Si consideramos a los chicos y los pensamientos con los cuales ellos van viviendo el día a día y construyendo su personalidad, uno de los hábitos más importantes ellos deben desarrollar es el optimismo.
Los niños que piensan positivamente son más resilientes, menos propensos a ceder ente los desafíos y tienden a interpretar las experiencias de una manera que les da una sensación de control y confianza.
El pesimismo, por el contrario, conduce al desánimo y la inanición -no importa lo que haga, no va a funcionar, así que no hay razón para tratar-.
El optimismo no es algo del temperamento, es un hábito de pensamiento que se refiere a la forma en que interpretamos los acontecimientos. Y por lo tanto, se puede enseñar.
Aquí algunas pautas para empezar a ponerlo en práctica
1) Ser un modelo positivo.
Lo mejor es educar con el ejemplo y en este caso lo ideal es ser un optimista modelo. En primer lugar debemos monitorear los comentarios que hacemos a los chicos. Si ellos oyen un montón de comentarios optimistas, son más propensos a desarrollar esta forma de pensar por sí mismos. Buscar y señalar el lado bueno de hechos y experiencias.
Ofrecer interpretaciones de los hechos específicos que ayuden a obtener un resultado diferente la próxima vez. Evitar la personalización (yo soy el culpable), los pensamientos generalizadores (siempre lo hago todo mal) y el catastrofismo (siempre lo haré mal).
Esto no quiere decir negar los errores, simplemente nos referimos a no quedarnos enroscados en porque se cometió el error o imaginando acontecimientos nefastos surgidos del mismo. Lo importante es ver como podemos hacer para remediar lo ocurrido o en todo caso como hacerlo bien la próxima vez.
2) Interpretar el fracaso como una oportunidad.
Aunque las cosas han ido bien o mal, la cuestión más importante que los padres pueden preguntar a sus hijos es “¿Qué vas a hacer de manera diferente la próxima vez?” Tomar al fracaso presente como una parte natural del aprendizaje que nos ayuda a reconocer lo que todavía no sabemos o no podemos hacer.
Siempre remarcar lo que los hijos han hecho bien antes de discutir lo que podrían hacer mejor. Ayudarlos a auto-evaluarse: “¿Qué salió bien?” “¿Qué cambiaría si pudiera?” y animarlos a desarrollar un plan de acción para lograr un cambio.
3) Animar a los chicos a establecer sus propias metas.
Cuando los niños están preocupados por sus defectos, está bien ayudarlos a que puedan establecer sus propios objetivos y a entender que pueden alcanzarlos por sí mismos. Incluso si ellos ponen el listón muy bajo, van a ganar un sentido de competencia que les lleve a establecer un objetivo más difícil la próxima vez. Es bueno apoyarlos a participar en actividades en las que experimentarán éxitos.
4) Desafiar las explicaciones negativas.
Rara vez hay una sola respuesta correcta a la pregunta “¿Por qué sucedió esto?” Debemos animar a los niños a entender el problema en lugar de conformarse en su primera explicación y fundamentalmente a buscar la solución.
Si un chico se enrosca en la interpretación negativa de los acontecimientos, no debemos contradecirlo, sino animarlos a encontrar seis razones de por qué sucedió algo. ¿Por qué seis?
Bueno, es bastante difícil para llegar a seis argumentos que personalicen el fracaso, que generalicen todas las instancias de su vida, y que sostengan el catastrofismo y hay una buena probabilidad de que en algún lugar habrá una que permita un espacio para ir dirigiéndonos hacia las respuestas de control y cambio de lo que ocurrió.
La enseñanza de optimismo es una de las cosas más importantes que los padres pueden hacer para reforzar el bienestar emocional de los niños. La interpretación que los chicos hagan de los acontecimientos se conecta directamente a su autoestima.
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