indirecta- por catástrofes de dimensiones y efectos inmensamente dañosos cuyos comienzos ya estamos sufriendo.
La absurda e injustificable postura de la actual administración estadounidense -que pretende negar una realidad ampliamente demostrada- difícilmente revierta la decisión global de enfrentarla y, por fortuna, ha encontrado una fuerte resistencia en numerosos Estados y ciudades de ese país, dispuestos a defender la supervivencia de la vida planetaria.
El estudio que comentamos obliga a plantear la cuestión en otros términos: el de la responsabilidad de quienes generaron -y generan- un porcentaje abrumador de las emisiones contaminantes
El análisis jurídico excede en mucho el formato de una columna de opinión pero puede anticiparse que la obligación de no dañar es un principio universal del derecho, que las compañías causantes del daño obtuvieron -y obtienen- ganancias más que considerables con su actividad y que el daño al medio ambiente, un bien de todos los habitantes de la Tierra que debemos preservar también para las generaciones futuras, es claro e indiscutible.
Desde ya que existen responsabilidades compartidas aunque en proporciones muy diferentes que no pueden desatenderse. Es obvio que, en paralelo del disfrute de las utilidades empresarias, la energía generada fue consumida en función de una acumulación de riqueza tan desigual y concentrada como para que el 1% de la población mundial ya haya superado el 50% de la riqueza total del planeta.
En rigor, si cada habitante de la Tierra consumiera lo mismo que el promedio de los países ricos harían falta varios planetas para abastecerlos. El profundo mensaje de la encíclica Laudato Si del Papa Francisco resalta que: “Muchos de aquellos que tienen más recursos y poder económico o político parecen concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas, tratando sólo de reducir algunos impactos negativos del cambio climático. Pero muchos síntomas indican que esos efectos podrán ser cada vez peores si continuamos con los actuales modelos de producción y de consumo”.
Es factible encarar el problema por la vía de acciones de responsabilidad contra las compañías responsables y existen precedentes interesantes en ese sentido en diversos países. Sin embargo la magnitud actual de la problemática ambiental y la existencia de responsabilidades compartidas aconseja concentrar los esfuerzos en la reducción de las emisiones. De allí que lo más conveniente parece ser exigirles a las que más daño causan que destinen una parte sustancial de sus utilidades a remediarlo, por ejemplo mediante la generación de energía “limpia”.
En suma el estudio titulado The Carbon Majors Database Report 2017, patrocinado por el Climate Accountability Institute, además de recordarnos que la cuestión ambiental es prioritaria para la supervivencia, replantea la necesidad de abordarla no sólo con la urgencia que la amenaza requiere sino con un elemental sentido de justicia.
Como nos plantea la encíclica papal antes referida, no seamos “testigos mudos de gravísimas inequidades cuando se pretende obtener importantes beneficios haciendo pagar al resto de la humanidad, presente y futura, los altísimos costos de la degradación ambiental”.