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El mito de Sísifo y una vuelta de tuerca para encarar la rutina

Vivimos nuestra vida a las corridas, con rutinas recargadas, sin pausas ni tiempos “muertos”. La mitología griega invita a preguntarnos qué hacemos acá y qué sentido tiene todo ésto.

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Suena el despertador. Ducha. Te cepillas los dientes. Veinte pasadas arriba, veinte pasadas abajo. Izquierda y derecha. Desayuno, café, tostadas y manteca. Colectivo y tren. “Buen día”. Oficina, números, Excel, café de media mañana. Más números, clientes, más Excel. Tren y colectivo. Cocinar o pedir, esa es la cuestión. Netflix. Ponés el despertador. Lunes, martes, miércoles, jueves. Suena el despertador. Ducha. Te cepillas los dientes…

La repetitividad en el ciclo de la vida

Pero no somos los únicos condenados a la rutina y a la repetitividad. Taylor propone el siguiente ejemplo: En algún punto perdido de la tierra hay unas cuevas alejadas de la sociedad humana, profundas y oscuras, donde reina la absoluta tranquilidad. Pequeñas y suaves luces recrean un cielo estrellado en el interior de la caverna. El estupor nos invade ante esa hermosa escena. Pero, luego de unos momentos, afinando la vista comprendemos que esas pequeñas luces son miles de gusanos ciegos que tienen una cola luminosa para atraer sus presas en la oscuridad. Generan un hilo pegajoso con el cual enredan los insectos que, de cuando en cuando, son atraídos por la luminosidad y se los comen.

Allí reposan por meses hasta que otro insecto cae en su trampa, para que el gusano pueda alimentarse y continuar su existencia hasta que aparezca otra presa que le permita perpetuar su reposo y así sucesivamente hasta que… ¿Hasta qué? Hasta que la larva se convierte en un pequeño ser alado que, al no tener boca, muere a los dos días sin ver la luz del sol.

El gusano devenido en un adulto alado se aparea, deja huevos y cae en los mismos hilos pegajosos para ser devorado por sus ciegos compañeros de especie que lo comen sin problema para continuar el proceso que los llevará al mismo destino. Y así este ciclo se viene dando, una y otra vez, por millones de años. ¿No será así, si la vemos desde afuera, con otros matices, la vida humana?

Albert Camus y el mito de Sísifo

La pregunta filosófica por antonomasia, para Albert Camus, es por qué no suicidarse. Eso es lo que todo hombre debe interrogarse, que no es otra cosa que preguntarse si su vida tiene sentido. El autor francés también presenta una imagen de la condena de una vida repetitiva: el mito de Sísifo.

¿Quién era Sísifo?

El hombre que engañó a los dioses, razón por la cual fue condenado para toda la eternidad a subir una misma piedra por una colina que, al alcanzar la cima, volvía a caer hacia abajo y Sísifo debía volver a subirla, para que vuelva a caer y así sucesivamente por el resto de sus días. Una tarea que no aportaba nada, que no producía nada positivo, que era totalmente absurda. Los dioses “habían pensado, con algún fundamento, que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza”

Entre los números y el Excel o el café de media mañana, en el trajín cotidiano de la oficina, en ese encadenamiento rutinario, podría aparecer esa pregunta letal: ¿y todo esto para qué? ¿tiene algún sentido? La existencia es absurda, igual que la eterna tarea de Sísifo. Para Sartre, que sacó las consecuencias de un mundo sin Dios, en esto consistía la náusea de la existencia. Pero Camus, que también es un autor ateo, frente a esta pregunta fundamental contestará que sí, que la vida vale la pena. Defenderá a capa y espada, en un mundo donde Dios ha muerto, el carácter sagrado de la vida. La existencia es en sí misma absurda, en el sentido de que, en nuestro afán compulsivo y racional de querer explicarlo todo, de alcanzar todas las respuestas, nos encontramos que es imposible entender este irracional mundo huérfano de Dios.

La libertad absurda de Camus

Pero Camus se niega a la resignación o la desesperanza. “Hay que imaginarse a Sísifo feliz”, dice. Que no haya un gran sentido de la vida que nos trascienda nos da la posibilidad de que nosotros podamos darle un sentido, de optar por los caminos que nosotros creamos mejores.

Es lo que llama Camus la libertad absurda, en tanto que el absurdo de la vida nos da la libertad a nosotros de resignificarla. El sentido de la vida surge de adentro de nosotros, no se dicta desde afuera. Pero esto no quiere decir, necesariamente, que tenemos que romper los documentos y las tarjetas de crédito e irnos a Alaska a vivir de la naturaleza. Quizás se trate de volver, de otra manera, a la vida cotidiana y de resignificarla todos los días.

Suena el despertador…

 

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