Un hecho histórico de inmensa trascendencia actual parece haber pasado casi desapercibido para la opinión pública mundial. El 1º de octubre se cumplieron 70 años del dictado de la histórica sentencia dictada por un Tribunal Internacional en el juicio principal seguido contra los cabecillas nazis, realizado en la ciudad alemana de Nuremberg.
Basta recordar los cargos presentados contra los acusados para valorar la importancia que tuvo y tiene hoy aquel proceso tan especial, iniciado a pocos meses de concluida la guerra que implicara la mayor tragedia de la historia humana. Se acusó a los dirigentes nazis de:
- Conspiración contra la paz: mediante un plan común para tomar el poder y establecer un régimen totalitario, con el objetivo final de emprender una guerra de agresión.
- Atentados contra la paz y actos de agresión.
- Crímenes de guerra y violaciones de las convenciones de La Haya y Ginebra.
- Crímenes contra la Humanidad, persecución y exterminio.
El juicio, por completo inédito hasta aquel momento, estuvo plagado de dificultades prácticas y motiva un complejo debate jurídico que sería imposible abarcar en este texto. Pero deben destacarse dos grandes virtudes esenciales: hacer conocer al mundo entero los horrendos e incalificables crímenes de lesa humanidad perpetrados por el nazismo, el genocidio en primer lugar, y dejar sentado que tales crímenes no quedarían impunes ni serían tolerados en lo sucesivo.
Con la perspectiva que nos dan las siete décadas transcurridas desde entonces podemos decir que la primera fue fundamental para transmitir a las generaciones venideras una memoria, concreta y documentada, del horror llevado al nivel más dramático y degradante de todos los tiempos.
La denuncia del exterminio calculado y perfectamente organizado de millones de personas, en la mayoría de los casos basado en su origen racial o su diversidad religiosa, ideológica o sexual respecto de los líderes de los asesinos, abrió las puertas a los Tratados de Derechos Humanos –comenzando por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948- y a la definición de los delitos de lesa humanidad como los más abyectos, despreciables e imperdonables hasta el punto de ser imprescriptibles, vale decir que pueden ser perseguidos sin límite de tiempo contra sus autores.
El segundo objetivo, en cambio, dista de haberse cumplido y ello obliga a una visión amarga y preocupante del problema que debería, justamente, ser lo que convocase a una especial conmemoración de la sentencia de Nuremberg con miras a que aquel horror siniestro no se repita.
Se han repetido los genocidios y los crímenes de lesa humanidad, sin duda en menor escala que el concretado por los nazis pero no menos siniestros, en estos 70 años.
Pocos de ellos han sido realmente esclarecidos y castigados. Y la paz dista de ser un objetivo innegociable para los dirigentes e incluso para la sociedad. La guerra y la violencia armada siguen siendo recursos utilizados habitualmente para la defensa de los intereses de los poderosos.
La inmensa mayoría de los seres humanos pueden ser, en cualquier momento, un mero “daño colateral” de los conflictos violentos.
El avance tecnológico ha incrementado la capacidad de destrucción masiva a niveles impensables pocas décadas atrás.
La profundidad de las sucesivas crisis que venimos padeciendo –y, en especial, los interminables coletazos de la gran crisis financiera global iniciada en la primera década de este siglo- estimula movimientos políticos extremistas varios de los cuales minimizan los horrendos crímenes nazis o llegan incluso a levantar algunas de sus banderas discriminatorias y xenófobas.
El mensaje de los juicios de Nuremberg está vivo y muy vigente, tanto como pendiente de ser plenamente realizado.
Los crímenes de lesa humanidad, los genocidios, las guerras son horrores a los que cada día debemos decir NUNCA MÁS.