El joven corrió desesperado, hecho una bola de fuego. Agitaba sus manos instintivamente queriendo apagar las llamas. Su máscara antigás apenas dejaba escapar unos gritos de dolor. En una pared, detrás de él, el graffiti de una pistola dispara una palabra: “PAZ”.
A pocos centímetros, el fotógrafo de la agencia francesa AFP Ronaldo Schemidt inmortalizaba ese instante de las violentas protestas que sacudieron a Venezuela entre abril y julio de 2017.
Premiada como la Mejor Foto del Año del prestigioso certamen World Press Photo (WPP) en Amsterdam, la fotografía captó el momento en el que Víctor Salazar, un estudiante de bioanálisis de 28 años, ardía como una antorcha. El jurado afirmó haberla elegido porque “desencadena una emoción instantánea”.
Con otros jóvenes manifestantes, Salazar había hecho estallar el tanque de gasolina de una motocicleta militar el 3 de mayo en la Plaza Altamira, en Chacao, en el este de Caracas. La secuencia de esa impactante imagen duró unos 10 segundos
“Sentí un calor, el fogonazo y voltée. Yo no sabía qué era, sólo vi que venía una bola de fuego hacia mí. La seguí, disparando mi cámara sin parar, escuché sus gritos y fue hasta ahí que me di cuenta lo que era”, contó Schemidt ayer sobre el momento en que sacó las fotos.
El fotógrafo venezolano, de 46 años y quien había dejado su país natal hacía casi dos décadas, había sido enviado desde su oficina en México para reforzar al equipo de Caracas en la extenuante cobertura de las protestas opositoras.
Clamando auxilio, Víctor, despojado ya de su remera encendida, se tiró en el asfalto, revolcándose contra el suelo para tratar de poner fin a su suplicio. Otros manifestantes lograron apaciguar la llamarada, a punta de manotazos.
Se quemó 70% del cuerpo y fue sometido a 42 cirugías de injertos de piel. “Su tratamiento fue muy doloroso, muy traumático, gritaba, ya no quería vivir. Ahora está cicatrizando”, contó recientemente su hermana Carmen Salazar.
Las quemaduras lo dejaron incluso sin algunas huellas dactilares. Un año después, aún sigue en tratamiento, ya en su casa en Ciudad Guayana, en el sur de Venezuela. Víctor no quiere exposición en la prensa y, según su hermana, rechaza siquiera oír hablar del tema.
Quiere dejar atrás el día en que estuvo en el grupo de jóvenes que, con el rostro oculto por pañuelos y capuchas, golpeaba la motocicleta, tomada como trofeo de guerra, poco después de ser arrastrada por un tanque de la militarizada Guardia Nacional, que los manifestantes incendiaron parcialmente con cócteles molotov.
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