Ser la sede de los Juegos Olímpicos parece ser hoy uno de los mayores honores que una ciudad puede recibir. No solo significa que los entes organizadores depositan la confianza del mayor evento deportivo del mundo (quizás alcanza solo con decir “el mayor evento” ya que deportivo o no, no hay nada de tal envergadura) en un proyecto presentado por una ciudad sino que además, para los habitantes de ese lugar va a representar una fuente de promoción y de ingresos contantes y sonantes por mucho tiempo.
Claro está, que por contrapartida, los gobernantes locales deberán dar cuenta de esta confianza depositada y mediante un acuerdo tácito pondrán a disposición de los Juegos Olímpicos lo mejor de la ciudad.
Durante los siguientes años, enormes cifras de dinero se comienzan a destinar para construir la infraestructura necesaria y para llevar adelante la organización de los Juegos que duraran tan solo poco menos de 20 días.
A tal punto ascienden los costos que hoy en muchos lugares se discute acaloradamente sobre la conveniencia de organizar los Juegos puesto que los beneficios no siempre alcanzan a cubrir los gastos realizados.
Especialmente cuando al terminar esos 20 días de delirio colectivo, al cerrar el telón y bajar las persianas, solo quedan unas enormes estructuras que costaron fortunas, que ocupan los mejores lugares del espacio público de la ciudad y que nadie pensó que iban a hacer con ellas a partir de ese momento.
Ya hemos visto en otra nota como por ejemplo en Atenas, después de los Juegos del 2004, la mayoría de los sitios y estadios donde se desarrollaron los eventos deportivos quedaron abandonados (enlace aquí) y hoy son presa de la progresiva e implacable corrosión del paso del tiempo.
Lo mismo pasa en Berlín, en Sarajevo y en muchos otros lugares donde un día se vivieron horas de felicidad pero no se tuvo en cuenta que los deportistas y el público se iban a ir y los edificios quedarían allí por siempre, o al menos mientras pudieran mantenerse en pie por si mismos.
Por eso, y siguiendo con el concepto ecosustentable que nucleó el desarrollo de los Juegos Olímpicos en el 2016, el gobierno local ha decidido darle un giro a esa repetida dinámica post-Olímpica.
Inspirado por lo hecho en Londres, que encontró nuevos destinos para todas las edificaciones olímpicas, el gobierno de la ciudad de Río de Janeiro anunció que va a hacer lo mismo.
De acuerdo con el gobierno de la ciudad, cuando se terminen los Juegos Olímpicos, la arena será desmantelada y se transformara en cuatro escuelas primarias. Cada una con una capacidad para más de 500 estudiantes.
La situación de Brasil hoy no es la que se presentía que iba a ser hace unos años. La crisis ha golpeado y las necesidades sociales abundan. Sería un gran logro si las autoridades locales llevan adelante lo prometido y no se quedan solo en promesas, como ya ha ocurrido en otras oportunidades.