Leandro Bustos es el ejemplo de que el esfuerzo es el camino ideal para lograr las cosas. No tenía las cosas fáciles pero aprendió en la calle a no tenerle miedo a nada y a hacer culaquier “changa” para salir adelante. Vendió desde trapos de piso y repasadores hasta turrones. La pobreza de su familia y la muerte temprana de su madre no lo limitó en nada sino que impulsó su resiliencia y su capacidad y lo hizo tan pero tan fuerte que llegó hasta la India, gracias a una beca y a la ayuda de la gente.
La historia de Leandro parece un guión de película: vivía con su papá -jubilado- y tres de sus siete hermanos. Cursó la escuela trabajando, colaborando con la economía familiar vendiendo productos de limpieza con su padre. Y los fines de semana vendía turrones en una de las esquinas más transitadas de la capital cordobesa.
El año pasado, Leandro se enteró de una beca para ir a la India gracias a una compañera que lo incentivó para que se anotara. “Me dijeron que tenía que hacer tres exámenes. Eran raros. Había problemas relacionados con Matemáticas o preguntas de cultura general, pero también consultaban por ejemplo ‘cómo se acomoda una cama’. Había muchas preguntas de ese estilo porque lo que querían averiguar en realidad es cómo sos y cuáles son tus intenciones”, contó.
Así llegó hasta una segunda instancia, un campamento en Mendoza con el resto de los preseleccionados. “Ahí estuvimos tres días donde hicimos diferentes actividades y al final nos entrevistaron personalmente a cada uno. Querían saber qué pensamos de la vida o cómo resolvería problemas que afectan a la sociedad”. Sus respuestas claramente llegaron lejos. Pronto recibió un llamado: “Estás seleccionado”.
Así apareció el problema: la beca cubría los gastos de estudio, alojamiento y alimentación por dos años, pero necesitaba plata para pasajes y seguro médico, además de pasaporte y visas. No tenía el dinero pero no paró: abrió una cuenta bancaria y pidió ayuda. Fue tal el aluvión que, con 17 años flamantes, se subió a un avión a la India y empezó a temblarle la vida entera.
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Partió en agosto con el alma llena de sueños. Y está feliz avanzando, conquistando el mundo. En una entrevista con Clarín, contó desde la India lo que está viviendo: “Acá todo es muy distinto, lo más difícil es comunicarme las 24 horas en inglés, pero los profesores me tienen paciencia. Enseñan con pasión y creo que voy a aprender mucho. Curso todas las mañanas de lunes a viernes y a la tarde me voy a caminar un rato por el campus, que está rodeado de montañas”.
El campus está en Pune, una megaciudad ubicada a 170 kilómetros de Bombay. “El paisaje es muy lindo, muy verde, pero el primer día que me alejé del campus y fui a conocer la ciudad me impresioné un poco. Hay mucha pobreza en las calles. Hay gente que la está pasando mucho peor que nosotros”.
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