Hace algo más de un año, en agosto de 2018, Greta Thunberg, una adolescente sueca que entonces tenía 15 años, decidió faltar a clases y acudir al Parlamento de su país a protestar. Llevaba un cartel que anunciaba una “Huelga escolar por el clima”.
Greta reclamaba que su país cumpliera plenamente con el Acuerdo de París contra el cambio climático donde básicamente se acordó la reducción sustancial de las emisiones de gases de efecto invernadero como medida indispensable para combatir el calentamiento global. Viernes tras viernes se sentó en la vereda del Parlamento, convencida de la necesidad de expresarse y del derecho a que le respondieran.
Su reclamo tuvo eco. Se sumaron muchos de sus compañeros y lograron extenderlo bajo el lema “viernes por el futuro”. El resultado es hoy conocido:
Millones de jóvenes han protestado en todo el mundo convocados por Greta quien se convirtió en una referente mundial, recibida por líderes destacados y escuchada en las Naciones Unidas
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El cambio climático y el calentamiento global son una realidad indiscutible hace muchos años. Entre los ciéntíficos existe un sólido consenso que atribuye su causa a las emisiones de gases provocados por la actividad humana. Tampoco se discute la magnitud de los riesgos derivados del aumento de la temperatura del planeta.
Las catástrofes climáticas se suceden, cada vez con mayor frecuencia e intensidad. Los registros indican temperaturas récord por año, por lustro y por década. Lo mismo ocurre con la reducción de hielos y glaciares. El aumento del nivel del mar pone en riesgo a ciudades y regiones enteras y los pronósticos sólo difieren en el tiempo que transcurrirá hasta que miles de millones de personas se vean afectadas en forma directa y todos suframos de algún modo las inevitables consecuencias desastrosas.
No cabe duda de que la climática es la mayor amenaza para la continuidad de la vida en la Tierra tal como la conocemos, la pregunta que nos plantea con tanto énfasis Greta es por qué no nos ocupamos seriamente de ella
La novedosa protesta de los millenials demuestra una vez más la complejidad de la mente humana, capaz de las mayores hazañas y también de actuar con la irracionalidad más grotesca y desaprensiva. La certeza científica respecto al daño que hemos causado al planeta existe fuera de toda duda pero seguimos siendo incapaces de emplear nuestras notables capacidades para remediarlo, aunque la vida de las futuras generaciones esté claramente en riesgo.
En paralelo, la extraordinaria gesta de Greta y los millones de jóvenes que, por fortuna, se le siguen sumando, abre una puerta a la esperanza de revertir tanta torpeza y desidia criminal.
La intervención de la joven sueca ante Naciones Unidas debería ir mucho más allá de la viralización que ya ha tenido.
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Puede y debe ser punto de partida de un debate sobre la sustentabilidad de todas las actividades humanas y el derecho de cada persona a opinar -y decidir- sobre cosas que nos afectan de manera irremediable.
Al fin y al cabo se trata de nuestra vida, la de nuestros hijos y nietos y la de las generaciones por nacer, aquellos que nos sucederán en esta aventura que lleva millones de años y es nuestra obligación ayudar a que continúe.