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Cristales rotos: la carta del papá de un chico con parálisis cerebral al padre de Nadia

Andrés Aberasturi es periodista y escritor español. Tiene un hijo con una fuerte discapacidad al que le ha escrito un libro y muchos artículos. Su conmovedora carta al papá de Nadia Nerea, la niña cuyos padres usaron para pedir dinero para un tratamiento que luego no hicieron, invita a pensar y a desafiar el daño que los miserables generan en los buenos corazones.

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El tristísimo e indignante caso de Nadia Nerea, la niña de 11 años que sumó a su dura enfermedad la explotación de sus padres, dio la vuelta al mundo. Su papá estafó el buen corazón y la empatía de la gente difundiendo en los medios un relato ficticio sobre los padeceres de la pequeña y los costosos tratamientos que necesitaba para salir adelante. Usando a su niña, recaudó 918.000 euros y destinó gran parte de ese dinero a su disfrute personal. Hoy el padre está preso, pero la historia conmueve, enoja y genera debates en todo el mundo, sobre todo por el daño que la hace a la confianza y la solidaridad. En ese marco, el periodista Andrés Aberasturi, papá de un chico que parálisis cerebral, le escribió una carta abierta que todos debemos leer y compartir para evitar que el daño de estos padres miserables sean cada vez mayores.

“Señor: No me dirijo a usted de ninguna forma porque, naturalmente, me resulta muy difícil tenerle en estima, pero tampoco quiero participar en su linchamiento ni soy quien para juzgarle; de eso se encargarán en todo caso los tribunales.

Pero sí me siento legitimado moralmente para escribirle a usted con una mezcla de pena, estupor y rabia porque sus actos, esa recolecta de dinero para una hija enferma durante ocho años, ese acudir a los platós de las televisiones que le creyeron de buena fe sin comprobar nada de su historia, ese negocio miserable que al parecer se ha montado, no sólo le ha estallado a usted en las manos sino que ha dejado un reguero de víctimas por el camino.

Y la primera de todas, su hija Nadia, que ha puesto cara al dolor ajeno por completo en su inocencia a los mercadeos de su padre que incluían exageraciones, lágrimas y mentiras y cuentas corrientes a partes iguales.

Nadia es la primera y la gran víctima. No sé realmente lo que le pasa, qué enfermedad tiene exactamente y qué futuro le espera; ha dicho usted tantas cosas que ya es imposible tener casi nada claro.

Pero usted, señor, le ha cerrado ya muchos caminos a Nadia. Usted con sus absurdas historias de médicos afganos, de operaciones en Houston que nunca existieron y ahora de oscuros curanderos, usted ha puesto mucho más difícil el futuro incierto de una cría a la que estoy seguro quiere y a la que nuestra sanidad pública atenderá con una máxima eficacia hasta donde la ciencia llegue.

Pero no sólo Nadia, señor. Usted ha sembrado la desconfianza en el corazón de la gente buena, ha puesto en peligro -o ha condenado ya- la posibilidad de otras muchas vidas que de verdad necesitan de la solidaridad de todos para seguir agarradas a la esperanza de encontrar remedio a las enfermedades que llamamos “raras” y que necesitan de todos para su investigación.

Y usted, señor, ha cuestionado a profesionales de la información que es verdad que deberían haber contrastado su historia antes de publicitarla, pero que actuaron de buena fe porque, gracias a Dios, en contra de lo que nos enseña la buena praxis de esta profesión, aún caemos en el pecado de emocionarnos con la historia de una niña que puede morir sin pensar que es su propio padre el que nos está vendiendo una mentira.

Usted ha sacado los colores a muchos colegas que le creyeron y que han tenido que pedir perdón por dejar que el corazón les pudiera más que una estricta y siempre exigible profesionalidad.

No sé qué será de usted ni cómo acabará esta lamentable historia; lo que sí me duele es no saber qué será de Nadia.

Sólo quería decirle que lo malo de estas aventuras es que no se solucionan de ninguna manera, ni devolviendo el dinero estafado, ni pidiendo perdón. Usted ha roto el siempre frágil cristal de la solidaridad y un cristal roto jamás puede repararse.

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