Durante todas las épocas de la historia de la humanidad las creencias y las supersticiones estuvieron presentes y marcaron el desarrollo de la vida cotidiana.
Los cristianos usaban minúsculos peces escondidos en su ropa para identificarse con otros cristianos y para estar protegidos. Los eruditos judíos de la misma época escribían pequeños pasajes de la ley judía y se los ponían como amuletos alrededor del cuello para mantener la ley cerca de su corazón en todo momento. Los caballeros medievales llevaban brazaletes como amuletos de protección en la batalla. Tipos similares de brazaletes también fueron usadas en la Edad Media para designar el origen familiar y las convicciones religiosas y políticas.
Las pulseras de dijes han sido objeto de varias oleadas de tendencias. Las primeras pulseras fueron usados por los asirios, babilonios, persas, y los hititas y comenzaron a aparecer alrededor del año 600 antes de Cristo. Estas tendencias pueden haber comenzado como medios supersticiosos de tener o ganar suerte y protección.
En el Imperio Romano, momento en el que se estaban dando los primeros pasos de la ciencia moderna, un sinnúmero de creencias y supersticiones convivieron codo a codo con estos incipientes desarrollos científicos.
La naturaleza también seguía siendo objeto claro de admiración. Los delfines eran considerados animales que traían buena fortuna por muchos pueblos de todo el mundo, incluyendo las culturas antiguas de Grecia, Sumeria, Egipto y Roma. La creencia proviene del hecho conocido que los antiguos marineros, luego de pasar varios meses o años lejos de la tierra, se dieron cuenta que ver delfines nadando alrededor de sus naves podía ser el primer signo claro de que la tierra estaba cerca.
No solo los delfines sino que muchos animales, la naturaleza cercana, era objeto de devoción y cuidado para los pueblos de la antigüedad y muchas de esas relaciones estrechas que se fueron forjando durante siglos fueron llegando a la antigua Roma (y muchas aún siguieron su curso hasta nuestros días).
Por ejemplo, el pensador y científico Plinio es cribe en su “Historia natural” que las hienas son capaces de imitar la voz humana y aprender el nombre de algún pastor para convocarlo a que salga de los establos y luego, en la soledad del campo abierto despedazarlo. También señala la creencia de que si uno se pone la lengua de una hiena entre la planta del piel y la suela del zapato, no le ladrará ningún perro.
Muchos objetos que ponen en evidencia el carácter y las creencias romanas se han conservado hasta nuestros días. Sorprende ver la gran cantidad de penes u objetos fálicos que se usaban cotidianamente en la vida de la atigua Roma y que tuvieron un gran peso místico. Por ejemplo, se puede ver un pene esculpido con patas cuya finalidad era alejar a los malos espíritus.
Es el caso de los juegos de campanillas multifálicos que en el pasado colgaban del techo de las casas como amuleto para la para suerte conocidos como “tintinnabulum”.
En la antigua Roma, un tintinnabulum era un carrillón o conjunto de campanas. Un tintinnabulum a menudo tomaba la forma de una figura fálica de bronce o fascinum, un falo mágico-religioso pensado para alejar el mal de ojo y traer buena fortuna y prosperidad.
Claro que no todas las voces iban en el mismo sentido. Al menos, algunos personas escribieron a propósito de estas supersticiones, como por ejemplo el elocuente Cicerón, quien en Sobre la adivinación, opinó en estos términos:
“Cada día tenemos más pruebas de que la astrología es inútil. ¡Cuantísimas predicciones recuerdo yo que hicieron los astrólogos de Pompeyo, a Craso y al propio César! ¡Que ninguno de ellos iba a morir sino a su vejez, en su casa, rodeados de gloria…! De manera que me parece admirable que todavía hoy crea alguien en aquellas personas cuyas predicciones ve que está refutando a diario la realidad de los acontecimientos.”
La sabiduría popular ante estas tendencias nos dice con contundencia que se trata solo de “creer o reventar”. Más allá de creencias y mitos, por las dudas crucemos los dedos y no nos olvidemos que “las brujas no existen pero que las hay, las hay”.
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