A más edad, más felicidad. A contramano del culto a la eterna juventud, recientes investigaciones acaban con el mito de que la vejez es sinónimo de decadencia. Por estos días, no sólo se habla de los adultos mayores como el nuevo mercado emergente sino que cada vez más estudios confirman que la experiencia, la madurez y la seguridad personal confluyen en estados de bienestar que no se logran durante la juventud.
Claro que también hay duelos que elaborar y situaciones que la nueva longevidad exige a los gobiernos atender. Como explica Laura Carstensen, investigadora del Centro de Longevidad de Stanford, la vejez conlleva la aparición de algunas dificultades, como el descenso de estatus, la disminución de los ingresos económicos, el deterioro de la salud o la aparición de enfermedades… Pero no todo son pérdidas, también hay ganancias:
“Disfrutamos de los aprendizajes de la experiencia y del conocimiento adquirido, al tiempo que mejoramos en los aspectos emocionales”
Una encuesta de la consultora Gallup demuestra que a partir de los 50 años la felicidad suele estar más al alcance de la mano. Es decir: es más palpable.
Diversos estudios arrojan conclusiones en la misma dirección. Arthur A. Stone, de la Universidad Estatal de Nueva York, en 2008 dirigió una investigación sobre el tema. Entrevistó a más de 340 mil personas en Estados Unidos, entre 18 y 85 años. Las preguntas tocaban temas como situación económica, salud, sexo y bienestar general, entre otros. Al final de la encuesta, se incluía una pregunta en la que tenían que decir si habían experimentado el día anterior alguno de estos sentimientos: felicidad, estrés, preocupación, enfado, tristeza y satisfacción.
Lo que la investigación encontró fue que a los 18 años las personas nos sentimos muy bien, pero a medida que vamos cumpliendo años empiezan a aparecer dificultades en el camino que atacan a nuestro estado de ánimo, algo que se observa una y otra vez hasta que cumplimos los 50 años, un momento en el que comienza a verse la vida de otra manera y aumentan los niveles de bienestar.
Es más: a los 85 años, las personas entrevistadas mostraron una plenitud y satisfacción consigo mismas que superaba con diferencia la de los 18 años.
A partir de los 50 son menos los momentos en los que aparece la ira, aprendemos a llevar mejor las preocupaciones y ganamos en disfrute y felicidad
Son muchas y muy diversas las investigaciones sobre cómo nos afecta el hecho de cumplir años. Los Centros de Control y Prevención de Enfermedades preguntaron en una encuesta en 2003 si habían sentido algún tipo de malestar psicológico durante la semana anterior, y las personas que estaban entre 45 y 64 años respondieron de manera afirmativa muy por encima de los que eran mayores de 65 años.
El equipo de Carstensen hizo una investigación en la que estudiaban la evolución de un grupo de 184 personas que iban desde los 18 a los 94 años, durante 10 años. Lo que pretendían ver es cómo cambiaban sus experiencias emocionales a medida que envejecían, estudiando su frecuencia, estabilidad y complejidad en la vida diaria.
Para ello, las personas recibían llamadas de los investigadores de manera aleatoria y en cada llamada debían valorar en una escala de 1 a 7 su estado de felicidad, tristeza y frustración. A medida que envejecían las personas informaban de experiencias más positivas y los sentimientos negativos se iban reduciendo.
En conclusión, el envejecimiento se asocia con un bienestar general emocional más positivo y con mayor estabilidad emocional. Es más: también vieron cómo las personas que informaron más emociones positivas que negativas en su vida cotidiana vivieron en promedio mucho más años.
Estas investigaciones aportan evidencias que derriban los estereotipos asociados al envejecimiento como una etapa negativa y gris marcada por la tristeza y la pérdida
Cartensen y su equipo apuntan también a que el hecho de saber que el tiempo que nos queda es poco nos ayuda a poner el esfuerzo en lo verdaderamente importante y en relaciones que consideramos significativas, por lo que cada vez nos sentimos más satisfechos. Reconocer que nos queda poco tiempo hace que adoptemos una perspectiva más positiva ante la vida, cambia nuestros objetivos, nos vuelve más reflexivos y más dispuestos a adoptar posturas conciliadoras ante los conflictos.
Pero si ganar años nos hace más felices, ¿qué hacemos con las limitaciones típicas de la vejez para no sentirnos frustrados? El psicólogo alemán Paul B. Baltes propone aprender a optimizar los recursos de manera selectiva mediante la compensación: para envejecer de forma exitosa hay que aprovechar la experiencia acumulada para compensar las limitaciones que vayan surgiendo.
Después de la mitad de la vida, amamos más y mejor nuestra vida
En síntesis, los años pueden ayudarnos a tomar las decisiones acertadas y poner la energía en lo verdaderamente importante, lo cual impacta en las diferentes dimensiones de nuestra personalidad y alarga nuestra vida.
En España entre 1992 y 2011, según el Instituto Nacional de Estadística, la esperanza de vida de los hombres ha pasado de 73,9 a 79,2 años y de las mujeres de 81,2 a 85,0 años. En 2021, de mantenerse los ritmos actuales de reducción de la mortalidad por edad, la esperanza de vida alcanzaría 81,2 años en los varones y 86,5 años en las mujeres. En 2051 estos valores serían 86,8 años para los varones y de 90,8 años para las mujeres. Así que, si la estadística no falla, tendremos mucho más tiempo para disfrutar de la ansiada felicidad.
Fuente: epsicología