Leales, fieles, intuitivos, algunos más dóciles que otros, algunos más callejeros que sus congéneres, otros más prudentes, pero todos muy inteligentes. A tal punto que es muy probable que la gran mayoría haya aprendido en cierto grado a manipular a su dueño.
Y en esto no hay diferencia de razas. Al parecer, según un estudio realizado hace unos años por investigadores de la Universidad de Nueva York con pruebas de laboratorio, no hay gran diferencia de inteligencia entre las distintas razas de perros.
Ahora, un nuevo experimento dirigido por Marianne T. E. Heberlein, del departamento de Biología Evolutiva de la Universidad de Zúrich, evidencia que Canis familiaris (el perro doméstico que los humanos han domesticado) aprendió con el tiempo a usar una especie de “engaño táctico” para conseguir comida.
Los seres humanos tendemos a transferir nuestras propias ideas morales y comportamientos a nuestros compañeros animales, pero en este caso, el comportamiento canino puede asemejarse a algunas conductas humanas propias del temor a no tener el suficiente sustento.
Para llegar a esta conclusión, los investigadores establecieron una prueba con un grupo de perros de distintos sexos, razas y edades a quienes lo hicieron interactuar con tres su dueño y dos extraños más, uno que siempre estaba del lado del animal, dándole la comida que se escondía en un recipiente y otro que nunca le daba el alimento sino que se lo guardaba para sí, generando en el perro la idea de un “competidor” por el sustento.
“Los perros tenían la opción de llevar a uno de los dos extraños a tres potenciales fuentes de comida: una caja que contenía un alimento del gusto del animal; otra con uno que lo dejaba indiferente; y una tercera siempre vacía. Después, el perro siempre tenía la posibilidad de conducir a su dueño a uno de los lugares con comida. De esta forma, el animal se beneficiaría de engañar a su competidor, porque aprendía que luego había otra oportunidad de recibir su bocado favorito por parte de su amo”. explican Heberlein y sus colegas al analizar el experimento.
Después de que los perros aprendieron quien era cooperativo y quien competitivo, se les dio la oportunidad de entrar a una sala que tenía tres cajas y que ellos llevaran a los humanos (cada uno por separado) a una de estas cajas que contenían ya sea una salchicha jugosa, una galleta seca para perros o nada en absoluto.
Esto les dio un incentivo para engañar a la persona que habían identificado como competidor llevándolos a la caja vacía antes de dirigir luego a su dueño o al “colaborador” quienes ellos sabían que les daría la comida.
Durante más de dos días de pruebas, los perros llevaron el socio “cooperador” a la caja con salchichas más de lo esperado por casualidad y al “competidor” a la caja vacía.
“Mostraron una impresionante flexibilidad en el comportamiento”, dice Heberlein. “No se limitan a seguir una regla estricta, sino a ver que tienen diferentes opciones.”
También Heberlein se sorprendió de la rapidez con que algunos perros se dieron cuenta el comportamiento óptimo. Algunos de ellos llevó a la pareja competitiva a la caja vacía desde el primer ensayo, y siempre logró obtener la mayoría de golosinas.
“Ellos eran realmente capaces de diferenciar rápidamente entre los dos socios. No era necesario un paso adicional de aprendizaje “, dice Heberlein. Otros animales, como los monos, a menudo necesitan decenas de repeticiones para aprender lecciones similares, dijo ella.