La vida en nuestro planeta afronta una grave amenaza. El calentamiento global y el cambio climático que genera son realidades indiscutidas, corroboradas por cada registro anual de temperaturas récord y por el aumento en cantidad e intensidad de fenómenos meteorológicos.
Hace más de dos décadas tenemos certeza científica sobre la incidencia determinante de la actividad humana en el aumento de la temperatura de la Tierra
Los más destacados expertos así lo han establecido, sin la menor duda y han convocado a reducir con suma urgencia las emisiones contaminantes. Sin embargo, a pesar de la magnitud de los riesgos y de la cercanía cada vez mayor a un punto de no retorno, la humanidad sigue sin asumir la realidad.
Las emisiones de gases de efecto invernadero, lejos de haberse reducido no han cesado de aumentar. Varios de los principales responsables de esas emisiones -Estados Unidos y China, por ejemplo- ni siquiera han adherido a los tratados internacionales que intentan avanzar en esa dirección.
Como si la vida fuera una película de cine catástrofe, en la que tras el final se prenden las luces y todo continúa, buena parte de la dirigencia sigue peleando por el champagne en la cubierta del Titanic, mientras el gigantesco barco no deja de hundirse
Los dramáticos sucesos recientes ocurridos en Australia deben llamarnos a la reflexión. A las pérdidas de vidas humanas, de miles de viviendas incendios y los enormes daños sufridos se agregan cifras abrumadoras: 500 millones de animales muertos y 8 millones de hectáreas calcinadas.
Recordemos que los gravísimos incendios del Amazonas de hace pocos meses alcanzaron algo más de la cuarta parte de lo que ahora el fuego destruyó en el país oceánico.
Hablamos de daños a la diversidad y la sustentabilidad irreparables a corto e incluso mediano plazo pero lo más grave es que hay serios motivos para pensar que no son más que el comienzo de otros mucho mayores
Por ejemplo, la suba del nivel de los mares, en tanto no logremos reducir el aumento de la temperatura del planeta, hará desaparecer de la faz de la Tierra a muchas de las principales ciudades del mundo.
Las masivas expresiones de solidaridad o la sincera preocupación por preservar especies como koalas y canguros son, por supuesto, loables pero lo que está en juego es de tal magnitud que incluso horrores como los padecidos en Australia en estos días pueden ser rápidamente olvidados.
Habitamos hoy un mundo ya irremediablemente globalizado, estrechamente interconectado y cuyos principales problemas sólo pueden resolverse al mismo nivel global. Los Estados nacionales son ya impotentes para encararlos y los organismos internacionales carecen del poder real indispensable a esos fines.
En los aproximadamente 70.000 años que llevamos los Sapiens sobre la Tierra hemos logrado crear maravillas asombrosas y causado destrucción y muerte a niveles igualmente sorprendentes. El desafío actual es quizás el mayor de todos los tiempos: evitar que la vida, tal como la conocemos, colapse como consecuencia de nuestras acciones.
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