Hace muchos años la indicación médica era sacar al bebé del cuarto de los padres a los cuarenta y cinco días. No todas las madres lo hacíamos pero el énfasis se ponía en que la pareja recuperara su intimidad. Era muy duro para las que dábamos de mamar, sobre todo cuando hacía frío, aunque tenía una parte buena: no nos despertaba cada ruidito del bebé, quien aprendía a volver a dormirse sin ayuda con mayor facilidad.
Hoy, en cambio, por indicación de los pediatras, los bebes duermen en el cuarto de sus padres hasta los seis meses. Es una de las medidas que resultaron eficaces para disminuir el porcentaje de muerte súbita en los lactantes.
La Sociedad Argentina de Pediatría sacó un documento en 2015 en el que recomienda la cohabitación: que el bebé duerma en su moisés o cuna al lado de la cama de la madre, quien lo levanta para alimentarlo y vuelve a ponerlo en su cuna cuando termina de comer. Desaconseja en cambio el colecho (bebé en la cama de los padres) porque aumenta los riesgos durante ese período. La población más vulnerable, en ese sentido, serían los lactantes menores de tres meses, los prematuros o bebés con bajo peso al nacer y los hijos de padres fumadores.
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Muchos chiquitos permanecen en el cuarto de los padres más allá de esos seis meses recomendados por los pediatras. Otros vuelven a la cama grande cuando crecen un poco y pueden hacerlo por sus propios medios, o cuando los padres -por pereza y/o por gusto-, les permiten acostarse allí (a veces con, y otras sin, el compromiso de que vuelvan a su propia cama un rato más tarde).
Tanto cuando los padres los dejan dormirse en la cama grande y los pasan a sus camitas ya dormidos como cuando se quedan con sus hijitos acompañándolos hasta que se quedan dormidos, los chiquitos casi inevitablemente vuelven al cuarto de su padres en la mitad de la noche si se despiertan porque se encuentran solos en su cuarto y/o en su cama ¡y no saben dormirse en esas condiciones! Sólo pueden hacerlo al lado de un adulto.
En lo personal, no me gustan la cohabitación después de los seis meses ni el colecho: siento que la pareja necesita un espacio de intimidad que es más sencillo lograr cuando los niños duermen en otro cuarto. No tengo problemas de principios ni teóricos en contra de ellos, ni creo que estimule inadecuadamente a los niños.
Lo que veo a menudo en las consultas es que a los padres que trabajan muchas horas les cuesta poner ese límite o quieren compensar su ausencia, sin darse cuenta de que turnarse para llegar temprano, estar presentes, pasar tiempo y jugar con sus hijos es más rico y valioso para todos que dormir abrazados.
De todos modos, me parece central que ambos padres estén contentos de practicarlo, ya que si a alguno le molesta los dos deberían trabajar en equipo para que su hijo duerma en su propio cuarto.
Enseñarles a dormir en su cama es algo que se logra con amor, tiempo y paciencia. No son necesarios ni recomendables los gritos, los encierros, ni dejarlos llorar. Incluso cuando se duermen los chicos saben que papá y mamá siguen disponibles y acuden cada vez que los llaman. Los chicos cuentan con ellos y confían en esa disponibilidad. Aunque cueste creerlo, la confianza en esa disponibilidad ¡hace que llamen menos!
Es una de las oportunidades que los padres tenemos para enseñarles que hay fronteras -de ninguna manera la única- y ayuda a los chiquitos a comprender temas importantes: que no son los dueños de sus padres, que los adultos tienen una vida más allá del hijo ¡y que el hijo también tiene una vida más allá de su padres!, que las puertas cerradas se golpean antes de entrar, que su cama es suya propia y que nadie tiene porqué meterse en ella.
Todo esto los habilita para saber que ellos también tienen derecho de defender sus propias fronteras físicas, les permite diferenciar lo privado y lo público, indispensable para cuidarse bien cuando crecen.
- Maritchu Seitún es psicóloga. Especialista en crianza y autora de los libros “Criar hijos confiados, motivados y seguros”, “Capacitación emocional para la familia” y “Latentes”, entre otros.
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