Maritchu Seitún, psicóloga especializada en orientación para padres y autora del libro “Criar con empatía” (Grijalbo), propone “repensar las bases de la crianza” para acompañar a los chicos con firmeza, amor y sensibilidad.
Claves para criar con empatía
Algunas claves de su libro:
- La pandemia generó muchos cambios en las familias. Los padres se vieron obligados a estar en casa con sus hijos, lo que los forzó a poner mejores límites y descubrieron que estaba buenísimo “estar” con sus hijos y todo lo que se habían estado perdiendo. Mi miedo más grande es que nos olvidemos, que pasada la pandemia demos vuelta la página y volvamos a donde estábamos antes. La pandemia fue y es muy dolorosa y creo que debemos aprender a disfrutar a los chicos, a encontrar nuevas prioridades, a poner nuevos límites amorosos y empáticos, a priorizar de otra manera el trabajo… Las personas tendrían que armar un diario de cuarentena, para anotar todos estos buenos propósitos y leerlos más adelante.
- La crianza permisiva ha llevado a una situación de “su majestad el hijo”: casos en que el niño hace lo que quiere, decide a qué hora se acuesta o qué come. Eso hizo mucho daño porque los papás que son firmes y amorosos, que comprenden pero delimitan, tienen chicos fuertes; mientras que los padres permisivos tienen chicos débiles porque no están acostumbrados a pasarla mal, no tienen fortaleza interna, no tienen garra para ir para adelante.
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- Muchos padres en estos meses de pandemia aprendieron a decir que no, a acompañar el sufrimiento, la frustración, la espera, el esfuerzo, que son todos componentes de un Yo fuerte. Las personas fuertes pueden frustrarse, esperar, hacer duelo… Podemos poner el acento en estos aprendizajes y ponerlos a favor de una crianza distinta.
- Criar con empatía implica tomar lo mejor de los dos modelos: del modelo antiguo con el que fuimos criados (de mucha firmeza pero cero empatía) y de este movimiento permisivo, en el que dijeron que hay que escuchar a los chicos pero se pasaron de rosca. No fue bueno el resultado, porque criar sin límites se parece mucho al abandono.
- No hay que confundir la empatía con la falta de límites. No es bueno temer que nuestros hijos se enojen con nosotros (porque es inevitable y hasta saludable) o evitarles todos los sufrimientos, diciendo a todo sí. La empatía nos da un tiempo para repensar y ver si decimos que sí o si tenemos que negarnos si el pedido del niño afecta la salud, la seguridad, la ética o el bienestar familiar.
Hoy estamos llegando a tomar lo mejor de los dos: ser empáticos, pero firmes; es una muy buena síntesis, que logra chicos con la autoestima alta (como los padres permisivos) y con fortaleza interna (como los padres autoritarios)
- ¿Cómo manifestar la empatía en la crianza? Con palabras, gestos, actitudes que demuestran que entendemos lo que siente, piensa, desea, pide, y no necesariamente significa hacer lo que pide; que podemos intentar ver el mundo desde su lugar.
- Es clave evitar el exceso de explicaciones que los convierte en “pequeños adultos racionalizadores” desconectados de sus sentimientos. Está buenísimo lo de la crianza respetuosa de escuchar al niño, empatizar y actuar para facilitar y acompañar. Respetar sin abandonar; me ocupo, no impongo; no hago las cosas irrespetuosamente, pero sí me ocupo.
- La crianza respetuosa no es hacer todo exactamente como quiere el chico: es respetuosa de las necesidades básicas del niño: el niño no sabe si puede cruzar la calle solo o no; no lo puedes respetar en su deseo de no darte la mano para cruzar la calle. Entonces, el exceso de respeto termina convirtiéndose en abandono, porque no te cuido bien, porque te respeto “de más”; y, por otro lado, respeto tu pedido, tu sentimiento, pero no siempre puedo hacer lo que vos querés, y no siempre podés hacer lo que vos querés. Y en eso también hay respeto, porque te estoy cuidando.
Jugar es la mejor herramienta para procesar las cosas que te pasan en la vida: cuando juegas con una muñeca a que es tu hermanita y se portó mal y la pones en penitencia, estás resolviendo un montón de cosas internas; pero si no tienes el lugar para jugar, no lo puedes hacer
- Si yo tolero que el chiquito se enoje conmigo porque lo saco del agua, lo estoy ayudando a que el chiquito se enoje en otras situaciones de la vida: cuando alguien le quiera hacer algo que no le gusta, que tenga permiso de enojarse. Si yo le digo “cómo te vas a enojar conmigo, no ves que soy tu mamá y el agua está fría, por eso te saco”, te estoy diciendo “ese enojo no es válido”; y el enojo sí es válido, lo que no es válido es que se quede en el agua.
- Cuando le explico al chico chiquito lo que siente, juntos vamos viendo qué podemos hacer: si quiere ver un programa y no está el programa de TV que quiere y revolea el control remoto, le puedo decir “estás enojadísimo, qué mala suerte que no está el programa de tele que vos querés, pero el control remoto no se revolea. Y la próxima vez que lo revolees te vas a quedar sin tele todo el día”. Es decir, las cosas no son gratis; pero sí vale estar enojado, porque cuando uno no se para en los zapatos del chiquito, me ocupo en que está mal que revolee el control remoto, pero no me ocupo de lo más importante, que es acompañar la frustración. Cuando el chico puede hablar de lo que le pasa, ya no revolea, pega, llora… Porque aprende el camino de la reflexión: entiende lo que le pasa y empieza a desarrollar herramientas para resolver.
- Es clave ayudar a que los hijos estén conectados con su mundo interno. Cuando no se conectan con su emocionalidad completa, gastan energía en mantener fuera de su conciencia deseos, pensamientos, emociones, y se quedan sin energía disponible para otra cosa. Se frenan. Es clave decirles que vale sentir y desear. Si no necesita esconder una parte de sí mismo, va a tener mucha más energía disponible para vivir y divertirse.
La vuelta a los abrazos
En la medida en que esto se resuelva durante este año o el que viene y medianamente podamos volver a la normalidad, va a costar un poquito y habrá que volver a “ablandarse” en muchas relaciones, pero van a volver rápidamente a los abrazos sin demasiada secuela; salvo en muy pocos casos de chicos que tienen muchas dificultades para acercarse, van a disfrutar el reencuentro y el abrazo.
Además, no tienen el abrazo del amigo o la maestra, pero sí el de papá y mamá; y en la medida que los abuelos podamos volver a abrazar a los chicos, lo cicatrizas en un ratito; siempre la vida te deja cicatrices y secuelas, pero las cicatrices también nos recuerdan lo que aprendimos, lo que vivimos.
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