Tantas cosas se dijeron y escribieron sobre esa maravillosa vincularidad que es la amistad. En este caso, y coherente con mi insistente monotema, revisaremos una particularidad de la comunicación entre amigos: la comunicación sobre la sexualidad.
Como era de esperar, inmediatamente surgen las diferencias entre los géneros a la hora de platicar sobre sexo. Para ambos, abrir la temática nos es mucho más sencillo entre pares. Los varones se despliegan sin tapujos, a los gritos, con exclamaciones desatadas y gesticulaciones desmedidas. Puede ser en un bar, en la oficina, reunidos para ver un partido de fútbol (obvio, en el entretiempo), mientras se hace el asadito o entre mano y mano de un truco de cuatro.
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Lo singular en estas charlas es que ellos hablan exclusivamente de “minas” al sumergirse en el tema sexual. Remarco, de minas hablan, no de mujeres, no de sus esposas, novias, ni siquiera amantes. Y dentro de la categoría “minas”, hablan de las generosidades de los cuerpos de ellas o de las genitalidades compartidas o imaginadas. Nunca hablan de su sexualidad, de cómo la viven, de cómo la sufren, de sus inquietudes al respecto, a lo sumo hablan de sus glorias, en tanto no se trate de alguna experiencia que los exponga.
Las mujeres, muy diferentes en este sentido, cuando hablamos de sexualidad siempre intimamos. Nos contamos sin el menor pudor todo lo que nos acontece al respecto.
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Sufrimos juntas los efectos de desamores eróticos, nos preguntamos sobre todo lo imaginable, nos aconsejamos, abrimos nuestra genitalidad en la charla compartida, casi del mismo modo en que hablamos sobre cómo le va en el colegio a los chicos, qué hacer con la mucama que nos falta todos los lunes, los parciales que tenemos que rendir para la facultad o los datos de una receta interesantísima.
Las mujeres hablamos de nuestros hombres (los que están con nosotras, los que nos dejaron, los que deseamos que nos elijan), los desplegamos en sus estilos sexuales, en sus mañas, en sus tamaños y en sus potencias e impotencias. Nos involucramos en el resultado de lo que construimos con el “otro” en la cama.
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Nos mostramos deseantes o inapetentes, activas o pasivas, culpables o víctimas. Nos llevamos con nosotras un listado de tareas a realizar a partir de ese mismo momento, recogidas de la suma de opiniones de nuestras tan confiables “testigos de vida”.
En ambos casos, el permitirnos participar junto con los amigos y amigas de un espacio tan importante como la sexualidad en nuestras vidas, siempre es nutricio y enriquecedor. Valgan las diferencias.
Por: Lic. Adriana Arias, psicóloga y sexóloga, co-autora de los libros Locas y Fuertes y Bichos y Bichas del Cortejo, junto a Cristina Lobaiza (Del Nuevo Extremo).
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