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Gestos que pueden apagar el deseo y el entusiasmo en los hijos

Si el niño se sobreadapta y está siempre pendiente de la mirada de los padres y de su aprobación, no puede conocerse ni desplegarse. Lo explica la psicóloga Maritchu Seitún.

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Apenas los chicos crecen un poco, los padres empezamos a impedir, inhibir, criticar, complicar, interrumpir las investigaciones infantiles. Lo hacemos por múltiples y lógicos motivos que terminan coartando su entusiasmo y sus iniciativas y sus deseos de conocer y saber.

¿Cuáles son esos motivos? A veces el tema es de tiempos: no está mal lo que pedimos, pero lo hacemos antes de tiempo, quizás por nuestro apuro para verlos grandes, antes de que los chicos estén listos. Otras, es muy grande nuestra exigencia, nos cuesta ver lo chiquitos que son y recordar nuestra propia infancia. Otras veces nuestra inseguridad nos lleva a exigirles que se queden quietos, o permanezcan limpios, o no sean tan ruidosos, porque otra persona nos está mirando (o podría estar mirándonos) y nos preocupa su opinión o su imagen de nosotros como padres.

Los chicos tienen a sus padres como faro para orientarse: los miran para ver cómo les “cae” lo que están por hacer, si es divertido, interesante, genial, peligroso, desagradable, permitido o prohibido.

Los más sensibles permanecen muy atentos a la cara de mamá para ver si lo que hacen está bien y le gusta a ella, y pueden acostumbrarse a ese “pedir permiso” o a querer ver siempre la cara contenta de mamá y así frenan su iniciativa personal.

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Otros pueden hacer mucha fuerza en sus intentos de “curarnos” a los adultos de nuestras manías de perfección, pero reciben entonces muchos retos y enojos nuestros que terminan lesionando su autoestima.

Sostenemos el deseo de investigar y de probar propiciando y tolerando errores, imperfecciones y enchastres

La forma de que perdure en ellos la confianza y se sostenga el deseo (de investigar, descubrir, probar, hacer) es propiciando y tolerando los borradores, los ensayos desprolijos, los intentos imperfectos, las experimentaciones, los enchastres.

La realidad es que muy pocas veces las cosas salen bien desde el principio: comer solos sin ensuciarse, pintar con témpera sin pintar nada más que el papel, limpiar la pecera sin volcar nada, cocinar sin dejar regueros por toda la cocina, hacer una huerta sin embarrarse… Tengamos en cuenta nuestra tarea no es facilitarles las cosas o resolvérselas, por lo menos no sistemáticamente.

Algunos motivos son muy razonables: que no corran riesgos, que no molesten demasiado a otros, que no dañen su salud, que su conducta sea moralmente correcta, que se conviertan en personas de bien, etc..

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Pero hay otros motivos que en realidad son costumbres, que tenemos grabados a fuego en nuestra mente desde muchas generaciones atrás porque es lo que se nos exigió a nosotros de chicos y que podríamos revisar: que no hagan ruido, que sepan cómo es el modo “correcto” de hacer las cosas (que muchas veces es aquel al que estamos habituados y no necesariamente el mejor), por ejemplo comer bien, vestirse con ropa que “pega” o es adecuada para la ocasión, estar prolijos y bien peinados, jugar de acuerdo a las reglas, perder sin enojarse, no hacer preguntas molestas, compartir, no interrumpir, no desordenar, no tocar las cosas que no son juguetes, no ensuciarse ni ensuciar, etc.

Nuestros hijos no quieren defraudarnos ni dañarnos. quieren que estemos contentos con ellos. es importante que no aprovechemos eso para sobredirigirlos

Algunos motivos en otra época fueron necesarios pero hoy ya no lo son: en la prehistoria el silencio era importante para que el león no los descubra y se los coma, en épocas de escasez o antes de la era industrial y de que existieran los lavarropas, la ropa a precios accesibles o los buenos jabones, era importante cuidar las manchas en la ropa a cualquier costo.

Hoy sabemos que ese costo es muy alto en el desarrollo de la identidad de los chicos, y que podríamos ampliar nuestro paradigma, o modo de acompañarlos, en beneficio de ese desarrollo, sin que esto signifique el riesgo de llegar a un dañino laissez faire, dejar hacer, sin que eso signifique que nos transformemos en padres sobreprotectores o permisivos.

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Por Maritchu Seitún. Psicóloga. Especialista en crianza y autora de los libros “Criar hijos confiados, motivados y seguros”, “Capacitación emocional para la familia” y “Latentes”, entre otros.

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