Historias de Vida

Historia de vida: de vivir en un rancho a egresado de Oxford

Vivía en un rancho con piso de tierra, sin agua ni luz, pero no se rindió y hoy habla 7 idiomas, se recibió de 3 carreras y da clases en la Universidad de Oxford.

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Esta es una historia de vida de esfuerzo, lucha, resiliencia y progreso. Esteban Cichello Hübner nació en La Falda, Córdoba. Su familia se desmembró cuando era muy chico, entonces se mudó con su madre y su hermano a Buenos Aires a un barrio del Conurbano. Allí conoció la pobreza y padeció muchas privaciones.

Con mucho esfuerzo salió adelante y hoy, Esteban, es profesor en una de las principales instituciones educativas del mundo, la Universidad de Oxford.

A Esteban nunca le pareció una tarea difícil conquistar el mundo. Siempre creyó que con esfuerzo todo era posible

A pesar de vivir en condiciones muy precarias, en una casa muy pobre, sin luz y sin agua potable pudo lograrlo. Recuerda cuando tenía que recorrer más de una cuadra para cargar sobre sus hombros los baldes con el agua que se necesitaba en su casa. Con ella se bañaban, lavaban la ropa y también necesitaban traer el agua para cocinar. Eso lo hacía desde que tenía 6 años.

A pesar de todo eso también recuerda cómo leía a la luz de la luna un viejo libro que encontró de Albert Camus, en francés, y no entendía ni una palabra… Pero a pesar de todo esto, este chico pobre con ojos soñadores, no se achicaba ante la vida y sabía que con esfuerzo lograría salir de esa pobreza.

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La separación de sus padres y el rancho: dos golpes duros a sus 6 años

A los seis años sus padres se separaron de forma violenta, tras descubrir su madre, la infidelidad de su cónyuge. Hubo peleas y mucha discusión, confusión y miedos. Pero su madre agarró a sus 2 hijos, Esteban y su hermano Daniel,y tomó un micro en la Estación de La Falda hacia Buenos Aires, para empezar una vida nueva. El hoy profesor Cichello Hübner recuerda desde Gran Bretaña:

“Ver una escena de tal magnitud de violencia fue una hecatombe en mi infancia. Fue traumático”

Viajaron 770 kilómetros y llegaron, esa primavera, a un terreno que había comprado, en cuotas, su abuela materna Raquel. La casita cómoda de La Falda poco tenía que ver con este rancho precario en medio de los pastizales. Un cuadrado de 6×6 metros, sin paredes ni revoques, con piso de tierra y chapas como techo, era su nuevo hogar. Parecía campo, pero estaban en un barrio que hoy cotiza alto: Lomas de San Isidro.

El rancho no tenía piso, ni baño, ni cocina. Menos calefacción. Se ubicaron en dos camas: una la ocupaba la abuela Raquel con su último hijo Marcelo, que tenía la edad de Daniel; la otra la ocupaban Esteban, su hermano Daniel y su mamá Ester.

La abuela Raquel, con su magro sueldo, era el sostén económico de la familia. Trabajaba de mucama en una salita de primeros auxilios

Los inviernos en el rancho eran muy crudos, el viento helado se colaba por las tablas superpuestas que hacían de paredes. La abuela Raquel tuvo una buena idea: traer de la basura del centro asistencial, las cajas de las radiografías marca Kodak. Las abrió y las clavó cubriendo las ranuras, para evitar que entren los chifletes helados. Cuando se le acabaron las cajas usó las latas grandes de aceite Cocinero y de Shell, las aplanaba con el martillo y luego las clavaba sobre las tablas de las paredes.

Mientras tanto, su madre Ester, se hizo toda una experta en la técnica de “macramé”, mezclaba engrudo con diarios viejos para pegarlos a las paredes y mejorar el aislamiento. Al acarreo del agua, se le sumaba el cuidado que debían tener con la iluminación ya que era a base de lámparas a kerosene o con velas. Bañarse era toda una proeza, sobre todo en invierno, y poder leer a la titilante luz de las velas era difícil. Pero Esteban tenía muy buena vista y mucho espíritu.

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Otros golpes en la vida de Esteban que forjaron su carácter

Un día Pedro, el padre ausente de los chicos, volvió para llevarse a los chicos a vivir con él, y como suele suceder en estos casos de violencia todo termina y se define en los juzgados. Daniel su hermano mayor decidió ir a vivir con su padre que estaba en una posición económica más acomodada. En cambio Esteban eligió quedarse en la precariedad, pero con el amor incondicional de su madre y abuela.

Al poco tiempo Esteban sufrió la pérdida física de su abuela Raquel, quien una mañana como todas se fue a trabajar a las 5:30 horas y al bajar del colectivo 707 sobre la Av. Márquez, un auto conducido por un borracho, la atropelló causando la muerte de Raquel luego de pasar 42 horas en coma. Sin ella, la familia queda devastada y en la indigencia.

Raquel les envió ayuda desde el cielo

Y la rueda de la vida siguió girando y la suerte les empezó a cambiar. A Ester le ofrecieron el trabajo que tenía Raquel en la Unidad Sanitaria. Después, una amiga les regaló una antigua bomba de agua de hierro. Fueron a buscarla a Grand Bourg ida y vuelta en tren. Pesaba una tonelada, pero para ellos era oro en polvo. Perforaron la tierra y la instalaron y cuando dieron los primeros bombazos y salió agua, Ester dijo enferma de felicidad: “Aquí se acabaron nuestras penurias”. Y se pusieron a jugar con Esteban salpicándose agua por un buen rato.

Esto fue un antes y un después en la vida de Esteban en el Conurbano bonaerense, ya que con tierra negra y agua, Ester comienza a plantar zapallitos, tomates, caña de azúcar y arma un gallinero para la gallina Zulema y un gallo

Cuenta Esteban: “Zulema nos dio de comer durante años” y sonríe con nostalgia al recordar aquellos tiempos.

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Esteban comenzó a trabajar a los nueve años en un almacén del barrio, la Despensa Lolita, desde las 9.30 hasta las 12.30 horas y de ahí se iba apurado al colegio. En la despensa limpiaba las heladeras, acomodaba cajas y envolvía huevos con papel de diario.

Hoy, desde su departamento en Oxford, Esteban ironiza: “¿A quién se le ocurre ser pobre en un barrio de ricos?” y reflexiona: “El ábrete sésamo de mi vida fue la lectura (…) Yo me rehusaba a ser pobre de palabras. Los diccionarios me apasionaban. Como no me alcanzaba el dinero para comprarlos me puse a juntar unos cables negros, los quemaba y, después, vendía el cobre que quedaba. Con eso, un día, me compré un diccionario de inglés”.

También aprendió el idioma a través de unos discos de vinilo para aprender inglés, que le ponía para escuchar una vecina de su rancho, Fernanda Fernández, a quien Esteban le rogaba con insistencia que se los pusiera. Y Fernanda le decía “traeme unos huevos de Zulema y te los pongo”. Y así empezó su romance con esta lengua que hoy habla como un verdadero nativo.

Esteban era un niño y hacía travesuras como todos

Reconoce que aunque estudiaba con mucha pasión y compromiso, a veces se rateaba del colegio para ver su programa favorito, los almuerzos de Mirtha Legrand y soñaba despierto con tener un par de zapatos nuevos que no hubieran conocido otros pies.

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Con los años su madre volvió a creer en el amor. Se casó y tuvo dos hijos más: Marcos David, que murió a los 20 años por sobredosis y Claudia Noemí. Mejoraron un poco el rancho, conectando la electricidad, pero el marido de Ester era golpeador y alcohólico.

Con este panorama y viendo que en el rancho había poco espacio, Esteban se fue a vivir a la casa de unos tíos paternos por un tiempo y cuando el marido de Ester falleció de cirrosis, Esteban volvió a la casa de su madre.

Comenzó la búsqueda de mejores trabajos mientras seguía con sus estudios. No era fácil porque, con 16 años, nadie lo tomaba. Aun así consiguió trabajar para un laboratorio dental repartiendo dentaduras, puentes y coronas, y un día viajando en el tren conoció a un señor que le dijo que podía darle trabajo, era el fundador de Festo Argentina, una compañía alemana de automatización industrial. Esteban aceptó el trabajo en la fábrica Alemana donde el empresario le puso una sola condición: debía seguir estudiando.

Se puede salir de la pobreza

Esteban terminó, en 1987, el secundario especializado en Letras. Lo hizo cursando en el turno noche, en el Colegio Nacional Juan José Paso, en el barrio de Once. Fue en ese colegio que un profesor de geografía le dijo: “Uno tiene que viajar primero por los países de dónde es su sangre”. Fue a partir de ahí que Esteban empezó a edificar nuevos sueños y pensó en Italia, en Israel, en España.

Un día le llegó a sus manos un libro de un autor coreano que lo marcó para siempre, cuenta Esteban: “Ahí leí que uno se debía embarazar de las cosas que deseaba para su vida. Si uno soñaba con una bicicleta, era muy factible que tuvieras esa bicicleta… Pero el sueño tenía que ser muy claro: tenías que soñar el color, el rodado, la marca, el tamaño y hacer todo lo posible para tenerla”.

Su vida continuaba entre el estudio y el trabajo, su próximo empleo fue en el Hotel Conquistador, en la calle Suipacha del centro de la Ciudad de Buenos Aires, y Esteban se obsesionó mirando otro hotel de la zona: el magnífico Sheraton.

Se le metió en la cabeza que quería trabajar allí. Educado, bajito, emprendedor, audaz, súper prolijo, se presentó y consiguió un puesto. Tenía que repartir los mensajes por cientos de habitaciones. Iba con su enorme bolsa subiendo por los ascensores y bajando por las escaleras, piso por piso, cuarto por cuarto. Siguió allí hasta que un día le ofrecieron ir a trabajar al Hotel Géminis, en Las Leñas, y se animó y se instaló en Mendoza. Allí en la montaña no tenía en qué gastar dinero, esto le permitió ahorrar para empezar a concretar sus postergadas fantasías.

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Siempre soñá, porque los sueños se cumplen

A los 20 años Esteban viaja a Israel y se instala en un Kibutz. Allí cosechaba paltas, fabricaba pan, limpiaba gallineros. A los cinco meses cansado de la vida rural, decidió probar suerte en otra cosa y se presentó en el Hotel Sheraton de Tel Aviv pidiendo hablar con el Gerente General. Le preguntaron quién era él y respondió sonriente: “Soy Sheraton Argentina”.

El Gerente General lo atendió. Esteban apenas sabía algo de hebreo, pero lo tomó de todas maneras y lo puso como “dador de llaves”. “No me daba ni para conserje”, se ríe al hacer memoria. Pero le quedó claro que debía aprender hebreo.

Como no tenía dinero, hasta que cobró su primer sueldo, durmió 30 días en la playa frente al hotel. Luego pudo alquilar una habitación en la casa de unos marroquíes. Pidió trabajar turno noche para poder estudiar hebreo por la mañana. Y, cuando aprendió bien el idioma, se anotó en la Universidad Hebrea en Jerusalén para estudiar Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas. La universidad podía pagarla prestando servicios sociales. Cumplió la nueva misión y se recibió con honores (Summa Cum Laude) por su buen promedio.

En un viaje que pudo hacer a Gran Bretaña, la Universidad de Oxford, sumó otro gran sueño: estudiar allí. De hecho, entre las páginas de su Torá, había puesto a modo de cábala, la foto de aquella visita.

“Siempre hay que anhelar lo mejor. Nunca pichulear, la vida es muy corta. Yo deseaba seguir estudiando y entrar a la mejor universidad del mundo”, confiesa. Mandó solicitudes a las más célebres universidades del planeta. La sorpresa no pudo ser más grande cuando cuatro de ellas le respondieron que lo habían admitido: Oxford, Cambridge, Johns Hopkins y Stanford.

Siempre hay que anhelar lo mejor. Nunca pichulear, la vida es muy corta. Yo deseaba seguir estudiando y entrar a la mejor universidad del mundo

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Rumbo a la Universidad de Oxford

Como siempre le pasó a Esteban su tenacidad y esfuerzo lo llevó a luchar y conseguir muchos de sus sueños, pero nada le fue fácil nunca… Había un problema: para ir a Oxford necesitaba 11 mil libras esterlinas. Y él no tenía ni una.

Aplicó para distintas becas, pero no le alcanzaba el dinero, entonces solicitó a las instituciones una prórroga por un año para poder juntar el dinero.

Por la revista The Economist descubrió que uno de los mejores países para ganar dinero rápido era Japón. Así fue que llegó a Tokio con 50 dólares. Sin ningún plan a la vista, conoció a unas personas peruanas que trabajaban en la construcción. Le ofrecieron trabajo y aceptó. En su tiempo libre, vendía bijouterie en la calle. Pero el tiempo pasaba y vivir en Japón no era nada fácil y no llegaba a reunir el dinero que necesitaba.

Entonces se fue al aeropuerto y vió en el diario Le Figaro, que Eurodisney buscaba empleados para su hotel. Sacó pasaje a París y se postuló y consiguió el trabajo. Como hablaba varios idiomas lo pusieron como recepcionista Vip. Mientras juntaba el dinero lo llamaron del British Council quienes le otorgaban una beca para la Universidad de Cambridge. Pero él quería ir a Oxford. Esteban se atrevió y pidió una reunión con el comité de becas del British Council y en una cita de pocos minutos los convenció y le dieron una beca para Oxford por dos años. La carrera tenía tres. Aceptó igual, ya tendría tiempo para ver cómo lo resolvía.

Al cabo de un tiempo estudió tres carreras en Oxford sin jamás pagar una libra esterlina

Además se convirtió en profesor de la institución más prestigiosa del mundo, con casi mil años de antigüedad, dirigió varios de sus programas y fue tutor de alumnos de todas partes del mundo.

También estudió en la Universidad de Salamanca, en España y se desempeñó como profesor en la Universidad de Cambridge. Fueron años intensos y llenos de satisfacciones.

Esteban siempre ayudó a su mamá

Mientras tanto Esteban nunca dejó de ayudar a su mamá Ester. En los tiempos en que vivía en Israel “le mandaba los dólares muy bien envueltos, en papel de aluminio, dentro de tarjetas de cumpleaños y por correo certificado. De esa manera, las máquinas detectoras de billetes no los descubrían”. Ester vive desde hace un tiempo con Claudia Noemí, la hija de aquel segundo matrimonio.

Para cada solemne graduación en Oxford invitó a su orgullosa madre: “Yo tengo mamitis”, admite

En el año 1995, para los oradores anuales de Oxford, Esteban propuso a Diego Armando Maradona. Lo había conocido muchos años antes, cuando el equipo de Boca Juniors se concentraba los jueves en el Hotel Conquistador donde él trabajaba, en Buenos Aires. Diego era su obsesión, lo admiraba. En ese entonces, aunque tenían prohibido acercarse a los jugadores, él perseguía a Diego para llevarle el bolso.

Un día Diego le convidó un caramelo Media Hora y Esteban, de la emoción, se lo tragó y se atoró. Diego le golpeó la espalda y logró desatorarlo. Años después, Esteban le hizo llegar la invitación para hablar en Oxford, pero Diego respondió que no podía ir. Fue así que Esteban le escribió una carta, de puño y letra, donde le recordó la anécdota del caramelo Media Hora. La respuesta de Maradona no se hizo esperar, lo llamó y le dijo: “Yo voy si me venís a buscar a Buenos Aires”.

Esteban no podía creerlo. Fue a buscarlo y prepararon el discurso. La charla en Oxford Union fue la más popular de los últimos tiempos. Se abrieron los jardines y hubo dos mil personas. Los estudiantes le dieron un título honorífico: Maestro Inspirador de los Soñadores de Oxford.

Los estudiantes le dieron un título honorífico: Maestro Inspirador de los Soñadores de Oxford

Eso es lo que Esteban piensa exactamente de Diego Armando Maradona, que fue su gran inspirador para salir de la chatura que podría haber sido su vida.

Por él, Diego Maradona brindó una histórica conferencia en la Universidad de Oxford, motivado por esta inspiradora historia de superación y lucha.

Esteban cree en el mérito y en el esfuerzo

A la pregunta sobre cuáles son las claves para lograr lo que se quiere en la vida, responde convencido: “Convicción; claridad, para ver a dónde se quiere ir; fortaleza psicológica para soportar los fracasos, yo me caí muchas veces; se necesita preparación, los estudios son la mejor inversión y saber que sin sacrificio no hay beneficio”.

Convicción; claridad, fortaleza psicológica para soportar los fracasos, se necesita preparación, los estudios son la mejor inversión y saber que sin sacrificio no hay beneficio

 

Las llaves de Raquel

Esteban contó la primera parte de su vida en un libro que tituló: Las llaves de Raquel, que podés comprar en las plataformas de venta online. Viajó por ochenta y dos países y no para de estudiar. Habla español, inglés, francés, italiano, portugués, alemán, hebreo y un poco de árabe. Sigue siendo profesor en Oxford y director de programas especiales.

Esteban Cichello Hübner sostiene que la peor enfermedad es la vagancia; que con esfuerzo y trabajo todo se puede: “La pobreza fue mi riqueza, yo me siento una persona súper rica. Porque rico no es quien más tiene sino quien menos necesita. (…) Y yo necesito muy poco para ser feliz”.

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