La función materna es percibida con razón como una de las más generosas funciones humanas. La idea de nutrición involucra tanto lo físico, lo psíquico como lo espiritual e implica siempre una profunda entrega en todos los niveles.
Cuando decimos “darlo todo” estamos hablando de una generosidad que permite la vida, tanto del hijo como de la madre, que en ese ofrecer siente un profundo gozo que a su vez la alimenta enormemente y le ofrece fuerzas para asumir las dificultades del rol.
La modificación del escenario social de las últimas décadas suma variables a lo que significa “ser mujer”, incorporando de lleno la función laboral/profesional, teniendo en cuenta, claro está, que la tarea de crianza es en sí misma un trabajo, no siempre justamente reconocido.
A veces muchas madres se sumergen en una tensión importante al armonizar las distintas dimensiones de su quehacer con su rol maternal. Esa tensión no siempre es evitable, si bien se puede atravesar de mejor manera distinguiendo lo que es “sacrificio” de lo que es “esfuerzo”.
En tal sentido, digamos que, en este contexto, el sacrificio es una suerte de renuncia al propio bien, supuestamente en pos del bien del otro. En cambio, el esfuerzo es una intensificación de las tareas que se desarrolla en función de algo considerado valioso. El esfuerzo realizado a conciencia genera satisfacción y hasta gozo como, por ejemplo, el del cumplimiento de los deberes de amor, o el de ver reflejado en el bien de los hijos lo que por ellos se hace.
Es por eso que para una madre “darlo todo” es dar alimento, cobijo, contención, etc., y también ofrecer la imagen de una madre que bendice su tarea, ya que en ella encuentra significado. Es una madre que, a la vez, también “da” a su hijo la imagen de alguien que aspira a una plenitud en los diversos órdenes de su vida, siendo que esa aspiración a la plenitud, aun con dificultades, le otorga una fuente de amor y sentido a su propia existencia.
Suele confundirse a la madre que lo da todo con una madre que malcría, y pretende satisfacer todas las demandas de sus hijos. Este malentendido es sumamente nocivo porque ubica a la madre como simple proveedora de bienes y servicios y no como educadora que ofrece valores y referencias sólidas a sus hijos.
Por eso cuando decimos “todo” hablamos también de un testimonio ético, de una posibilidad decir que no a los impulsos de los chicos y a un cuidado de sí mismas que las ubique como sujeto y no como objeto del vínculo con sus hijos.
Los niños hoy pretenden satisfacción inmediata a sus impulsos y deseos y sería un error creer que el buen criar es decirle a todo que sí y a nada que no. Justamente la creencia que se debe satisfacer toda demanda de los chicos es lo que tiende a generar un estrés excesivo en muchas madres, el que se suma a la natural dificultad que implica el desdoblamiento entre el mundo doméstico y el mundo laboral, ya de por sí difícil de administrar.
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Muchas madres consideran que son culpables y malas madres cuando no logran ofrecer total satisfacción a sus hijos, lo que significa que han malentendido lo que significa “nutrir” a los chicos.
Una de las formas de cuidar a la función materna es salir de esa idea de culpa, valorando el amor que las madres sientes por sus hijos, diferenciándolo de la mera satisfacción de toda demanda.
También decir que no es nutrir. También cuidarse a sí misma es alimentar a los hijos con la idea de que cuando uno crece no deja de ser persona y que una mamá es más que una mera proveedora de bienes y servicios, ya que es una persona, con todo lo que eso significa.
Solo puede alimentar una madre que está bien alimentada y esta frase va más allá del alimento físico, como lo es la leche en la etapa de lactancia. De hecho, cuando una madre “da todo” también da ejemplo de vida, por eso una madre que cuida sus vocaciones, despliega sus talentos en el campo laboral, artístico, etc. cuida su vida afectiva y de pareja, su salud física, psíquica y espiritual, está dando también ejemplo, y es esa también, una manera de alimentar.
Por Miguel Espeche, psicólogo
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