Este hecho ocurrió en el año 2003, pero es bueno traerlo nuevamente a nuestra memoria en esta época en la que hemos naturalizado comportamientos muy diferentes a este que vamos a mostrar. Hoy lo que nos sorprende es la honestidad (es noticia cuando alguien encuentra plata y la devuelve) y en cambio no nos resulta nada extraño que alguien quiera sacar ventaja de una situación a todas luces injusta y sin tener ningún tipo de merecimiento.
Pero esos actos también nos hablan de una forma de ser que excede los límites de lo personal y explican una idiosincrasia colectiva. Cuando alguien realiza una acción como la que vamos a recordar, lo hace porque nadie va a juzgarla, sino que por el contrario, va a ser considerada, naturalmente, como lo que correspondía hacer.
Y el deporte con sus cosas buenas y malas; con sus actos saludables y con los miserables; con sus lealtades y sus trampas, es un fiel reflejo de lo que somos como sociedad
Por eso queremos recordar aquella vez que jugando un partido de futbol, los jugadores daneses dieron un ejemplo sencillo de honestidad. Se jugaban los últimos minutos del primer tiempo del partido entre Dinamarca e Iran por la Carlsberg cup y Kameli, futbolista iraní, sintió un silbato y creyó que la parte inicial había llegado a su fin, por lo que tomó el balón con su mano estando dentro de su propia área.
Pero el silbatazo que el escuchó no había sido realizado por el árbitro sino que llegaba desde la tribuna, por lo que al tomar el balón con las manos en el área, no le dio otra opción al colegiado más que la de cobrar el penal.
Fue entonces cuando el DT dinamarqués, Morten Olsen, no dudó: le ordenó al capitán, Weighorst, errar el remate. El público aplaudió; los jugadores también. Después, el equipo europeo cayó por 1-0 (gol de penal). “No perdimos por mi decisión, que fue justa, sino por las fallas que cometimos”, señaló Olsen. Todo un ejemplo de honestidad, sencilla y sin grandilocuencias, la que hace falta.
Mirá el video de ese momento:
Estas situaciones, si bien no abundan, ya nos habían llamado la atención en otras oportunidades. Nos trae a la memoria el recuerdo del italiano Paolo Di Canio, agarrando la pelota con las manos antes de convertir un tanto para West Ham al observar al arquero de Everton tirado en el piso, lesionado. O aquella vez en la que el inglés Robert Fowler (Liverpool), erró a propósito un penal frente a Arsenal al no convencer al juez de que en realidad nadie le había cometido foul.
Para que quede claro que todos pueden ser honestos y justos, aún en situaciones comprometidas, también recordamos un caso ocurrido en el deporte argentino. El caso más recordado en nuestro país es el Sergio Vigil, cuando era técnico de las Leonas y dio una muestra cabal de su identidad intachable al convalidar un gol de Alemania en un amistoso, corrigiendo el fallo de los jueces, que no habían advertido la conquista. La noticia, en ese entonces, tuvo una gran repercusión por tratarse de una rareza. No debiera serlo.
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